La urgencia de esperar
Tienen prisa. No quieren esperar más. Se han hartado de la marcha cansina de la historia. De esa patria lenta que nunca termina de despertar. Están convencidos de que es ahora o nunca. Creen que las condiciones actuales son únicas y quizás irrepetibles: crisis económica, quiebra institucional, hundimiento de los grandes partidos... Es la ventana de oportunidad que surge en toda crisis.
Siguen un dictum ya clásico: no dejes de aprovechar una buena crisis. Sirve para todo, ganar las elecciones o reducir plantillas, lanzar una aventura independentista o imponer el proyecto neocentralista que tan bien representan José María Aznar y Faes con su proyecto de reforma del Estado autonómico.
El encontronazo entre el proceso soberanista y la realidad de una autonomía bajo amenaza no puede ser más sorprendente. Mientras los poderes públicos catalanes lideran la marcha hacia los nuevos horizontes patrióticos, con declaraciones de soberanía, consejos y pactos para la llamada transición nacional, celebraciones históricas solemnes y la dosis correspondiente de almíbar nacionalista, Montoro, Wert y Soraya Saénz de Santamaría avanzan sin vacilar sus peones, siempre con el grifo de la liquidez como amenaza ante los comportamientos del gobierno catalán.
Las dificultades para celebrar una consulta independentista no pueden ser mayores, incluida la nula comprensión internacional que suscita, pero todas ellas quedan compensadas ante la opinión catalana por la oferta que está dibujando el gobierno de Rajoy con un horizonte de reducción todavía mayor de la autonomía realmente existente. Si no quieres caldo, dos tazas. Quienes abominan del actual Estatut interpretado y recortado por el Constitucional tendrán que tragar con la autonomía recortada por mor de la reducción del déficit.
Y sin embargo, es el horizonte más estimulante para los que tienen prisa. Se entiende que cualquier fórmula intermedia sea objeto de mofa y rechazada con un manotazo de desprecio. Para los apresurados el federalismo es peor que el neocentralismo, Rubalcaba que Rajoy, Pere Navarro que Sánchez Camacho e incluso Rajoy que Aznar.
Nadie ignora en Cataluña, aunque pocos lo reconozcan, que la urgencia no es la consulta, sino enfrentarse a la crisis y frenar la ofensiva del PP contra el autogobierno. Y que todavía hay otras urgencias más graves y mayores que la consulta, como negociar un nuevo acuerdo de financiación, resolver el déficit de infraestructuras o pacificar la política lingüística para terminar de una vez con los bochornosos ataques que sufre la lengua catalana en Aragón, País Valenciano y Baleares.
Si Cataluña tuviera Gobierno —que no lo tiene, puesto que no gobierna el que hay, salvo alguna consejería excepcional y excéntrica— y tuviera oposición —que tampoco tiene, puesto que ERC es el perro del hortelano, que no come ni deja comer—, a la urgencia de la consulta se opondría la urgencia de esperar. Y, en vez de dedicar las energías a una gimnasia soberanista que simula el movimiento sin salir del gimnasio, se propondría a todo el parlamento el plan de trabajo que se desprende por su propio peso de las necesidades de los ciudadanos y de un consenso mucho mayor que el que suscitan la consulta y por supuesto el indescifrable objetivo de esa independencia apresurada.
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