El exguardián de la eurozona
Juncker, el gobernante más veterano de la UE con 18 años en el cargo, criticó la inacción de Bruselas ante la crisis
Jean-Claude Juncker logró su momento más célebre en España gracias a una foto, replicada hasta la saciedad en los medios de comunicación, en la que agarra del cuello al ministro de Economía, Luis de Guindos. Era una de las interminables citas del Eurogrupo (reunión de ministros de Finanzas de la zona euro) y, a pesar de la sonrisa que lucía Juncker, la imagen se interpretó como símbolo de lo estrangulada que estaba España por las exigencias de Bruselas.
Más que la intransigencia del primer ministro luxemburgués, el gesto reflejaba el carácter socarrón del personaje, que durante años compatibilizó el mando del pequeño país europeo con el del Ministerio de Economía. Su voz se hizo reconocible en Europa por mantener un discurso a veces alejado de la ortodoxia comunitaria. Juncker alertó contra las crecientes diferencias entre el norte y el sur del continente y criticó con dureza la inacción de las instituciones europeas frente a la crisis: “El impacto de la Unión Europea en el exterior es lamentable: no estamos dando un ejemplo sensacional de liderazgo”. Las críticas se fueron acentuando a medida que se acercaba el final de su mandato al frente del Eurogrupo, que abandonó el pasado enero. “Europa ha agotado ya su capacidad para decepcionarme”, dijo en una de sus últimas ruedas de prensa, de madrugada, en Bruselas.
A sus 58 años, este abogado de formación es un democristiano en el sentido estricto de la palabra, capaz de dialogar con la izquierda —integrada en su Gobierno— y con la derecha, al frente de un país que combina elementos tan contrapuestos como el secreto bancario y unas políticas con fuerte componente social.
En Europa cimentó su prestigio en la segunda mitad de los noventa. Primero como ministro de Economía de su país y desde 1995, como primer ministro, gozó de la absoluta confianza de Alemania y Francia, cuando ese eje vertebraba el devenir europeo. Desempeñó un papel fundamental en los años previos a la puesta en marcha del euro.
Carismático en sus intervenciones —aunque implacable con la prensa—, sus detractores lo acusan de haber dejado algo desatendido su país para dedicarse de lleno a Europa. Su labor al frente del Eurogrupo ha coincidido con los momentos más convulsos de la UE y fue precisamente Juncker quien, poco antes de dejar ese cargo, lanzó la idea de convertir la presidencia del Eurogrupo en un cargo de dedicación exclusiva. Aunque su sucesor, el holandés Jeroen Dijsselbloem, es también ministro de Finanzas de su país, parece que la Unión Europea acabará finalmente poniendo en marcha esta propuesta de Juncker para elevar el perfil de ese puesto.
Probablemente Juncker nunca imaginó que, tras 18 años en el poder, tendría que aplicarse a sí mismo una de sus frases más célebres: “Sabemos qué hacer para salir de la crisis; lo que no sabemos es cómo ganar las elecciones después”.
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