Una indocumentada en el discurso del presidente
Ámbar Pinto nació en Bolivia hace 19 años y estudia en una universidad de Virginia
Una estudiante boliviana de 19 años se convertirá este martes en una de las primeras indocumentadas en presenciar el discurso sobre el estado de la Unión. Ámbar Pinto, invitada por un senador demócrata de Virginia, cambiará sus clases en la universidad para representar en el Congreso a los miles de dreamers que desde hace varios años luchan por la reforma del sistema de inmigración, con la que esperan abrirse camino hacia la ciudadanía, y que ha recibido un nuevo impulso de parte del presidente Obama.
Hace tres semanas, Pinto participó en una rueda de prensa en Richmond, Virginia, a favor de una ley de educación que beneficia a estudiantes indocumentados como ella. La noticia en un periódico local llegó al día siguiente a manos del senador del Estado, el demócrata Mark Warner. “Su equipo me envió un e-mail pidiéndome que llamara a la oficina en cuanto pudiera”, recuerda con orgullo. “Entonces me dijeron si tenía un rato libre el martes por la noche porque el senador quería invitarme al discurso del presidente”.
“Los sueños de Pinto y su determinación representan la promesa de tantos jóvenes en todo Virginia”, asegura Warner en un comunicado. “Su historia nos recuerda que seremos más fuertes cuando creemos un proceso serio para otorgar la ciudadanía a los inmigrantes indocumentados y sus hijos”.
La joven cruzó legalmente la frontera entre California y México, en Tijuana, en 2005, con un visado de turista en la mano y acompañada de su madre y su hermano. Tenía 12 años. Aquel visado caducó, Pinto pasó a ser indocumentada como sus padres y se valió del mismo desparpajo con el que hoy explica que no le asusta no tener papeles, para avanzar desde aquella frontera de Tijuana hasta la universidad. Hoy estudia administración de empresas y sueña con tener su propia cadena de hoteles.
Les decía que soy indocumentada y se sorprendían porque hablase de ello tan abiertamente”
La estudiante asegura sentirse orgullosa y sorprendida por la invitación. “Es un honor”, afirma. “Nunca me lo perdería”. Pero no será la primera vez que visite el Capitolio. Desde hace más de cuatro años Pinto se ha unido a los miles de indocumentados que han adoptado en todo el país el mismo lema: “sin papeles, sin miedo”. Apodados como dreamers, han hecho suya la reivindicación de una reforma del sistema. Carecen de permiso de residencia en EE UU, pero se han abierto paso en las escuelas y universidades públicas y ya pueden beneficiarse de la decisión del presidente Obama, anunciada el pasado mes de junio, y que cancela su deportación a cambio de un permiso de residencia y trabajo renovable cada dos años.
Pinto también visita con frecuencia las oficinas de legisladores en el Capitolio de Washington para defender la reforma migratoria o el Dream Act. “Si el Congreso aprueba la reforma, los nuevos ciudadanos contribuirán a reducir el déficit en 2.2 billones de dólares”, argumenta convencida. “El nuevo sistema beneficiará a todo el país, el problema es que la gente no sabe lo importante que es esto. Para nosotros y para ellos”.
Antes de visitar los pasillos del Capitolio, Pinto también ha pedido el apoyo de profesores del instituto y asesores antes de ir a la universidad. “Les decía que soy indocumentada y se sorprendían porque hablase de ello tan abiertamente. A veces hasta tenía que explicar lo que significa”, comenta. “Pero hablarles tan claro les hacía sentir responsables y me ayudaron porque sabían que yo también me quiero ayudar a mí misma”.
Como indocumentada, Pinto pudo acceder a la universidad, pero debe hacerlo como estudiante internacional, por lo que la matrícula es más cara que si contara con un permiso de residencia. Aún así, sabe que está cumpliendo su sueño y el de sus padres. “Mi padre nos decía que venir era la única manera de conseguir una buena educación. No vienes hasta aquí para estudiar dos años y volver después”, comenta. “Lo hablo con otros dreamers y a todos nos dijeron que era una decisión temporal, pero tú sabes que no es cosa de un año o dos. Yo sentía que era definitivo, mis padres habían vendido todo lo que teníamos”.
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