Bulgaria se instala en la protesta
Miles de personas piden desde hace dos meses en Sofía el cese del Gobierno La población acusa al poder de corrupción, nepotismo y vínculos con la mafia
Suenan pitos, tambores, alguna matraca y hasta vuvuzelas. La gente grita “Ostavka!” (“¡Dimisión!”) y ondea banderas búlgaras. Como cada día durante más de dos meses, grupos de manifestantes toman las calles del centro de Sofía frente a la sede del Consejo de Ministros para pedir la dimisión del Gobierno, al que acusan de corrupción, ineficiencia y nepotismo. Hoy se cumplen 67 días consecutivos de manifestaciones. “Yo protesto porque el Gobierno cometió muchos errores muy rápido y eligieron a varios ladrones para varios puestos públicos”, comenta Yavor Nikiforov, un profesor de informática de 29 años. A su alrededor, unos 250 hombres y mujeres, mayores, jóvenes y niños lanzan cantos contra el Gobierno. Unos pocos policías los vigilan con aspecto de aburrimiento y desgana.
Las manifestaciones empezaron el 14 de junio, cuando miles de búlgaros se echaron a la calle para protestar por el nombramiento de Delyan Peevski como jefe de la Agencia Nacional de Seguridad. Peevski, de 32 años, es miembro de una familia dueña de varios medios de comunicación, se inició en la política a los 21 años y en el pasado ya fue despedido de otro puesto gubernamental acusado de corrupción.
“Ese nombramiento fue como poner a Al Capone de jefe de la policía”, asegura gráficamente Iveta Cherneva, de 29 años, consultora y escritora sobre temas de derechos humanos, economía y política y que también lleva participando en las manifestaciones desde el primer día. “El Gobierno es así de arrogante, creen que la gente somos como ovejas y no pensaban que fuera a ocurrir nada”.
La manifestación del 14 de junio se organizó en apenas unas horas en la red social Facebook. Para muchos ciudadanos, el nombramiento de Peevski simbolizó todos los males de la política búlgara: corrupción, amiguismo y conexiones con el crimen organizado, rasgos que ven heredados del antiguo régimen comunista.
El Gobierno retiró a Peevski del puesto pero a la gente no le importó: las manifestaciones crecieron hasta las 30.000 personas y siguieron a diario. Estos días de agosto, en los que el calor y las vacaciones han vaciado Sofía, son solo entre 200 y 300 personas las que, tras cantar frente al Consejo de Ministros, marchan por el elegante bulevar de adoquines amarillos que va desde allí al Parlamento, frente al que se alza una estatua ecuestre del zar Alejandro II de Rusia, que en 1878 ayudó a liberar Bulgaria del Imperio Otomano.
Alrededor del monumento, hay plantadas 12 tiendas de campaña y dos puestos de información, y la plaza está cubierta por fotomontajes e imágenes de las protestas.
Los manifestantes se acumulan ruidosamente en la plaza y continúan con sus cantos. “Queremos echar a la mafia del Gobierno, queremos que la gente de ahí nos escuche”, dice señalando al Parlamento Hristina Semerdyeva, funcionaria de 43 años.
El Gobierno, formado por una particular coalición entre el partido socialista (BSP), que nominó al primer ministro, Plamen Oresharski, y el partido de la minoría étnica turca (DPS), con apoyos ocasionales de un partido nacionalista de ultraderecha (Ataka), llegó al poder tras otra serie de protestas en febrero. Más relacionadas con la situación económica, aquellas provocaron la dimisión del Gobierno de centroderecha de Boyko Borisov y elecciones anticipadas en mayo.
“Hay un consenso casi universal sobre que este Gobierno no va a completar la legislatura y convocará elecciones anticipadas”, analiza Vladimir Shopov, director del Instituto Europeo de Política Estratégica, con sede en Sofía. “La gente dice: ‘No es tanto quién gobierne sino cómo gobierne”, comenta Shopov sobre la falta de alternativas más allá del partido del Gobierno anterior y de los tres del actual.
Aunque los hay de todas las edades y clases sociales y algunos ya protestaron en febrero, los manifestantes actuales provienen en su mayoría de una nueva clase media beneficiada por el desarrollo económico entre 1998 y 2008, cuando el PIB búlgaro creció a un 5,4% de media, aunque aún sigue siendo el país más pobre de la Unión Europea (UE), con un sueldo medio de 799 levas (unos 408 euros).
Quienes hoy protestan se identifican políticamente con el centroderecha, que en Bulgaria es la fuerza progresista frente al conservadurismo de la época comunista, y encuentran en la Unión Europea una garantía de los valores democráticos que echan en falta en su país.
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