La mecha de la ira prende en Suecia
Los barrios de inmigrantes de Estocolmo estallan tras seis noches consecutivas de disturbios La muerte de un hombre a manos de la policía desató la revuelta
La agente de policía describe así a los que hoy quitan el sueño a Suecia, nunca mejor dicho: Son jóvenes, muy jóvenes, por lo general de edades comprendidas entre 12 y 20 años, varones, encapuchados y con el rostro cubierto —lo marca con las dos manos la oficial— por encima de la nariz. Gamberros, cada uno con sus motivos, que solo dejan a la vista los ojos, las piedras que agarran y el fuego que prenden para retomar el pulso diario y nocturno con las fuerzas de seguridad suecas iniciado el pasado domingo, tras la muerte en Husby, distrito de Estocolmo, de un hombre de 69 años a manos de la policía. De la periferia de la capital del país escandinavo, los disturbios han corrido como la pólvora durante las madrugadas del viernes y el sábado a otras localidades al sur de la ciudad. Una treintena de personas han sido detenidas e interrogadas por la policía en los últimos días.
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En Husby, barriada del noroeste de la capital, empezó todo. La agente, de ojos azules, tez blanca y pelo rubio —detalle nada baladí por inusual en la zona que patrulla—, contaba ayer, junto a un mercado del barrio, cerca de una camioneta calcinada y los cristales rotos de una librería, que, en efecto, fue eso y solo eso, la muerte de un vecino de 69 años, con problemas psicológicos y con la bebida, lo que desató la ira de los jóvenes.
En la madrugada del viernes, Husby cedió protagonismo al barrio de Rinkeby, muy cercano, donde seis coches ardieron en llamas; Norsborg, más al sur, en el que tres vehículos corrieron la misma suerte; Älvsjö, donde la mira de los disturbios se topó con una comisaría; Kista y Tensta, distritos también del noroeste a los que los vándalos fueron para incendiar dos colegios —que, según dicen, estos chavales no frecuentan especialmente. En este último barrio, en Tensta, un fotógrafo de AFP fue testigo ya este sábado del intento de nuevo de convertir en cenizas un vehículo.
El efecto llamada, la imitación o el simple divertimento, según el que opine, ha extendido los altercados a otras ciudades al sur de Estocolmo, hacia donde parece que la marea violenta se está trasladando. El fuego prendió en la madrugada del jueves al viernes en las localidades de Boras, Malmö y Lund. Un sabotaje en la red ferroviaria hizo suspender también el servicio entre Ronneby y Karlskrona, en el sudeste del país.
Anoche fue la pequeña localidad de Örebro, a unos 160 kilómetros de Estocolmo, la que ha tenido que salir en auxilio de uno de sus colegios, que un grupo de chavales trató de incendiar. En Linköping, al suroeste de la capital, los encapuchados ha seguido este sábado el guion y han atacado varios coches, un colegio y una guardería, informa Efe. Pese a que el fuego juvenil pierde fuelle cerca de Estocolmo para repartirse, con menos fuerza, en otras zonas del sur del país, un portavoz de la policía, Kjell Lindgren, ha informado de que las fuerzas de seguridad están recibiendo refuerzos policiales entrenados en operaciones antidisturbios de ciudades como Gotemburgo y Malmö.
"Si tuviera que decir cuántos trabajan de los 100 que hay aquí”, dice una mexicana, con más de 30 años en Estocolmo, que prefiere el anonimato debido a su confesión religiosa, “diría que unos 15”. Y ese es el problema, no solo de Husby —solo allí, el 20% de los jóvenes ni estudia ni trabaja—, sino también del anillo que rodea el centro de la capital sueca. No hay trabajo para los inmigrantes. O no les dan trabajo. Pero, ¿quiénes son? La foto de Husby es la de un barrio popular, un distrito obrero, de bloques funcionales sin mucho atavío, sin mucho color —salvo el verde de la arboleda— y con una población que, incluso para el menos observador, no se parece a eso que guarda el imaginario sobre Suecia o Estocolmo. El barrio tampoco responde a la fantasía de las calles de la capital.
Son inmigrantes de primera, segunda o tercera generación. La mayoría son musulmanes. Muchos vinieron —o sus padres— del Cuerno de África (Somalia, Etiopía), otros de la región subsahariana, pero también del Magreb, del este de Europa, de Turquía, Irak, Afganistán, Siria… “De todos lados”, dice F. Paris (pseudónimo), un joven de 23 años que reside un poco más al norte, en Akalla. F. Paris, de buena planta, con un pendiente de aro en cada oreja, es uno de esos voluntarios que salen cada noche para persuadir a los menores a que dejen las piedras en el suelo y marchen de vuelta a casa. “O bien se van cuando nos ven”, dice este joven, con raíces en Etiopía, “o hablamos con ellos para que lo hagan; ya saben quiénes somos”. Y funciona.
Todo pese a las críticas que el primer ministro sueco, Fredrik Reinfeldt (centroderecha), recibió de la oposición cuando hizo un llamamiento a la ciudadanía para que colaborase para frenar los disturbios, en una suerte de combate dialéctico callejero. En Husby ha dado sus frutos, la intensidad del fuego se ha aliviado; pero también se está procediendo de igual modo en otras áreas de la capital. La agente de policía interrogada en las calles de Husby viene precisamente de más al sur, de Hässelby, donde los vecinos también se organizan para sujetar a los encapuchados. “Se reúnen a diario”, dice está agente, “para informar a los jóvenes de que no lo hagan, que no ataquen a la policía o los bomberos, porque alguien puede resultar herido”.
Algunos atienden, pero otros hace ya tiempo que se hicieron su propia película, bien engordada por cierto hermetismo del Gobierno. Aún se desconoce al detalle cómo murió el hombre de 69 años el pasado domingo y cuál era su nacionalidad. Unos medios cuentan que era de origen portugués, otros que empuñaba un cuchillo cuando fue abatido a disparos. Parece que el individuo, junto a su mujer, fue atacado por un grupo de jóvenes de camino a casa. Él respondió y acabó siendo la víctima, a manos de la policía.
Y ante la falta la información, quedan los rumores. Uno de los más extendidos es que el hombre fue acribillado a tiros en la cabeza. Y eso, que muchos en Husby parecen haber visto en fotos o atestiguado en directo, levantó a la masa, nada amiga de cómo actúa en su territorio la policía, a la que acusan de discriminación. “¿Hubieran hecho lo mismo en el centro de Estocolmo?”, se pregunta F. Paris.
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