Las monarquías del Golfo temen que un acercamiento de EEUU refuerce a Irán
Arabia Saudí y sus vecinos recelan de un posible incremento de la influencia religiosa de Teherán, el rival chií
Después de 35 años de tensiones, amenazas de cierre del estrecho de Ormuz e incluso tambores de guerra, sería de esperar que los países árabes ribereños del golfo Pérsico aplaudieran el acercamiento entre Teherán y Washington. Sin embargo, en vísperas de una nueva ronda de conversaciones sobre el programa atómico iraní, el silencio de Arabia Saudí y las advertencias de sus comentaristas colocan su postura (y la de alguno de sus vecinos) más cerca del rechazo expresado por Israel. Al margen del problema nuclear, las monarquías suníes de la península Arábiga ven en el Irán chií un rival regional al que la eventual reanudación de relaciones con Estados Unidos solo puede dar alas en su detrimento.
“Sin duda esos países se beneficiaban del statu quo. Si Irán deja de ser el enemigo, ¿por qué va a mantener EE UU su presencia militar en el Golfo y sus multimillonarias ventas de armas a la zona?”, plantea en conversación telefónica Toby Matthiesen, investigador de la Universidad de Cambridge y autor de Sectarian Gulf.
Matthiesen advierte sin embargo de que existen importantes diferencias entre ellos. “Mientras Arabia Saudí y Bahréin están extremadamente nerviosos con el acercamiento entre Teherán y Washington, Omán asegura haber mediado entre ellos y Qatar mantiene buenas relaciones con ambos; en Emiratos Árabes Unidos son más vulnerables a un conflicto debido a que sus ciudades se han convertido en centros comerciales y financieros; y los gobernantes de Kuwait cuentan con el apoyo de su minoría chií”, resume. Esa diversidad es la que, en su opinión, hace tan inefectivo el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) que agrupa a los seis.
“EAU y el resto de los países del Golfo están satisfechos de ver que disminuye la tirantez entre Irán y la comunidad internacional y entre Irán y Estados Unidos. La reducción de las tensiones en la zona les beneficia porque pone fin al riesgo de una guerra”, explica a EL PAÍS Abdulkhaleq Abdulla, analista del Gulf Research Center y profesor de la Universidad de EAU.
No obstante, Abdulla admite que existe “preocupación” porque a estos países, que constituyen el pilar de la estrategia militar y diplomática de EEUU en la región, “les gustaría ser parte de ese diálogo” que se está abriendo con su vecino. Temen quedarse al margen o incluso ser víctimas de un acercamiento que, de concretarse, obligará a replantearse el equilibrio de fuerzas que ha prevalecido en las últimas décadas.
Ha sorprendido su falta de reacción al cambio de tono entre Irán y EEUU, incluida la histórica conversación telefónica entre los presidentes Hasan Rohaní y Barack Obama, que muchos ven como el primer paso para un cambio radical de paradigma en Oriente Próximo. Todo depende de que esa cordialidad se concrete hoy en Ginebra (Suiza), donde una delegación iraní encabezada por su ministro de Exteriores, Javad Zarif, va a reunirse con el grupo 5+1 (por los cinco miembros del Consejo de Seguridad más Alemania) para buscar una salida al recelo que despierta su programa nuclear.
El silencio de Arabia Saudí resulta especialmente significativo. La delegación ante la Asamblea General de la ONU incluso renunció a pronunciar su discurso, por primera vez en la historia, en protesta por “la incapacidad de esa organización para resolver los problemas del mundo árabe e islámico”, en concreto respecto a la ocupación israelí de Palestina y Siria. Sin duda, Riad mostraba así su decepción porque finalmente EE UU decidiera no atacar al régimen de Bachar el Asad. Para los saudíes, Washington ha sacrificado Siria en aras del deshielo con Irán. El malestar se ha trasmitido a través de su prensa.
“No entendemos por qué Obama ha decidido abrir la puerta, que hasta ahora había permanecido cerrada frente a un régimen que presidentes de EE UU consideraban malo”, ha escrito Abderrahman al Rashid en Ash Sharq al Awsat (diario panárabe de capital saudí). Al Rashid, que se refiere a la inclusión de Irán en el eje del mal por parte de George W. Bush, expresa tanto malestar con Washington (en quien ha mermado su confianza desde que dejara caer a Hosni Mubarak en Egipto), como prevención hacia Irán.
Igual que Israel, Arabia Saudí duda de la sinceridad de Teherán y teme que Estados Unidos haga concesiones a sus expensas. Además, su preocupación va mucho más allá del controvertido programa atómico. Las monarquías árabes están enfrentadas a su vecino persa en Siria, Irak, Líbano, e incluso las aguas del Golfo que comparten y cuyo nombre disputan. Al recelo de que Irán amplíe su influencia regional, se suma además el temor, casi paranoia, a las minorías chiíes que existen en todos los países de la península Arábiga.
Con mayor o menor fundamento, esos regímenes acusan de forma rutinaria a Irán de intentos de desestabilización. En los últimos meses, Arabia Saudí y Kuwait han anunciado el desmantelamiento de sendas redes de espionaje a favor de su rival. A finales de septiembre, Bahréin anunció la condena a entre 5 y 15 años de cárcel de medio centenar de ciudadanos, todos chiíes, entre otros motivos, por espiar para Teherán.
La desconfianza entre una orilla y otra de ese golfo que los iraníes (y el resto del mundo) denominan Pérsico y los árabes Arábigo, es demasiado grande para que pueda salvarse con gestos. Por eso, “no es suficiente un mero acuerdo para limitar el enriquecimiento o aumentar el número de inspectores”, como ha señalado Riad Kahwaji del Institute for Near East and Gulf Military Analysis (INEGMA).
"Es necesario que [las monarquías del Golfo] formen parte del eventual acuerdo con Irán, pero dada la hostilidad de la última década, no va a ser fácil", concluye Matthiensen.
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