Serbia y Kosovo escenifican el deshielo
Los presidentes de ambos países se reúnen por primera vez, bajo los auspicios de la UE Bruselas impone el diálogo como precondición para la integración comunitaria
Aunque la Unión Europea sea un club con un poder de seducción en fuerte declive, para los países balcánicos sigue siendo la estrella polar que orienta el camino hacia la anhelada prosperidad y estabilidad. El deseo de integración en el bloque comunitario no solo promueve reformas en la región, sino que está ablandando incluso la trágica hostilidad entre Serbia y Kosovo, cuyos presidentes se han reunido este miércoles en Bruselas en una cita histórica, la primera entre mandatarios de los dos países. El encuentro culmina un proceso de acercamiento que ha avanzado, bajo los auspicios de Bruselas, a un ritmo constante en los últimos meses, incluso con reuniones entre primeros ministros.
El ascenso a la presidencia de Serbia, en mayo de 2012, de Tomislav Nikolic, un líder nacionalista con pasado radical, había intensificado las sombras sobre un proceso todavía incipiente y lleno de dificultades 14 años después de la guerra, y cinco después de la declaración de independencia kosovar. Sin embargo, la normalización no se ha bloqueado como algunos temían. El reconocimiento de la antigua provincia —Kosovo no tenía estatus de república en la antigua Yugoslavia— es todavía anatema en Belgrado, pero la cooperación para la solución de cantidad de problemas prácticos es un hecho consolidado. Entre ellos destacan progresos en la gestión de la frontera y varios avances en la cooperación burocrática. Además, las dos capitales sellaron recientemente un acuerdo que permite a Kosovo participar en foros regionales.
Mientras el diálogo avanza, la violencia parece atenuarse. Aunque siga habiendo estallidos —sobre todo en coincidencia con fechas clave, encuentros internacionales, etcétera—, por lo general la conflictividad remite en la tensa zona norte de Kosovo, cuya población es mayoritariamente serbia y en gran medida no reconoce la autoridad de Pristina. La OTAN mantiene desplegados unos 5.200 militares en Kosovo; hace 10 años eran todavía 26.000. La misión europea de apoyo civil a las instituciones locales, por otra parte, cuenta con unos 2.200 efectivos y un presupuesto de unos 100 millones de euros al año.
“Estamos determinados a no transmitir a las nuevas generaciones las animosidades del pasado”, dijo Atifete Jahjaga, la presidenta de Kosovo, en vísperas del encuentro. Nikolic mantuvo en sus declaraciones un tono firme, plausiblemente para frenar el descontento dentro del ala más dura de su partido. Si los dirigentes de ambos países tienen claro que el diálogo y la cooperación son requisitos imprescindibles para avanzar en la senda europea —Angela Merkel lo dejó bien claro en un importante discurso pronunciado en 2011 en Serbia—, tanto en Belgrado como en Pristina los líderes tienen el problema de no despertar con sus manos tendidas el rechazo de sus respectivas opiniones públicas.
En sus cinco años de vida independiente, el Estado de Kosovo ha sido reconocido por más de 90 países. Entre ellos, 22 de los 27 miembros de la UE (España, Grecia, Rumanía, Chipre y Eslovaquia no lo han hecho).
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