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Obama llega cuestionado y debilitado a la cumbre con Xi Jinping

El presidente de EEUU pierde autoridad para presionar a China sobre el ciberespionaje

Antonio Caño
El entonces vicepresidente chino, Xi Jinping, y el estadounidense, Barack Obama, en una reunión en 2012.
El entonces vicepresidente chino, Xi Jinping, y el estadounidense, Barack Obama, en una reunión en 2012.SAUL LOEB (AP)

Barack Obama recibe este viernes al presidente de China, Xi Jimping, en el complejo turístico de Sunnylands, en pleno desierto californiano, en la peor de las condiciones posibles para ejercer presión, particularmente en el punto más delicado de la actual agenda bilateral, el del espionaje cibernético. Un presidente en plena tormenta por el masivo entrometimiento de sus servicios de espionaje en llamadas telefónicas, correos electrónicos y chats, no es la voz más autorizada posible para pedir limpieza en Internet.

Por supuesto que son problemas muy diferentes. El espionaje que Estados Unidos realiza con la justificación de proteger a sus ciudadanos es diferente que el que se sospecha de China para obtener secretos comerciales o militares. Pero ambos forman parte de la acción incontrolable de un Gobierno todopoderoso que sitúa los objetivos estratégicos por encima del derecho cotidiano. Un Obama implicado en actividades que limitan la libertad individual y la privacidad de las personas está, por tanto, en peores condiciones para pedirle a Xi respeto a las reglas del juego de un mundo civilizado y democrático. Por no mencionar que, horas antes del comienzo de esta importante cumbre, la atención del público y de los periodistas estaba todavía distraída con registros telefónicos y accesos indebidos a las páginas de Facebook.

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Este es, pese a todo, el primer encuentro entre Obama y Xi en su calidad, ambos, de presidentes de las dos mayores potencias sobre la Tierra. Es, por tanto, una reunión crucial para la estabilidad política y económica y para la paz en el mundo. Buena parte del rumbo que tomen los acontecimientos internacionales en los próximos años dependerá de cómo se entiendan estas dos personas que desde anoche están encerradas en Sunnylands.

En un país como China, un régimen autoritario con un poder centralizado, la conexión personal con la figura que está en la cúspide es especialmente importante. Xi acaba de llegar a la presidencia y EE UU necesita saber quién es realmente, cuáles son sus verdaderas intenciones, qué posibilidades reales existen de trabajar con él. Así lo entendieron los anfitriones norteamericanos al organizar esta primera cumbre con un formato tan peculiar: muchas horas de conversiones bilaterales y de convivencia a lo largo de dos días en un verdadero retiro que invita a la concentración y al diálogo. El objetivo es crear un buen punto de partida en una relación que ojalá sea fructífera por el bien de todos.

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Así lo explicó, horas antes del comienzo de las reuniones, un alto funcionario estadounidense: “Se trata de construir un nuevo modelo de relaciones entre grandes poderes. Ambos líderes han entendido que existe el peligro de que un poder emergente y un poder establecido puedan entrar en colisión en algún momento, y que para evitar ese tipo de rivalidad es necesario poner en marcha mecanismos que eviten la inestabilidad”.

Ese peligro se aprecia hoy prácticamente en todas las áreas de interés internacional: comercio, crecimiento económico, medio ambiente, derechos humanos, Internet, Irán, Corea del Norte, Asia, Oriente Próximo, África… Incluso América Latina, por donde Xi se ha paseado antes de llegar a California –visitó Trinidad y Tobago, Costa Rica y México- para dejar claro que China no renuncia a competir con EE UU ni siquiera en su patio trasero.

El espionaje que Estados Unidos realiza con la justificación de proteger a sus ciudadanos es diferente que el que se sospecha de China para obtener secretos comerciales o militares

Esa competencia es, por ahora, pacífica, y, dentro de lo que cabe, razonablemente ordenada, y así parece que ambos países quieren que siga siendo. Las cumbres EE-UU son hoy, obviamente, el máximo exponente de la división del mundo actual, y sustituyen, de alguna forma, a las antiguas reuniones entre EE UU y la Unión Soviética, con la diferencia de que no hay aún un duelo militar de por medio ni los dos países actúan como líderes de bloques compactos que los respaldan. EE UU y China comparten hoy múltiples intereses y países aliados, algo que nunca ocurrió con la URSS.

No se esperan resultados espectaculares de esta cumbre. Tampoco es ese el propósito. Los dos Gobiernos mantendrán el mes próximo su conferencia anual, que es el foro adecuado para hacer avanzar los acuerdos. Lo que sí cabe esperar es un compromiso de ambos presidentes de reducir las tensiones actuales en algunos frentes, como el de la amenaza de una ciberguerra o la proliferación nuclear.

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