_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Guatemala de Ríos Montt

La cultura de la impunidad es lo que se juzga en el proceso contra el expresidente golpista

El término refundación medra en América Latina. Fue la izquierda bolivariana la que primero se enamoró de la palabra, desde el chavismo venezolano al indianismo de Bolivia, pero toma también posiciones en el liberal-capitalismo de la Guatemala del presidente Otto Pérez Molina, que hoy trata de reinventar si no la nación, sí cuando menos el Estado. Y en ese proceso, al que el mandatario aludió en su reciente paso por el Instituto Elcano de Madrid, hay que anotar un movimiento positivo: el juicio al general y expresidente golpista Efraín Ríos Montt, acusado de genocidio, crímenes contra la humanidad, torturas y abuso de autoridad. Nada menos que un alto militar guatemalteco requerido en Justicia. A Pinochet no hubo tiempo de sentarle en el banquillo.

Ríos Montt fue aupado por un putsch de tenientes y capitanes respaldado por la CIA el 23 de marzo de 1982, y gobernó como dictador durante 16 meses. Se había formado en la Escuela de las Américas de Panamá con asesores norteamericanos en la doctrina contrainsurgente de “quitar el agua al pez”, por otro nombre, negar a la sublevación paleo-marxista, indígena y campesina, su apoyo en el medio rural. En 1982 el presidente Carter había retirado la ayuda militar a Guatemala, lo que surtió el efecto contraindicado de eliminar cualquier tipo de tutela o cautela que pudiera ejercer Washington, con lo que la milicia, con el asesoramiento de militares argentinos, pudo dar rienda suelta en la represión a sus más rocosas pasiones. Una comisión de la ONU contabilizó 200.000 muertes, la mayor parte a manos de los militares, en 36 años de una guerra civil que duró hasta los años noventa, y en un documento titulado Memoria del silencio (1999) pormenorizaba así los métodos del horror: “Asesinato de niños indefensos, con frecuencia estrellándolos contra los muros o arrojándolos con vida a pozos en los que se amontonaban más tarde cadáveres de adultos; amputación de miembros; empalamiento de víctimas; rociamiento con petróleo para quemarlas o evisceración de las mismas en vida ante otros detenidos; y destripamiento de mujeres embarazadas”. El líder golpista y su colega el general José Mauricio Rodríguez están siendo juzgados por 15 masacres —de las 472 perpetradas bajo la presidencia de Ríos Montt— en las que murieron 1.771 ciudadanos en su mayoría indígenas y casi la mitad, niños de hasta 12 años, de la etnia ixil en Quiché norte. Y aún hay un segundo proceso en curso por la muerte de 250 campesinos en Petén, zona de tránsito de la droga, controlada por mafias mexicanas como los Zetas y el cartel de Sinaloa.

Al restablecimiento de la democracia, cuando menos electoral, Guatemala se mira por fin en el espejo. La droga es hoy más de un 80% más barata que hace 30 años, y la mitad que en los noventa, con lo que el kilo de coca que en Colombia puede costar algo más de 1.500 euros (Luis Esteban G. Manrique, Infolatam) a su paso por Centroamérica ha multiplicado 10 veces su precio y por 100 en las calles de Nueva York. Guatemala tenía en 2011 un presupuesto de seguridad de poco más de 300 millones de euros, mientras que las drogas que atraviesan el país se valoran en casi 40.000 millones. Pérez Molina, que asumió la presidencia en enero de 2012, sugirió en la pasada cumbre de las Américas que había que discutir “las opciones de mercado”, morse por legalización de la droga. Y el narco permea el país donde se instala: Guatemala bajó en 2011 del lugar 91 al 120 —sobre 182 países— en el índice internacional de corrupción, compilado por Transparency International; el porcentaje de delitos que llega a los tribunales es insignificante; y como explicaba el jurista español Carlos Castresana, que fue jefe de un equipo de la ONU para combatir la impunidad en el país, las pruebas testificales son inviables porque los testigos son intimidados o peor para que no declaren.

El expresidente no es culpable directo de la implantación del narcoterrorismo en Guatemala, pero la salvaje represión desarrollada durante su mandato contribuyó a deslegitimar el Estado, cuyo funcionamiento burocrático es hoy caótico o inexistente, como las sentencias que emiten tribunales diferentes sobre un mismo caso en un barullo de competencias. Y todo ello construye una cultura de la impunidad, en este caso del Estado, que, como dice el periodista José Elías, es lo que se está juzgando. Esa es la Guatemala que el presidente Otto Pérez Molina quiere refundar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_