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El peronismo como espejo

El chavismo tiene ante sí el desafío de convertirse en una fuerza política capaz de trascender la figura de su líder para sobrevivir en el tiempo y en las urnas

Fernando Gualdoni
Chávez muestra su proyecto del oleducto de las Américas a Néstor Kirchner en 2005 en Puerto Ordaz, Venezuela.
Chávez muestra su proyecto del oleducto de las Américas a Néstor Kirchner en 2005 en Puerto Ordaz, Venezuela.AP

Uno de los grandes interrogantes que han surgido tras el fallecimiento de Chávez es si su proyecto político sobrevivirá a su carismático líder como el peronismo argentino sobrevivió a Perón. O si, como el velasquismo peruano, con el que el chavismo tiene más cosas en común, acabará debilitándose con el tiempo. El escritor e historiador mexicano Enrique Krauze comentaba el miércoles en una entrevista radiofónica que “la corriente de pensamiento y el proyecto mismo de Chávez, que podrá llamarse chavismo, va a seguir vivo tanto en Venezuela como en América Latina”.

No obstante, aunque el chavismo como corriente ideológica subsista, lo que más dudas suscita es la continuidad del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) como fuerza aglutinadora del chavismo. Para algunos expertos, la mimetización del partido con el Estado que hay en Venezuela, similar al modelo soviético, y la cerrazón ideológica del PSUV, hace más vulnerable a la maquinaria chavista. El peronismo, por el contrario, es un movimiento político de gran espectro ideológico que le permite adaptarse a los cambios. La ascensión de un dirigente como Carlos Menem se antoja impensable dentro del aparato del PSUV, mientras que en el peronismo fue posible, aunque más tarde otros correligionarios como los Kirchner renegaran de esa etapa.

Perón también tuvo más tiempo que Chávez para consolidar su proyecto. Tras ser derrocado en 1955 por un golpe militar, Perón pasó 17 años en el exilio sin perder el control de su movimiento y con la vista siempre puesta en la recuperación del poder, que finalmente se produjo en 1973. Chávez ha estado 14 años en el poder pero ya no podrá tutelar la continuidad de su proyecto, al estilo de Fidel Castro en Cuba, como tal vez hubiera querido si su enfermedad se lo hubiera permitido.

Aunque Chávez admiraba la obra de Perón, quien llegó a despertar verdadera devoción en el caudillo venezolano fue el peruano Juan Velasco Alvarado. En el libro Hugo Chávez: un hombre, un pueblo, la periodista chilena Marta Harnecker refleja el fervor del joven militar venezolano por el veterano general: “Tenía 21 años, estaba en el último año de Academia y ya andaba con una clara motivación política. Para mí fue una experiencia emocionante vivir la revolución peruana. Conocí personalmente a Juan Velasco Alvarado. Una noche nos recibió en el Palacio a los militares de la delegación venezolana y nos regaló un librito [La Revolución Nacional Peruana]. Yo lo guardé toda la vida hasta el día de la rebelión del 4 de febrero [de 1992], cuando me quitaron todo. El manifiesto revolucionario, los discursos de aquel hombre, el Plan Inca [plan de Gobierno], me los leí durante años”. Esto sucedió en 1974, cuando Chávez formó parte de un grupo de cadetes de varios países latinoamericanos que viajaron a Perú para participar en la celebración del 150º aniversario de la batalla de Ayacucho, la que selló la independencia de América. En los primeros años de mandato, Chávez llegó a tener como asesor a un antiguo allegado del general peruano, el sociólogo argentino Norberto Ceresole.

Velasco encabezó el golpe de Estado que derrocó al presidente Fernando Belaúnde Terry en 1968. Formó un gobierno socialista que puso a Perú en la órbita de la Unión Soviética, China y Cuba. Estatizó los diarios y canales de televisión y nacionalizó el petróleo. También hizo una reforma agraria que eliminó los latifundios y cerró la economía a la competencia exterior. Fue a su vez derrocado en 1975 y murió dos años después. El día de su entierro, de forma sorpresiva, una veintena de organizaciones sindicales y políticas que agrupaban a más de tres millones de campesinos, convocaron a obreros y estudiantes para acompañar el féretro.

El velasquismo no desapareció completamente. De hecho, Ollanta Humala lo reivindicó en su primer intento de llegar a la presidencia peruana en 2006. Humala lo aprendió todo sobre Velasco de su padre Isaac, un viejo militante comunista que comparte las ideas nacionalistas del general. “Mi hijo hará nacionalismo velasquista”, llegó a declarar la madre de Ollanta, Elena Tasso, al diario Expreso de Lima durante la campaña. En el segundo intento de Humala, en 2011, el candidato ya no hizo ni una referencia a Velasco e incluso tomó distancia de su padre, lo que le permitió rebajar su imagen de nacionalista radical y ganar los comicios.

En Argentina, al peronismo le fue mejor. Desde la vuelta de la democracia en 1983, el Partido Justicialista ha estado en el poder durante más de 20 años. Hubo dos gobiernos de Menem, uno breve de Eduardo Duhalde, a quien siguió Néstor Kirchner, que fue sucedido por su esposa, Cristina Fernández, que ya va por su segundo mandato, que acaba en 2015. El peronismo, aun enfrentado y dividido en facciones que compiten por el poder, mantiene un enorme caudal de votos y prácticamente no tiene oposición.

El peronismo, como el velasquismo y el chavismo, dieron visibilidad y participación en la vida política a amplios sectores populares. Las tres corrientes generaron una lealtad que trasciende el voto, pero mientras el peronismo supo crear un aparato para canalizar el sentimiento por el líder hacia las urnas, el velasquismo se quedó solo en el sentimiento. El chavismo aun está lejos de superar la figura del líder.

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Sobre la firma

Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

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