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Columna
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El peronismo nunca muere

En Argentina ha habido en realidad dos elecciones: una dentro del peronismo y otra extramuros

La ley de conservación de la masa afirma que la materia no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Igual que el peronismo, que se sucede a sí mismo en múltiples, sucesivas y hasta contradictorias encarnaciones para mantenerse en el poder, que ha ejercido durante más de 20 años desde el restablecimiento de la democracia en 1983, pasando por el interregno de dos Gobiernos del partido radical.

El historiador argentino Luis Alberto Romero compara al peronismo con la Santísima Trinidad, una y trina, hoy compuesta por Cristina Fernández, la presidenta que abandera el kirchnerismo, derrotada en las cinco principales circunscripciones del país en las legislativas del domingo, pese a que su Frente para la Victoria mantiene la mayoría absoluta en ambas Cámaras, y sobre todo porque los números no le dan para pensar en un tercer mandato en 2015; Sergio Massa, que se titula peronista renovador lo que significa antikirchnerista, y que con su triunfo en la provincia de Buenos Aires está inmejorablemente colocado para aspirar a la presidencia en 2015; y Daniel Scioli, formalmente aliado de la presidenta, pero que persigue la candidatura del partido Justicialista a la alta magistratura. Por esa razón, le convenía que Massa venciera a Martín Insaurralde, peronista oficial, pero no por tanto margen —más de 11 puntos— porque dispara a Massa en una carrera que, sin embargo, es más maratón que foto finish.

Sumados todos los peronismos, oficial, renovador y alguna que otra disidencia, superan largamente el 50% de sufragios, por lo que es en el interior de la formación inventada por el general Perón, donde se dirime el futuro del país. Romero, de nuevo, caracteriza al movimiento justicialista como espacio más que como partido, al igual que esa materia que nunca se destruye y resulta moldeable de maneras tan diversas; un espacio que, añade, vive unificado bajo un líder o a la búsqueda de quien pueda serlo, cuando parece que se agota el ciclo, que es lo que está ocurriendo con la presidenta Fernández. Ese ciclo comenzó cuando Néstor Kirchner llegó al poder en 2003, continuó con su esposa Cristina, que le sucedió en 2007, revalidó mandato cuatro años más tarde, tras la desaparición del marido que había fallecido en octubre de 2010, y tocará verosímilmente a su fin con motivo de las presidenciales en 2015. Parece altamente probable que entonces se elija a alguien ajeno a la familia. Y Massa parece hoy el personaje síntesis de todos los peronismos mejor situado para ese fin.

El vencedor del domingo ha recorrido cada uno de los escalones no solo del ejercicio del poder, sino de la fidelidad personal e ideológica: fue hombre de Carlos Saúl Menem, el presidente del peronismo neoliberal y privatizador; ha sido kirchnerista de toda confianza con el difunto Néstor, izquierda pragmática; y cristinista con la presidenta, de radicalismo más desmelenado hasta bordear con el chavismo. Semejante variedad de recorrido podría remitir a la obra del novelista, también desaparecido, Osvaldo Soriano, que escribió No habrá más penas ni olvido, llevada al cine (Héctor Olivera, 1983), que escenifica una despiadada antología de las materializaciones de la militancia peronista. Durante el tiempo en que comenzó a desmarcarse de la señora presidenta, Massa trató de estilarse de puente entre kirchnerismo y antikirchnerismo, lo que igualmente podía haberle llevado hasta la candidatura, pero Cristina Fernández, la que aún a fin del año pasado decía "vamos por todo", actitud y sentimiento que la politóloga argentina Beatriz Sarlo considera inspirado por un "relato vertical de amigo o enemigo", acabó por arrojarle a la insurrección, pero sin salirse por ello de la gran jaima del movimiento. Su peronismo es básicamente conservador, con prioridades como la lucha contra la inflación y la inseguridad ciudadana, que inquieta en especial al gran Buenos Aires desde antes del advenimiento del kirchnerato.

En Argentina ha habido, en realidad, dos elecciones; una dentro del peronismo, y otra extramuros. En la interna, como en las primarias del 11 de agosto pasado, el ganador ha sido Sergio Massa, que será en las fechas venideras una especie de imán para atraer peronistas del oficialismo, a medida que las oportunidades de medro del poder se vayan diluyendo; y en las elecciones "por fuera" del movimiento, crecen moderadamente las ilusiones presidenciales del socialista Hermes Binner, que arrolló en Santa Fe, y del alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, que ganó jugando en casa. Pero la respuesta de 2015 parece que habrá que seguirla buscando dentro del espacio del peronismo.

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