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Columna
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La nueva locura de un líder

Es probable que algunos seguidores de Berlusconi abandonen al líder histórico a su suerte

Europa acaba de registrar dos noticias, una buena y otra mala. La buena, si es que puede considerarse así, es la ofensiva lanzada por fin por el Gobierno griego contra Aurora Dorada y su líder. La mala es, por supuesto, la nueva locura de Silvio Berlusconi, que, en vez de aceptar el veredicto que le condena tras haber sido declarado culpable de fraude fiscal, prefiere hundir a Italia en la crisis, obligando a los ministros de su partido a dimitir.

En Grecia, la situación creada por la aparición y el desarrollo de un movimiento auténticamente neofascista empezaba a plantear serias interrogantes a causa tanto de los excesos, cada vez más numerosos, cometidos por sus esbirros contra los emigrantes, como de la complicidad objetiva de la que gozaba en el seno de las fuerzas policiales un movimiento que entró a formar parte del Parlamento en las últimas legislativas y, finalmente, de la evidente indulgencia de cierto número de diputados de la denominada “derecha clásica”, que, en nombre de la libertad de expresión, deseaban que el grupo neofascista prosperase. El asesinato de un rapero de izquierda a manos de un presunto miembro de Aurora Dorada provocó esta vez una toma de conciencia que determinó al primer ministro conservador a actuar. De ahí las detenciones y las perspectivas de proceso a un movimiento que desfiguraba la pertenencia de Grecia a la Unión Europea. No está de más recordarlo: la Unión Europea no debe ser solamente un mercado único, una zona monetaria que permite que Grecia se beneficie de la solidaridad de los demás, sino también y sobre todo una comunidad de valores, un área democrática que debe seguir siendo tal. Ante el resurgimiento de tentaciones neofascistas o, como en Grecia, neonazis, el único método bueno es el alemán, que no deja pasar ni una y moviliza a la policía en cuanto se hace necesario.

La situación italiana es de otra naturaleza, pero no por ello deja de ser extremadamente preocupante. Para la misma Italia, por supuesto, pero también para el conjunto de la eurozona. Se trata en este caso de la última “gracia” de Berlusconi, cuyo fin político parece cada vez más un triste culebrón en el que el interés personal de aquel que, a la cabeza del Gobierno italiano, pensó primero en sus propios asuntos que en los del Estado, vuelve a primar sobre el interés general. La prensa italiana se ha mostrado prácticamente unánime a la hora de fustigar el comportamiento de un hombre que intenta desviar la atención por todos los medios y evitar la humillación de una votación en el Senado que podría conducir a su inhabilitación política. Hubiera sido más sensato por su parte aceptar retirarse de puntillas, sin dejar de dar su beneplácito al Gobierno de coalición entre el centroderecha y el centroizquierda. Manifiestamente, un comportamiento así está fuera de su alcance. Si esta crisis se prolongase, podría paralizar toda acción pública en un país que necesita desesperadamente enderezar sus cuentas y su situación (la perspectiva es que 2014 vuelva a ser un año de recesión). También podría conducir a unas nuevas elecciones en un clima voluntariamente emponzoñado por Berlusconi. Es como si este último deseara arrastrar a Italia en su caída. Por otra parte, tampoco es su primer intento. Hace un año, fue él mismo quien decidió poner fin al Gobierno de Mario Monti, pese a que este solo estaba al comienzo de una acción que el resto de Europa consideraba reparadora. El profesor Monti consiguió restaurar, en efecto, el crédito de Italia y no dudó en poner en marcha unas reformas estructurales impopulares por naturaleza. Una situación ideal, pues la izquierda y la derecha, que le apoyaban, podían esperar abstraerse del juicio del cuerpo electoral. Pero Berlusconi estimó que había llegado el momento de recuperar el control. No lo consiguió y concedió su apoyo al Gobierno de Enrico Letta. Como sabemos, Letta constituía una alternativa creíble a Monti. Esta vez, el “gesto loco” de Berlusconi podría dar lugar a un impasse más duradero.

No obstante, esta catástrofe política puede tener un desenlace positivo, pues el presidente de la República, Giorgio Napolitano, se esforzará en reunir sin tardanza una mayoría alrededor de un segundo Gobierno Letta. Y es más que probable que una mayoría de las tropas berlusconianas opte por la solidaridad gubernamental y el interés general, abandonando a su líder histórico a su suerte.

De modo que este es mi consejo: que su gran amigo en cuestiones de negocios, a saber, Vladímir Putin, se encargue de encontrarle a orillas del Mar Negro un exilio dorado que permitiría a Italia recuperar las riendas de su propio destino.

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