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El largo adiós a la troika

Bruselas y el FMI se cruzan acusaciones por el diseño y la gestión de los rescates El Fondo anunció su salida del triunvirato y la Comisión considera agotada la fórmula

Claudi Pérez
Manifestación contra la troika en Portugal.
Manifestación contra la troika en Portugal.EFE

Cruce de declaraciones subidas de tono, errores flagrantes, resultados que van de lo mediocre a lo pésimo y, en última instancia, un divorcio seguro en el horizonte. Tres son multitud: la troika, ese complejo artilugio formado por Comisión Europea, FMI y BCE encargado de los rescates a los países abatidos por la crisis del euro, tiene los días contados, según una docena de fuentes consultadas en las instituciones europeas y entre académicos de primer nivel, muy críticos con su funcionamiento.

“Muerte a la troika”, resume mordaz un alto funcionario en Bruselas tras examinar el desarrollo de los programas de países como Grecia y Chipre, abocados a una depresión, y en menor medida Portugal e Irlanda, que tienen ante sí una larga travesía del desierto. El FMI ya ha señalizado con claridad su futura salida de la troika. La Comisión cuenta los días para que eso ocurra: “Hay condiciones más que suficientes, si los Gobiernos lo quieren, para que las instituciones europeas tengan plena responsabilidad sobre los rescates”, ha explicado su presidente, José Manuel Barroso.

El matrimonio entre Europa y el FMI está prácticamente roto, quizá porque nunca hubo verdadero amor. Allá por 2010, con Grecia al borde de la catástrofe, la Comisión presentó a los socios el esbozo de un Fondo Monetario Europeo para gestionar rescates. Alemania lo tumbó sin titubear. No se fiaba de la Comisión, de su nula experiencia en la gestión de rescates, de los riesgos de politización. Ni la Comisión ni el BCE querían al FMI a bordo, pero Bruselas acabó aceptándolo porque no tenía más remedio, y Fráncfort para tener el apoyo de Berlín en otras cosas, con el convencimiento de que por ese flanco llegaba a la troika una excelencia técnica que no ha acabado de aparecer.

Durante un tiempo la troika se escudó tras el bucle del pensamiento utópico: se armó hasta los dientes de estudios académicos que se han revelado menos científicos de lo que pretendían o que, simplemente, se sobreinterpretaron. Y cuando se vio que la medicina —la tijera— no funcionaba, la troika alegó que la dosis había sido escasa y su administración demasiado benevolente. Ni la troika se cree ya esa tesis: llega el momento de repartir responsabilidades por los destrozos. Unos y otros han empezado a echarse la culpa. Ese cruce de acusaciones puede volver sobre ellos como un bumerán: el Parlamento Europeo estudia abrir comisiones de investigación sobre todo lo ocurrido.

Hubo problemas desde el primer día, pero ahora el ruido es ensordecedor. El BCE siempre estuvo semiausente, pero obsesionado con no perder un euro: Bruselas y Washington le acusan entre bambalinas por su egoísmo y su falta de implicación, “que solo puede ir a más por problemas de incompatibilidades cuando sea supervisor bancario único”, apunta Jakob Kirkegaard, del Peterson Institute. Las críticas entre las otras dos instituciones que forman la troika han sido feroces: el FMI ha entonado un curioso mea culpa en Grecia, que funciona como un ataque frontal a la Comisión. El Fondo viene a decir que es imposible lidiar con una miríada de primeros ministros, ministros de Finanzas, comisarios, funcionarios del Eurogrupo y halcones del BCE: la cacofonía es sensacional y la toma de decisiones, desastrosa. De paso, afirma que el ajuste en Atenas se hizo sobre hipótesis irreales —Grecia tenía que salir de la recesión en 2012: este año caerá más del 4%— y que no se hizo lo imprescindible: reestructurar la deuda, algo a lo que los europeos se negaron en redondo. “Y se siguen negando, porque ese es el problema de Europa: sigue en un estado de negación con Grecia, que no puede salir del pozo sin esa quita, y con Portugal e Irlanda, que necesitan otro empujón y puede que algo más en el caso portugués, y desde luego en Chipre, camino del desastre”, según fuentes próximas al FMI.

La Comisión montó en cólera tras ese varapalo. Bruselas critica la deslealtad del Fondo, que achaca al creciente protagonismo de los países emergentes. China, Brasil y compañía están molestos con los riesgos asumidos en Europa, un continente tan rico para ser rescatado (la renta per cápita irlandesa es la cuarta de la UE: superior a la alemana y muy por encima de la brasileña) como tóxico para la credibilidad del FMI. El comisario Olli Rehn ha acusado al Fondo de “lavarse las manos” tras recordar que estuvo allí en todas las decisiones. Pero a la vez insiste en que los programas “van por buen camino”. Eso es en público: en privado, las fuentes comunitarias consultadas admiten que el rescate a Grecia “no funciona”, y prevén una futura reestructuración de la deuda tal como pide el FMI. Y apuntan también que el rescate portugués y el irlandés dejan dudas muy serias, así como el chipriota, un compendio de todos los males de la gestión de la crisis.

La troika está condenada a una muerte lenta: el FMI ponía un tercio del rescate en Grecia; en Chipre solo contribuye con el 10%. Pero lo fundamental es que la fórmula parece agotada: “Lo que cabría esperar, al menos, es que los rescates acortaran los dolores del parto y la cicatriz que dejará la crisis. Lo que está sucediendo es lo contrario”, concede una alta fuente europea. Aunque no todo son críticas: en Luxemburgo, un alto funcionario de una de las instituciones europeas defiende parcialmente su labor. “Hay que pensar qué hubiera pasado sin esos programas: un colapso en esas economías. Además, sin el FMI los rescates no hubieran sido muy diferentes. Lo sucedido es lógico: tres personalidades fuertes, poco acostumbradas a compartir poder, han tenido los inevitables encontronazos. Pero diseñar el ajuste era difícil: para compensar los recortes no ha habido ni estímulos en Alemania ni devaluación. Eso es lo que cabe achacarle a la troika, incluido el FMI: que solo haya sabido imponer ajustes a los rescatados, cuando el problema es de toda la zona euro, de Berlín y de Fráncfort”.

La academia es menos indulgente. “La troika es incómoda para el FMI y Europa. El Fondo critica a la UE por su rechazo a reestructurar deudas insostenibles, su fracaso para recapitalizar bancos y su insistencia en la austeridad. Y los europeos son críticos con el Fondo por su deslealtad. Así que lo lógico es que a partir de ahora vayan separando sus caminos. Eso no garantiza el éxito: si Europa sigue con su negacionismo respecto a la banca o la necesidad de reestructurar deudas allá donde es imprescindible, y sobre todo si sigue en esa carrera absurda de austeridad y reformas sin que el BCE y Alemania compensen por algún lado, el desastre es seguro”, explica Barry Eichengreen, de Berkeley.

A este lado del Atlántico, más cera: “La troika es un desastre”, dispara Charles Wyplosz, del Graduate Institute. “El FMI no debió aceptar su entrada, pero una vez dentro sobran las excusas. Los programas se diseñaron para proteger a los países que están bien, no para salvar a los rescatados. Y en general no habrá solución hasta que los acreedores lleguen a acuerdos con los deudores: hay que acabar con el tabú de las reestructuraciones. Lo contrario es recetar grandes dosis de aspirina cuando hay que ir al quirófano”. Tal vez el más duro sea Paul De Grauwe, de la London School of Economics, que califica la troika de “tremendo error, de forma y de contenido”. “La troika ha orquestado una recesión en toda Europa con esos programas basados en la austeridad sin poner peros a los países acreedores, como Alemania, que debe hacer mucho más. Lo malo es que matar a la troika no es la solución: los fundamentalistas de la tijera pueblan las instituciones europeas”, cierra.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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