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Capturado vivo el sospechoso huido del atentado de Boston

"Lo tenemos, la caza ha terminado", asegura la policía tras detener a Dzhokhar Tsarnaev

Yolanda Monge
Dzhokhar Tsarnaev, sospechoso de los atentados en el maratón de Bostón, se entrega a la policía.
Dzhokhar Tsarnaev, sospechoso de los atentados en el maratón de Bostón, se entrega a la policía.CBS NEWS (AFP)

Lo dijo la policía: “Le tenemos, la caza ha acabado”. Bajo un espontáneo aplauso de agradecimiento, los agentes se llevaban esta noche esposado en una ambulancia a Dzhokhar Tsarnaev, que se entregaba tras ser acorralado en su escondrijo en el interior de un barco que pasaba el invierno en el patio trasero de una casa en el número 67 de la calle Franklin de Watertown, a unos 12 kilómetros al oeste de Boston.

La detención del joven de 19 años ponía final a un frenético día en el que al caer la tarde las autoridades anunciaban con pesimismo que el fugitivo seguía huido y se levantaba el cerco sobre Boston. Minutos después, se escucharon disparos y las sirenas de las patrullas de policía ululaban de nuevo enloquecidas por las calles de Watertown y los helicópteros ensordecían el ambiente. Se precipitaba la noticia de que Tsarnaev se encontraba en Watertown.

El sospechoso es trasladado al hospital.
El sospechoso es trasladado al hospital.ap

Posiblemente ahí estuvo desde la madrugada del viernes, cuando tras caer herido de muerte su hermano Tamerlan, de 26 años —por las balas de la policía, dicen unas fuentes; por su propio hermano al dar marcha atrás con el coche y atropellarlo en su intento de escapar a las fuerzas del orden, dicen otras—, huyó a pie, posiblemente herido.

Al pesimismo con que acabó la rueda de prensa de la tarde —“no lo tenemos pero lo tendremos”- se sumaba la tensión de una semana que Boston ha vivido bajo el signo del terror que se desató el lunes con la explosión de dos bombas en la meta del maratón de la ciudad. Tsarnaev llevaba casi un día esquivando a la policía a pesar de que más de 7.000 agentes del orden rastreaban infatigables su pista. Entonces se especuló con que había dejado Boston y estaría en algún punto del Estado de Massachusetts. Resultó estar escondido a plena vista, donde durante todo el día la policía, los perros, los agentes del FBI y los artificieros buscaron.

Sobre cómo se supo que el más pequeño de los hermanos Tsarnaev estaba refugiado en el bote existen dos versiones, puede que ambas ciertas. La primera dice que el dueño de la casa fue a comprobar algo en el barco y vio sangre y un cuerpo dentro. Sin mediar un minuto alertó a la policía. La otra habla de una cámara de infrarrojos que detecta el calor humano sobrevolando la zona y que descubrió la figura enroscada de Tsarnaev.

Joven, asustado, solo y sabiéndose cercado, el FBI contaba con que, antes o después, cometiera un error que precipitase su detención en cualquier momento, pero no parecían contar con que fuera tan pronto. La policía le recomendó entonces que se entregase, algo que finalmente acabó haciendo, después de que un equipo de asalto de la policía entrara a por él. Para entonces, la Interpol ya había emitido una alerta internacional y una orden de búsqueda a petición de las autoridades norteamericanas que la población tradujo como una huida al extranjero del joven.

No ha habido un caso como este en mucho tiempo. A partir de ahora se abre la puerta de la justicia. Algunas preguntas ya han recibido respuesta esta noche, otras siguen en el aire. La fiscal ha dicho que no le va a aplicar la doctrina Miranda —derecho a guardar silencio— alegando la excepción de amenaza a la seguridad nacional. ¿Dónde se celebrará el juicio? Carmen Ortiz, la primera latina fiscal general de Massachusetts, aseguraba que Tsarnaev tendría un juicio justo y que ahora se encontraba en un hospital, debido a que su mal estado de salud era grave. No especificó si el ministerio fiscal buscaría la pena de muerte para el futuro acusado.

Tamerlan Tsarnaev, antes conocido por el FBI como sospechoso número uno, tenía 26 años, procedía de Chechenia y ayer viernes caía abatido por la policía durante una enloquecida persecución. El mayor de los Tsarnaev era declarado cadáver en un hospital de Boston cinco minutos después de la una y media de la madrugada del viernes. Los médicos confirmaban que su cuerpo estaba lleno de balas y con heridas consistentes con una explosión —las del atentado del pasado lunes en el maratón o las provocadas por las granadas que lanzó al intentar huir junto a su hermano—.

El sospechoso número dos, se informaba a primera hora de la mañana, tenía 19 años y se llamaba Dzhokhar. Dzhokhar estaba vivo, armado —con pistolas y explosivos— y era considerado extremadamente peligroso. Podría haberse dado a la fuga en un coche verde de la marca Honda con matrícula de Massachusetts 16GC7, se informaba. O estar agazapado en cualquier rincón de Watertown, como resultó suceder. La ingente caza al hombre que ayer se lanzó contra él selló y paralizó la ciudad de Boston como nunca se había visto antes —sin transporte público, sin taxis, con los comercios y las universidades cerradas—. Cerca de un millón de personas quedaron atrapadas en sus hogares.

Celebración de la captura en Watertwon.
Celebración de la captura en Watertwon.MARIO TAMA (AFP)

Las razones por las que ambos jóvenes colocaron el pasado lunes dos bombas en el maratón de la ciudad causando tres muertos y dejando más de 170 personas heridas siguen siendo un misterio. Para saber si hay una conexión islamista procedente de Chechenia o tan atroz acción es fruto de dos locos solitarios —“no tengo ni un solo amigo norteamericano”, escribió el mayor de los Tsarnaev— habrá que esperar al juicio.

A un violento inicio de la noche de jueves, le siguió una caótica madrugada, compuesta de tiroteos y explosiones, que desembocó en una masiva persecución del rastro dejado por Tsarnaev durante el día de ayer que involucró a más de 7.000 agentes del orden, literalmente cualquier miembro de las fuerzas de seguridad de Boston y las áreas colindantes con licencia para portar un arma.

Menos de cinco horas después de que el FBI hiciera públicas las fotografías de los jóvenes, por motivos aún sin aclarar pero presumiblemente por algo tan sencillo como que no contaban con un plan B —necesitaban dinero y un coche para dejar la ciudad—, los dos hombres empezaron a cometer errores que los delataron. Asesinaron a un policía del MIT (el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts), en Cambridge, a las afueras de Boston. No se sabe el motivo. Quizá sólo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, y no tuvo tiempo de reaccionar. Los hermanos Tsarnaev tiroteaban dentro de su coche al policía del MIT, Sean Collier, 26 años, que no sobreviviría más que unas horas a sus heridas.

La policía desmintió la información que circuló a lo largo del día de que los dos hermanos habían atracado un establecimiento abierto las 24 horas en las cercanías del MIT.

A partir de entonces, se precipitaron los acontecimientos. Juntos, los dos hermanos robaron a punta de pistola un coche —un Mercedes— y se jactaron ante el dueño —al que se llevaron con ellos—de ser los responsables del atentado del lunes. El dueño del coche fue mantenido secuestrado cerca de media hora y luego dejado libre en una gasolinera, todavía en la localidad de Cambridge.

Lo que siguió fue la muerte del mayor de los Tsarnaev después de que la policía comenzara su persecución y se adentrarán todos en la localidad de Watertown. Allí, en una tranquila calle, el intercambio de tiros fue más que intenso —como prueba un vídeo colgado por un vecino en YouTube y la enorme cantidad de señales amarillas que las fuerzas del orden han colocado sobre cada casquillo—.

A las 4.30 de la madrugada del viernes se ofreció la primera información oficial. La policía pidió a la población de Watertown que no saliera de sus casas e identificó a los ladrones del Mercedes —cosido a balazos y sin cristales— como los responsables del atentado del maratón. Se difunde una fotografía de Dzhokhar, tomada por la cámara de seguridad de un comercio.

Entre las seis y media de la mañana y las siete menos cuarto, el mundo conocía que los sospechosos procedían del sur del Cáucaso ruso y que se llamaban Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev. El tiempo que llevan residiendo en EE UU varía según las fuentes. Hay quien aseguraba que solo un año. Su familia —tíos y tías— dice que más de una década. La última cifra era la correcta, aunque el mayor de los dos pasó el año pasado seis meses en Rusia, lo que encendió la especulación de que hubiera sido entrenado en Chechenia y adoctrinado para la Yihad. Se conoce que el menos se hizo ciudadano el 11 de septiembre del año pasado.

Policías, especialistas en explosivos —acompañados por perros— y agentes del FBI llamaban puerta por puerta a cada casa en un radio de 20 manzanas en Watertown donde se creía podía estar escondido Dhokhar, que tenía conocidos en la zona. Mientras, los analistas de inteligencia escrutaban cada correo electrónico, cada llamada telefónica realizada por los dos hermanos en busca de más pistas.

La familia de los jóvenes —la que reside en EE UU y la que lo hace en Rusia— tenía dos visiones muy diferentes de las personas que ayer atrajeron la atención mundial. El padre consideró desde Rusia a su hijo pequeño “un ángel” y creía que estudiaba medicina. Aseguró que los que habían matado a su primogénito eran “unos cobardes” y que a su hijo se le había tendido una trampa.

Para un tío paterno que vive a las afueras de Washington, los hermanos solo habían traído desgracia a la familia, eran una vergüenza para los chechenos y debían de pedir perdón a las víctimas. “Son unos perdedores”, acertó a decir el tío lleno de ira. “Si han hecho lo que dicen, merecen morir”.

Lo más cercano a la definición de terror es lo que ha vivido la ciudad de Boston desde el lunes. Un hermoso día se transformó en una pesadilla que devolvía un atentado masivo a territorio estadounidense más de una década después del 11-S. Ayer, el terror se sentía con solo mirar las calles desiertas —helicópteros en el cielo—, tomadas por miles de agentes de seguridad a la búsqueda de un solo hombre de nombre impronunciable.

La noche devolvía la euforia a las calles. Aunque los días que están por venir no serán fáciles. “Se ha hecho justicia”, aseguraba la policía, jaleada como héroes por los habitantes de Watertown.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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