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OBITUARIO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bob Astles, al servicio del cruel dictador Idi Amín

El británico fue la mano derecha del ugandés en los setenta

Alejandro Prado
Bob Astles con Idi Amín, en 1978.
Bob Astles con Idi Amín, en 1978. CAMERA PRESS

Que un funcionario británico termine como consejero de uno de los dictadores más sádicos y despiadados de África podría ser el argumento de una película de ficción. Y en realidad, la historia de Bob Astles (Ashford, Reino Unido, 1924) en Uganda sirvió para inspirar al personaje que acompaña a Idi Amín en El último rey de Escocia, pero el filme no es para nada ficción.

Astles, conocido como Rata Blanca por un pueblo ugandés que le odiaba, se convirtió en la mano derecha de uno de los mandatarios más extravagantes y estrafalarios que jamás haya gobernado un país. Pero ese antiguo boxeador y exmilitar que era Idi Amín, al margen de las payasadas y excentricidades que protagonizó, más allá de un mandatario fue un cruel y represivo dictador, uno de los personajes más oscuros del siglo pasado.

Astles falleció el 29 de diciembre, pero su muerte no apareció en los medios británicos hasta esta semana. Fue el momento para recordar a este trabajador del servicio colonial de Reino Unido que llegó a Uganda en 1951 tras haber formado parte del Ejército. Por aquel entonces, el país africano formaba parte del imperio de su majestad y Astles era un mero supervisor de obras públicas. Once años después llegó la independencia de Uganda, pero lejos de regresar a sus orígenes, el funcionario decidió permanecer en Kampala, capital del Estado. Y es aquí donde empieza la historia de la Rata Blanca.

Haciéndose pasar por un expiloto de la RAF (la fuerza aérea británica) consiguió escalar socialmente, y con algunos ahorros se hizo con un avión para montar una compañía aeronáutica. Su nombre llegó a oídos del primer presidente de la Uganda independiente, Milton Obote, que le hizo hombre de confianza, incluso le nombró director general de la televisión pública. En 1971, el entonces jefe del Estado mayor Idi Amín encabeza un golpe de Estado para derrocar a Obote. Ya en el poder, Amín, consciente de que tener a un occidental de consejero le podría ser de gran utilidad, le ofrece seguir a su lado, pero Astles, fiel al antiguo presidente, rechaza la oferta.

Cambio de bando

Tras probar durante cuatro meses las nada acogedoras prisiones ugandesas, el británico reconsidera la propuesta y decide unirse a la Administración de Amín. Regresa como dirigente de la compañía aérea —ya entonces nacionalizada— y poco a poco va asumiendo puestos cada vez más cercanos al dictador; el más influyente fue el de jefe de la oficina anticorrupción, desde donde elegía a su antojo a los cargos de la policía y el Ejército.

Astles, que adquirió la nacionalidad ugandesa, era uno de los rostros más visibles de una dictadura cruel y opresiva, con unas fuerzas del orden que purgaban a todo aquel que fuese percibido como un peligro para el Estado. Cuentan las crónicas de entonces que los cadáveres de las víctimas del régimen eran arrojados al lago Victoria y los cocodrilos estaban sobrealimentados. El británico era visto con odio por una población que le acusaba de estar detrás del terror impuesto.

En 1979, Amín fue derrocado y Astles huyó a Tanzania, donde fue capturado y extraditado a Uganda. Acusado de estar detrás de numerosas muertes, fue encarcelado durante seis años, hasta que fue despojado de la nacionalidad ugandesa y expulsado del país. Ya en Reino Unido, siempre negó que tuviese las manos manchadas de sangre, pero no renegó de su amistad con Idi Amín. Las cifras del genocidio ugandés que dan los historiadores están en torno a 300.000 muertes, aunque Astles reducía ese número a solo 7.000, “una cifra nada exagerada en el contexto de las luchas tribales africanas”, según dijo.

Astles mantuvo el contacto con Amín hasta la muerte de este en 2003. Fue una de las pocas personas en las que confiaba el tirano, aunque eso no le salvó de verse amenazado en ciertas ocasiones. Tras regresar a Reino Unido, Astles llevó una tranquila vida en Wimbledon, muy distinta a la que vivió durante tantos años en el África poscolonial.

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Sobre la firma

Alejandro Prado
Redactor en la Mesa de Edición del diario EL PAÍS. Antes prestó sus servicios en la sección de Deportes y fue portadista en la página web. Se licenció en Periodismo en la Universidad Carlos III y se formó como becario en Prisacom.

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