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Una película de espías de serie B

El joven citó en un hotel de Hong Kong, cerca de la base de la CIA en el Consulado de EE UU, a las tres personas a quienes filtró los informes

Yolanda Monge
El Hotel Mira, en Hong Kong, donde Edward Snowden estuvo residiendo tras abandonar EEUU por las filtraciones.
El Hotel Mira, en Hong Kong, donde Edward Snowden estuvo residiendo tras abandonar EEUU por las filtraciones. PHILIPPE LOPEZ (AFP)

Quienes exponen al mundo las tripas tecnológicas de los servicios secretos y los programas clandestinos que controlan parte de la intimidad de las comunicaciones de los ciudadanos no suelen utilizar ninguno de esos métodos para relacionarse con sus intermediarios o sus fuentes. Internet no es amigo de nadie. No lo es de un periodista si las autoridades competentes deciden rastrear sus fuentes; no lo es de la Administración, como prueba la actual crisis que enfrenta el Gobierno de Obama; y no lo es, por supuesto, de un agente de los servicios de espionaje de ningún país del mundo, que preferirá seguir usando el clásico banco en un parque para pasar información a enviar un correo electrónico o usar un teléfono móvil.

Edward Snowden se consideraba un espía a pesar de no tener esos galones por lo que actuó como tal, alejado de medios que pudieran dejar rastro e introduciendo en su encuentro con sus contactos un toque que daría para una película de espías de serie B si Hollywood hubiera optado por el guion. El joven experto en espionaje dejó instrucciones claras para las tres personas a las que citó en una esquina determinada de un hotel de la ciudad de Hong Kong (no muy alejado de la base de la CIA en el consulado norteamericano, por cierto).

Glenn Greenwald —abogado y bloguero experto en derechos civiles que desde el año pasado es columnista del periódico británico The Guardian—; Laura Poitras –realizadora de documentales especializada en vigilancia-; y Ewen MacAskill —redactor del mismo diario británico que Greenwald— debían situarse en las cercanías de un hotel de ese territorio chino y preguntar sobre cómo llegar a otra parte del hotel en voz alta, según relataba ayer el diario The New York Times. Si todo marchaba como previsto, explica el rotativo neoyorquino, la fuente pasaría por delante de ellos andando y portando en sus manos un cubo de Rubik.

El trío cumplió con el protocolo impuesto y ante ellos apareció Snowden, colorido cubo de Rubik en la mano. Según ha relatado Greenwald, se quedó impresionado por el aspecto joven de quien estaba a punto de entregarle los programas clasificados de vigilancia de las comunicaciones de la administración norteamericana, un hombre que parecía mucho menor que los 29 años que su partida de nacimiento dice tener. El columnista de The Guardian quizá esperaba a alguien con la imagen que en su tiempo –o incluso hoy- tenía Daniel Ellsberg, el hombre que filtró los famosos papeles del Pentágono en 1971 probando que la Administración Johnson había mentido al país sobre la marcha de la guerra de Vietnam. Ellsberg tenía entonces 40 años. Hoy suma 82 y el espectro de la traición no pende sobre su cabeza.

Si todo marchaba como previsto, Edward Snowden pasaría por delante de las personas a quienes entregaría la información andando y portando en sus manos un cubo de Rubik

“Soy consciente de que sufriré por mis acciones y de que la entrega al público de esta información supone mi final”, escribió Snowden a principios del mes de mayo, cuando todavía vivía la confortable vida que le garantizaba un salario de 200.000 dólares anuales en la nómina de los servicios secretos y sus compañías aledañas. Por aquel mes, el joven analista hizo notar que los periodistas que destaparan su historia estarían también en peligro por publicarla. “La inteligencia norteamericana no dudaría en asesinarte si cree que así se pone final a la filtración y mantiene la información en su exclusivo poder”, escribió Snowden.

El último informante con conocimientos informáticos en poner contra las cuerdas al Gobierno de EE UU —el soldado Bradley Manning enfrenta juicio estos días por la filtración hecha a WikiLeaks— contactó también a un antiguo periodista del Washington Post al que ofreció los secretos del espionaje a cambio de unos requerimientos que el diario de la capital de la nación no quiso garantizar —publicar en una determinada fecha y aportar una clave criptográfica en su página web que probaría que él era la fuente de los documentos—.

Edward Snowden usó el nombre en clave de Verax —el que dice la verdad, en latín— para aproximarse al exreportero del Post Barton Gellman, un seudónimo usado por dos escritores británicos, uno del siglo XVII y otro del XIX. Este segundo alcanzó la fama en su tiempo. El primero murió en la Torre de Londres.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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