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El ministro de Defensa francés admite centenares de bajas islamistas en Malí

Hollande puede presumir de éxito en la operación militar, pero quedan zonas oscuras El Gobierno francés no ha dado aún una explicación convincente del coste de la guerra ni de sus consecuencias humanas

El ministro de Defensa francés, Jean-Yves Le Drian, visita a las tropas en la base de Vannes, el martes.
El ministro de Defensa francés, Jean-Yves Le Drian, visita a las tropas en la base de Vannes, el martes.FRANK PERRY (AFP)

La operación Serval que Francia comenzó el 11 de enero para contener la amenaza yihadista en Malí ha tenido efectos muy positivos aunque encierra todavía numerosas incógnitas y algunos puntos oscuros. La parte buena es que la ofensiva ha terminado en apenas tres semanas con la dominación yihadista del Azawad, el gigantesco norte de Malí que los grupos armados ligados a Al Qaeda habían convertido en un santuario-cárcel, rompiendo la integridad territorial del paupérrimo país africano y convirtiendo su precaria democracia en un Estado fallido y un reino del terror.

Para la población civil y las autoridades malienses, Francia ha salvado a su país y Hollande es un héroe. La rápida reacción y los ataques de los cazas y helicópteros franceses han permitido a Bamako recuperar las ciudades tomadas -sin producir, que se sepa, víctimas civiles-, y han sumado unos miles de desplazados más a los que generó la rebelión yihadista. Si los islamistas radicales hubieran llegado a la capital, la guerra habría sido una carnicería. Y quizá Occidente no se habría atrevido siquiera a empezar la guerra.

La expeditiva decisión de Hollande, una vez comprobada la imposibilidad de poner en marcha una fuerza internacional que llegara a tiempo de evitar lo peor, fue el primer acierto del socialista francés, que tras ser acusado de blando por Nicolas Sarkozy y algunos sectores de su propio partido, ha demostrado fibra moral, olfato político y sentido de la responsabilidad.

Investido de repente como improbable comandante en jefe, y asesorado por su nuevo equipo de comunicación, Hollande ha visto en su primera guerra africana la ocasión de revelarse como un estadista firme y comprometido con la democracia. Más allá de alguna exageración propia del fervor del libertador, sus discursos en Bamako y Tombuctú fueron un ejercicio de memoria y sensibilidad. Hollande sostuvo que Francia pagaba a en Malí la deuda contraída en las guerras mundiales, cuando miles de africanos combatieron bajo bandera francesa, y mostró su respeto a la independencia de Malí y la madurez de los países vecinos, advirtiéndoles de que son ellos quienes deben gestionar la posguerra y que Francia y la comunidad internacional no tolerarán desmanes ni actitudes antidemocráticas.

París ha desplegado su máquina de guerra en Malí como Estados Unidos en Irak: sin testigos ni periodistas

Pero, para que sea real del todo, la nueva doctrina africana de Hollande, que pese al inicial escepticismo estadounidense y europeo certifica, de momento, la defunción de los usos y abusos de la larga etapa histórica poscolonial conocida despectivamente como Françafrique, debería ir acompañada por una mayor transparencia.

París ha desplegado su máquina de guerra en Malí como Estados Unidos en Irak: sin testigos ni periodistas. Apelando a la seguridad, ha cerrado casi por completo el grifo de las imágenes y de la información sobre el terreno, lo que ha impedido saber, por ejemplo, que en realidad las tropas francesas no reconquistan las ciudades, porque son los malienses quienes entran en ellas mientras las tropas galas se quedan fuera y se limitan a realizar patrullas.

El Gobierno tampoco ha comunicado de forma convincente el coste real de la operación (los 50 millones oficiales suenan a redondeo a la baja) ni cuánto durará

Defensa tampoco ha comunicado de forma convincente el coste real de la operación (los 50 millones oficiales suenan a redondeo a la baja) ni cuánto durará, y además insiste en negar que haya importantes intereses económicos en juego, no comunica partes de bajas enemigas ni colaterales, no explica los movimientos de sus fuerzas especiales, no comenta la suerte de los refugiados ni denuncia las exacciones cometidas por el ejército de Malí.

El martes, el ministro Jean-Yves Le Drian admitió que los ataques han causado “centenares de bajas” a los yihadistas, pero fuentes del ministerio reconocen que esa cifra sale de multiplicar por cinco o seis ocupantes el número de camionetas destruidas hasta ahora -“una cincuentena”-. Sobre la fecha de salida de las tropas, Hollande señaló que “si todo va según lo previsto, empezará a reducirse el número” en marzo, sin dar más detalles. En cuanto a los intereses económicos, evidentes porque la mayoría del uranio que hace funcionar las centrales nucleares francesas procede de las cercanas minas de Níger, París insiste en decir que no son el motor real de la operación.

La conclusión es que una cosa es declarar que se acabó la Françafrique y otra acabar realmente con ella. Si, como París pretende, no hay nada vergonzante en la intervención en Malí, Hollande debería hacer un esfuerzo de comunicación y explicar mejor las dudas y los puntos oscuros. Que una guerra sea justa no implica que sea aséptica e indolora, y mientras sea invisible y rija la censura su justicia no será creíble ni veraz. Es decir, para que la Francia de Malí sea realmente diferente de la Francia de Libia, Hollande tendrá que alejarse, todavía un poco más, de Sarkozy.

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