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Brasil ¿un sueño o una pesadilla?

El gobierno está perplejo.

Juan Arias
Imagen de la protesta frente al Congreso en Brasilia.
Imagen de la protesta frente al Congreso en Brasilia.EVARISTO SA (AFP)

Nadie se atreve a dar un nombre a la sorpresa que supuso la noche de este lunes ver de repente al país echarse a la calle, convocado sólo por Internet y a veces por simples adolescentes.

El gobierno está perplejo. Nadie esperaba que esta multitud, formada por personas de todas las edades y de todos los grupos sociales, saliese de repente a la calle a decir: "Queremos cambiar a Brasil".

Para unos fue un sueño de democracia, un despertar después de años de silencio para expresar, de las formas más creativas, que no están satisfechos con la calidad de vida que les ofrece el Gobierno, ni con la corrupción, ni con el despilfarro del dinero público, empezando por los miles de millones gastados para preparar el Mundial de fútbol.

Para otros más que un sueño lo que vivió anoche un Brasil atónito podría acabar en pesadilla por los gestos de violencia de algunos grupos extremistas, que intentaron destruir la sede del gobierno de Río de Janeiro o invadir el Congreso.

Lo que están diciendo, sobre todo los más jóvenes, explicaba en la televisión el historiador Francisco Carlos Teixeira, es que los políticos “ya no les representan”. Por eso arremetieron anoche contra los símbolos del poder político en Río y en Brasilia.

Desde la presidencia de la República, la presidenta Dilma Rousseff, mandó decir que existe en el país el derecho a la libre manifestación y que es típico de los jóvenes protestar. El expresidente Lula da Silva, aún una fuerte referencia en Brasil, salió también al ruedo para decir que sólo “un irracional podía estar en contra de las manifestaciones”.

Histórico líder sindical, Lula apeló a que las reivindicaciones se traten con “negociaciones”. Lo sucedido en la noche de este lunes, sin embargo, no facilita esas negociaciones porque no existen líderes con poder en el movimiento, ni se trata de una lista de reivindicaciones sindicales. “Queremos un nuevo Brasil”, rezaban los carteles. Y las quejas iban desde el precio de los transportes, a las deficiencias en la educación y en la sanidad, pasando por la corrupción política.

Nadie sabe cómo es ese nuevo Brasil que profetizaban los cientos de miles de personas que anoche invadieron las ciudades. Pero para varios analistas políticos quedó claro que se trata de una “insatisfacción e irritación difusa”, como dijo la periodista Eliane Cantanhêde, quien añadió que el momento no era de respuestas "sino de dudas e interrogantes”.

El líder de la oposición, Aecio Neves afirmó que existe hoy “insatisfacción en la calle” y hasta el ministro Gilberto Carvalho, hombre de confianza de Lula, admitió que esos jóvenes que se han echado a la calle “nos aportan angustia”.

La gente en Brasil, que los próximos días seguirá saliendo de nuevo a manifestar su protesta en 220 ciudades no lucha contra una dictadura; ni siquiera contra el Gobierno. Quiere más, como ya dijimos este lunes. La gran incógnita es como quieren conseguirlo, quién cristalizará esa protesta sin líderes, que al mismo tiempo afirma que los políticos de turno “no les representan”.

Si existe “angustia difusa” en la calle, esa angustia se ha trasladado anoche como un aldabonazo hasta el Palacio Presidencial, donde se sienta la mandataria Dilma Rousseff, antigua guerrillera y luchadora contra la dictadura cuando tenía la edad de los que esta noche intentaron ocupar el Congreso.

Su papeleta no es fácil, pero quizás su biografía la pueda ayudar a buscar respuestas a esa insatisfacción de un país que hasta ayer estaba mudo y que de repente, sin que nadie lo esperara, retomó su voz.

Esa voz estuvo bordada de muchas notas: unos lloraban de emoción en la calle y se abrazaban. Otros se dedicaron al vandalismo y a manchar aquella fiesta que, aunque difícil de definir, fue sin duda celebrada por la inmensa mayoría en el tablado de la democracia, de una democracia más de todos, más auténtica, más participativa, donde cada uno y no unos pocos, puedan tener no sólo voto sino también voz.

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