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“Si queda alguien vivo, que haga un ruido”

Supervivientes del edificio derrumbado en Dacca, que dejó 380 muertos, relatan el dramático rescate

Una mujer espera noticias rodeada de carteles de desaparecidos.
Una mujer espera noticias rodeada de carteles de desaparecidos.ANDREW BIRAJ (REUTERS)

La madre permanecía junto al borde de las ruinas, besando las fotos de sus dos hijos: Asma, que trabajaba en una fábrica de ropa en la cuarta planta, y Sultán, que trabajaba en la quinta.

Después del derrumbamiento del edificio, el pasado miércoles, los equipos de rescate estuvieron recuperando cadáveres y supervivientes durante cinco días, pero no a su hijo y a su hija. Con las lágrimas corriéndole por las mejillas, empezó a gritar: a un soldado que sudaba bajo el casco, al edificio destrozado, a su dios, y finalmente a sus hijos, chillando su nombre y haciéndoles señas: “¡Hoy estoy aquí! ¡Pero no habéis vuelto!”.

Miles de personas rodeaban el lugar el domingo y observaban la enorme operación de rescate, aunque cada vez había menos esperanzas de encontrar con vida a más víctimas. Durante casi 12 horas, los equipos de rescate trataron de salvar a una mujer atrapada haciéndole llegar alimentos secos y zumo mientras penetraban con cuidado a través de los escombros para intentar alcanzarla. Pero luego se desató un incendio que aparentemente mató a la mujer y provocó el llanto de muchos bomberos.

Mientras la ira inflamaba el país, agentes bangladesíes localizaron y arrestaron a Sohel Rana, el propietario del edificio, que estaba escondido cerca de la frontera india, y lo trasladaron en helicóptero a Dacca. Según los noticieros locales, cuando los megáfonos anunciaron su detención en el lugar del rescate, la multitud prorrumpió en ovaciones.

Cuando se anunció por megafonía la detención del propietario del edificio, la multitud rompió a aplaudir

El derrumbamiento del edificio, el Rana Plaza, se considera el accidente más mortífero de la historia de la industria textil. Se sabe que acabó con la vida de 380 personas, y se cree que cientos de trabajadores más siguen desaparecidos, enterrados en los escombros.

El edificio Rana Plaza albergaba cinco fábricas textiles, que empleaban a más de 3.000 trabajadores que hacían ropa para consumidores europeos y estadounidenses. Los activistas de derechos laborales, citando registros de aduanas, sitios web de empresas o etiquetas descubiertas en las ruinas, afirman que las fábricas producían ropa para JC Penney; Cato Fashions; Benetton; Primark, la cadena de tiendas de bajo coste británica; y otros minoristas.

En los lugares cercanos al edificio, el hedor de la muerte era abrumador. Algunos hombres con mascarillas quirúrgicas rociaban el aire con desinfectante; otros, con ambientador. En un momento dado, según la policía, se suspendió la búsqueda dentro de la estructura porque algunos miembros de los equipos de rescate no soportaban el polvo y el olor de los cuerpos en descomposición.

Savar es un suburbio industrial muy poblado de Dacca, la capital de Bangladesh, y el desastre ha desbordado a las instituciones locales. Un instituto cercano a Rana Plaza es la base de operaciones para la identificación de los cadáveres. Nazma Begum, de 25 años, permanecía junto a un ataúd rudimentario que contenía los restos de su hermana, Shamima. Montaba guardia junto a él hasta que llegase su padre para llevar a su hermana a su pueblo y enterrarla allí. Habían colocado barritas de incienso encendidas en el ataúd para ocultar el espantoso olor.

Una excavadora remueve escombros en el edificio siniestrado.
Una excavadora remueve escombros en el edificio siniestrado.REUTERS

“Tenía la esperanza de que mi hermana siguiese viva”, decía en voz queda. “Pero esa esperanza se ha desvanecido ahora”.

Como tantas jóvenes en el país, las dos hermanas habían conseguido trabajo en fábricas de ropa para ayudar a mantener a sus familias. Begum gana cerca de 85 dólares al mes; su hermana ganaba 56 dólares. Ahora, Begum quiere dejar su trabajo. Ha oído rumores de que el edificio en el que trabaja no es seguro.

A su lado, un grupo de hombres jóvenes colocaba otro ataúd cerca, abría la tapa de madera y rociaba el cadáver con desinfectante. Un hombre con un megáfono anunciaba: “Tenemos un nuevo cuerpo”, decía, mientras una multitud se abalanzaba hacia el ataúd. “Pueden venir a ver el cuerpo para identificarlo”.

Durante días, los equipos de rescate se arrastraron por los espacios comprimidos, por miedo a que el edificio se derrumbase más si usaban maquinaria pesada. Los bajaban precariamente por los agujeros, y desde allí gritaban a través de los escombros y la oscuridad atentos a las voces de los supervivientes. Muchas personas fueron rescatadas en este laborioso proceso.

“Gritábamos y preguntábamos si alguien estaba vivo”, recuerda Sharif ul Islam, un bombero de 35 años. “Decíamos, ‘si alguien está vivo, ¡por favor que haga un ruido! ¡Iremos a por ti!”.

Fueron tantos los aplastamientos de miembros que el hospital mandó un equipo para amputar in situ

Puede que se tarden semanas o incluso más tiempo en localizar e identificar a todas las personas desaparecidas. Miles de carteles hechos a mano en busca de desparecidos se han pegado en las paredes de fuera del colegio, en los edificios cercanos, en las ramas de los árboles y en la puerta del Hospital Médico Universitario de Enam, donde muchas víctimas están siendo atendidas.

Los carteles tienen un parecido conmovedor: un marido, Mohammed Siddique, está buscando a su mujer, Shahida Akter. Ella aparece sonriente en la fotografía, en la que posa con un teléfono móvil. Otro marido está buscando a Alpana Rani. Ella también sonríe en la fotografía, en la que sostiene a su hija.

El director del Hospital de Enam, Mohammed Anawarul Quader Nazim, señala que han ingresado a más de 650 supervivientes desde el desastre del miércoles por la mañana. El alcance de las heridas es espeluznante: cráneos fracturados, cajas torácicas aplastadas, hígados cercenados y bazos rotos. Uno de los supervivientes perdió ambas piernas. Y hubo tanta gente que sufrió aplastamientos de miembros que su hospital envió un equipo médico al lugar para ayudar a realizar amputaciones in situ. Tiene una lista de amputados sobre su mesa: una adolescente llamada Sania perdió el brazo derecho. Otra adolescente, Anna, perdió la mano derecha.

Un hombre llora la muerte de un familiar.
Un hombre llora la muerte de un familiar.ANDREW BIRAJ (REUTERS)

Arriba, en la Unidad de Cuidados Intensivos, Laboni Khanam, de 22 años, yace en una cama, aturdida. La rescataron después de haber permanecido atrapada durante 36 horas, pero, para salvarle la vida, los equipos de rescate tuvieron que amputarle el brazo izquierdo, que estaba inmovilizado debajo de un pilar. Les suplicó que le salvaran el brazo, pero ellos le dijeron que no tenían otra opción. Le dieron un anestésico, pero la agonía era insoportable.

“No puedo describir lo doloroso que fue”, recuerda. “Mi vida está arruinada ahora”.

Con tantas vidas deshechas o perdidas, la indignación de los ciudadanos se ha centrado en gran parte en Rana, el propietario del edificio. Los líderes del sector textil le han culpado de mentir sobre la seguridad de la estructura del edificio; se acusa a Rana de asegurar a los jefes de la fábrica que el edificio era seguro para trabajar después de que se descubrieran unas grietas el día anterior al desastre.

El desastre del Rana Plaza, que ha tenido lugar cinco meses después de que muriesen 112 trabajadores textiles en un incendio en la fábrica Tazreen Fashions, ha reavivado las críticas contra el fracaso de las marcas occidentales a la hora de garantizar unas condiciones de trabajo seguras en las fábricas que usan en Bangladesh. En estos últimos días, distintas marcas occidentales han manifestado su pesar por el accidente, pero ninguna de ellas, hasta el momento, ha respaldado las propuestas para realizar unos programas independientes de inspecciones de seguridad más estrictas.

Dentro de poco, es probable que se ponga fin a los esfuerzos de rescate en el Rana Plaza, y la operación se centrará en limpiar los escombros. El domingo, los equipos de rescate empezaron a usar dos grúas y otra maquinaria pesada. Las autoridades señalan que probablemente pocas personas sigan vivas, si es que queda alguna con vida.

Pero miles de personas mantienen todavía la esperanza. Una joven esposa que logró escapar de la cuarta planta estaba sentada en el suelo, sujetando una fotografía de su marido, que estaba trabajando en la tercera. Y otra mujer se sentaba a menos de 50 metros del edificio, llorando rodeada de facturas de pedidos de ropa que estaban esparcidas por el suelo.

Cuando un soldado le pidió que se fuera a un lugar más seguro y más alejado de los escombros, empezó a gimotear. Tenía dos hijos en algún lugar del edificio. “Prefiero que me mates”, le imploraba, “antes que pedirme que me marche”.

© The New York Times News Service 2013

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