Política al dedillo
Los nuevos mandatarios chinos han tomado la inquebrantable decisión de apostar por más mercado y la reducción del intervencionismo
El reparto de papeles ha observado el guión preestablecido. La única sorpresa ha sido la elección de Li Yuanchao como vicepresidente de China. Aunque se trata de un cargo honorífico, su elección en detrimento de Liu Yunshan, el candidato natural por su condición de quinto en la jerarquía y rector de la Escuela Central del PCCh, refuerza el mensaje de un consenso alargado entre las diferentes facciones sobre la base del rechazo a cualquier involución, de reforma dentro del sistema y de profundización de la apertura.
Con un lustro por delante, el proyecto que ahora se inicia tendrá como epicentro el desmantelamiento de los mini-estados que representan algunos ministerios, auténticos virreinatos sectoriales que servían de trampolín (o tumba, según el caso) a las ambiciones de sus titulares. Que se haya tomado como ejemplo de dicho empeño el todopoderoso y cuestionado ministerio de ferrocarriles, con más de dos millones de empleados, policía y tribunales propios, ilustra lo inquebrantable de la decisión de los nuevos mandatarios de apostar por la reducción del intervencionismo público y más mercado.
El proyecto que ahora se inicia desmantelará los mini-estados que representan algunos ministerios
Puede que la hoja de ruta marcada derive en un tránsito hacia un nuevo modelo de gestión con menos burocracia y reglas más transparentes o se diluya en una nueva fase apropiadora de lo público en beneficio de los mejor situados y las oligarquías familiares. Está por ver. Desburocratización, limitándose el gobierno a la coordinación y estrategia, y paulatina privatización podrían ir de la mano poniendo fin al estricto control del corazón de la economía china por parte del Estado-Partido reforzado durante el mandato de Hu Jintao como palanca de seguridad y respuesta a la crisis financiera global. No obstante, la presunta eficiencia buscada podría concluir en una nueva espiral que agrave las desigualdades y esa corrupción que se enuncian como caballos de batalla para calmar las ansias de una población poco dispuesta, por otra parte, a comulgar con ruedas de molino. Los próximos cinco años no serán fáciles.
En esta China que prepara su último gran despegue, asistiremos igualmente a una revitalización de su diplomacia, menos dispuesta a disimular sus intereses o a andarse por las ramas. El llamado al Fondo Monetario Internacional para que aplique sin demora el paquete de reformas relacionadas con el sistema de cuotas y la gobernanza, aprobado en 2010 pero aun pendiente de ejecución, es solo una muestra. Modestia y miramientos, sin perjuicio de mantener el rumbo del desarrollo pacífico, pasarán a mejor vida como hábitos de otro tiempo.
Dicha franqueza juega a tono con el estilo de Xi Jinping, mucho más directo pero también menos acomplejado, pretendidamente cercano a una población que espera mucho y pronto de su mandato. Y es que la paciencia oriental puede distraerse jugando con la ilusión de ser parte de una nación fuerte y poderosa pero también tiene un límite si todo queda a beneficio de inventario.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China y autor de China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping (Icaria Editorial).
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