El empresario que se aferra a la política para blindarse
A sus 76 años y con una fortuna que ronda los 8.000 millones de euros, Berlusconi regresa en un intento de eludir los procesos judiciales
Silvio Berlusconi (Milán, 1936) hace bueno el tópico: no necesita presentación. Su licenciatura en Derecho es casi una anécdota, porque lo que siempre hizo fue ganar dinero utilizando sus dos mejores armas, un carisma innato capaz de engatusar al más pintado y una habilidad proverbial para obtener de la política el apoyo necesario para sus negocios. Sus primeras liras se las ganó como cantante de cruceros y trabajando de fotógrafo ocasional en bautizos, bodas y funerales. Pero el primer millón lo obtuvo gracias a los negocios inmobiliarios que combinó con la televisión gracias al apoyo de su primer gran padrino, el socialista Bettino Craxi, presidente del Gobierno de Italia desde 1983 a 1987. Craxi llegó a derogar las leyes que impedían la expansión del imperio televisivo de Berlusconi y, de hecho, fue la decadencia del viejo líder socialista –que murió el año 2000 en Túnez, donde se había refugiado huyendo de la justicia italiana— lo que empujó a Il Cavaliere a entrar en política. Lo hizo en 1994, y su rito iniciático consistió en asomarse a la televisión y anunciar su entrada en política bajo una frase talismán: “Italia es un país que amo”.
A partir de ahí, fue primer ministro tres veces (de 1994 a 1995, de 2001 a 2006 y de 2008 a 2011). Su carrera política ha estado marcada por los escándalos propios y los de sus amigos más cercanos, algunos de los cuales han tenido que retirarse de la política tras ser investigados –y en algunos casos condenados—por sus relaciones con la Mafia. A sus 76 años y con una fortuna que ronda los 8.000 millones de euros, Berlusconi se aferra de nuevo a la política para intentar blindarse ante los procesos judiciales –relacionados con fraudes a Hacienda y el famoso bunga bunga que incluía la presunta participación de muchachas menores de edad-- que a punto están de darle caza.
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