El pregonero del ‘socialismo próspero’
Miguel Díaz-Canel, el segundo al mando en Cuba, emerge a sus 52 años como el hombre que conducirá una eventual transición al estilo ruso en la isla
“Se necesita mucho de la prensa para conseguir ese socialismo próspero y sostenible que nos estamos planteando”, dijo el primer vicepresidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, a los miembros de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) el pasado 14 de julio. Desde que asumió el cargo y la posición de posible sucesor del presidente Raúl Castro en febrero de 2013, algunos ven en Díaz-Canel al hombre que conducirá una eventual transición en Cuba. “Ustedes saben que esos mitos de democracia, libertad de prensa y expresión, prensa oficial y no oficial, qué sentido tienen en un mundo de hegemonía, de vanidad, donde hay un grupo de aspiraciones que son inalcanzables para una mayoría, en un mundo donde hay espionaje electrónico a países, a personas, y eso crea inseguridad. ¿De qué libertades estamos hablando?”, agregó en el mismo discurso. Por declaraciones como esa, otros lo ven como el mascarón de proa que empleará la cincuentenaria revolución cubana para cambiar sin que nada cambie cuando los Castro ya no puedan sostener las riendas.
La construcción de un “socialismo próspero y sustentable” es la nueva meta del Gobierno y a la vez, la traducción retórica de las reformas paulatinas del aparato económico y de las políticas sociales puestas en marcha por Raúl Castro desde 2008. Desde que sustituyó hace casi seis meses al octogenario José Ramón Machado Ventura, el vicepresidente Díaz-Canel —ingeniero electrónico, de 52 años— se ha convertido en altavoz de esta política dentro y fuera de la isla, y en la cara más visible de la renovación de cuadros dirigentes a la que está siendo sometido el Partido Comunista de Cuba.
La carrera política de Díaz-Canel comenzó en Villa Clara, su provincia natal, donde fue primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas (1987) y luego primer secretario del PC (1994). En 2003 fue promovido al Buró Político del Partido y en 2009 fue nombrado por Raúl Castro ministro de Educación Superior. En marzo de 2012, se incorporó como uno de los cinco vicepresidentes del Consejo de Estado, al tiempo que fue relevado otro octogenario dirigente, José Ramón Fernández.
Miguel Díaz-Canel era una figura poco conocida fuera de la isla cuando el 15 de diciembre de 2012 representó al Gobierno de Cuba en la celebración del octavo aniversario de la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba) en Caracas. Era la primera cumbre importante del bloque donde no participarían ni el entonces presidente venezolano Hugo Chávez ni los hermanos Castro. El martes 11, Chávez había sido operado por cuarta vez en La Habana, desde que los médicos cubanos le diagnosticaron un cáncer “en la zona pélvica” en junio de 2011, y Raúl cuidaba de él. “[Presidente Chávez], aquí lo esperamos, unidos, rodilla en tierra, para continuar la batalla por la independencia y la integración de nuestros pueblos”, dijo Díaz-Canel durante su primer discurso en Caracas, leído, que duró doce minutos. El vicepresidente Nicolás Maduro, ungido también como “heredero” de la revolución una semana antes, le agradeció el gesto, aunque ya ambos Gobiernos sabían, según reveló recientemente el presidente ecuatoriano Rafael Correa, que Hugo Chávez “tenía pocos meses de vida”.
Las apariciones públicas de Díaz-Canel, ahora como segundo de a bordo del régimen cubano, no han cesado desde entonces. Fue él quien dio las condolencias en nombre de Cuba por la muerte de Chávez, el 5 de marzo de 2013. Él viajó a Roma como enviado especial para la entronización del papa Francisco, el 19 de marzo. Él encabezó en junio de este año una gira por China, Vietnam y Laos, acompañado del segundo jefe de la Comisión para la implementación y desarrollo del plan de reformas económicas emprendidas por el Gobierno del presidente Raúl Castro. Y dentro de la isla, se ocupa de tareas tan diversas como abanderar a las delegaciones, pedir el apoyo del Movimiento Ecuménico Cubano o clausurar un congreso de periodistas.
Su afianzamiento como figura de peso, sostiene la disidencia interna, forma parte de la preparación de un escenario electoral para una eventual transición que se asemeje a la rusa. “La designación de Miguel Díaz-Canel Bermúdez como segundo al mando del país no es por gusto, es porque es un hombre negociador, porque no tiene las manos manchadas de sangre y porque es muy cercano a Raúl Castro”, opina Guillermo Fariñas. Pero si estos hipotéticos cambios se desarrollan tal y como los han previsto Fidel y Raúl Castro, la última palabra de un Gobierno presidido por él seguiría estando en los cuarteles. “Políticamente y para el exterior, Díaz-Canel sería el que mandaría, pero habría detrás un complejo mafioso-militar que sería el que tendría el poder efectivo”, agrega Fariñas.
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