Los equilibrios de Hollande
Poco a poco, el presidente francés ha adquirido el empaque que le faltaba. Y para rematar la faena, la operación militar en Malí le ha traído un regalo inesperado
Muchos atribuyeron la victoria electoral de Hollande a la animadversión que generaba su antecesor más que a méritos propios. Gobernar en la estela dejada por un hiperactivo como Sarkozy no debe ser fácil, especialmente en Francia, donde se da por hecho que la grandeza del ego del Presidente tiene que estar a la altura de la grandeur de la propia República. Y tampoco es que el propio Hollande hiciera mucho por desmentir esa percepción, con una apariencia afable que los críticos en seguida vilipendiaron como falta de carácter.
El momento político tampoco estaba del lado de Hollande: de igual manera que los presidentes de derechas saben que serán reelegidos por bajar los impuestos, agradar a los mercados y hacer brillar la ley y el orden, los presidentes de izquierdas saben que su destino político está ligado a la redistribución y la extensión de derechos. Nada peor pues que llegar al poder en una situación en la que hay que imponer recortes de gastos y hacer gestos visibles de austeridad ante unos mercados que, espoleados por una portada del The Economist que mostraba Francia como un bomba de relojería a punto de estallar, parecían estar deseando lanzarse contra el país.
Si, a la vez, como le ha pasado a Hollande, hay que gobernar una Europa rota entre acreedores y deudores y hacerlo de la mano de un gobierno alemán que claramente ha tomado partido por el grupo de los acreedores, entonces los dilemas comienzan a tomar un cariz existencial. ¿Provocar a los especuladores obviando la necesidad de los recortes o alienar a tu electorado olvidando las promesas que te han llevado al Elíseo? ¿Aliarse con los deudores para parar los pies a Merkel y sus absurdas políticas o intentar ganarse a los alemanes para suavizar sus posiciones? Ninguna de estas decisiones era fácil y, pese a ello, Hollande ha salido bien librado, al menos por el momento.
En el plano interno ha sabido compensar la impopularidad de los recortes en el gasto con el refuerzo de determinadas políticas, como la educación, y las subidas de impuestos a las rentas más altas, de tal manera que su apoyo no se ha resentido excesivamente. Y en el plano europeo ha sabido combinar la coordinación con España e Italia, muy visible en la cumbre de junio pasado en la que se logró que Merkel aceptara la necesidad de una unión bancaria, con el mantenimiento de la relación especial con Alemania. Los asesores de Hollande presumen, aunque a la vez se quejan de que no se perciba adecuadamente, de hasta qué punto Sarkozy prefería el ruido mediático y el protagonismo público a los resultados mientras que, según ellos, Hollande está logrando mucho más de Merkel que Sarkozy pero, precisamente, sin presumir de ello.
Dos ejemplos corroboran esta afirmación. El primero es Grecia. Hollande habría sido el artífice del giro dado por Merkel, que después de dudar durante meses si secundar a los que le pedían la expulsión de Grecia de la zona euro, habría sido convencida por Hollande de que la salida de Grecia, aunque no supusiera un riesgo para el euro, lastraría para siempre las valoraciones sobre su mandato como canciller. El segundo tiene que ver con las negociaciones del presupuesto europeo. Al contrario de la opinión dominante, que afirma que el presupuesto refleja sólo los intereses de Cameron y de Merkel y que Francia ha sido marginal en su concepción, señalan hasta qué punto la eficaz mediación de Hollande ha logrado un presupuesto que, aunque menor de lo deseado, ha sido capaz de satisfacer las aspiraciones de todos los estados, tanto en el Este como en el Sur (España seguirá siendo un receptor neto de fondos) como en el caso de los otros contribuyentes netos como Holanda o Finlandia.
En una siguiente fase, tal y como anunció en el discurso ante el Parlamento Europeo el pasado día 5, Hollande se plantea cerrar la brecha que separa a la posición alemana, que sólo parece creer en un reforzamiento de las reglas y de los mecanismos de sanción, de la posición francesa, que plantea un presupuesto propio para la eurozona y planes de estímulo al crecimiento y el empleo vía inversiones en formación, infraestructuras, energías renovables e investigación. Así pues, poco a poco, Hollande ha adquirido el empaque que le faltaba. Y para rematar la faena, la operación militar en Malí le ha traído un regalo inesperado: el Sarkozy aclamado en Trípoli verá ahora el paseo de su sucesor por Tombuctú como la prueba definitiva de que Hollande es el peor rival posible: un pragmático con suerte.
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