“Aquí estamos todos mezclados”
Beirut vive con temor la reactivación de las viejas fronteras sectarias
En Beirut, las alarmas no suenan, se callan. El silencio de la bulliciosa capital del Líbano es señal de que sus ciudadanos están alerta. El asesinato del jefe de inteligencia que destapó la implicación de Hezbollah en el asesinato de Rafiq Hariri en 2005 y el propósito del régimen sirio de Bachar el Asad de provocar varios atentados en el país ha reactivado viejas heridas sectarias y ha vuelto a sacar los tanques a la calle, esta vez para contener los choques entre fieles de cada una de las dos principales ramas del islam: suníes y chiís.
Decenas de militares permanecen apostados a lo largo de la avenida Barbir, la línea que delimita al norte el barrio de Tariq el Yedid, de mayoría suní. En el interior se han hecho fuertes hombre armados y en algunas de sus calles se apuestan francotiradores, aseguran los soldados. Solo alguna moto y unos pocos jóvenes desconfiados entran y salen. Al otro lado de la carretera se levanta el vecindario de Barbur, controlado por las milicias chiís de Amal. Son las "afueras" de la ciudad, que este lunes han estallado en violentos enfrentamientos con el Ejército como resaca del funeral del general Wissan el Hassam.
A mediodía, media docena de tanques cruzaban Masarif, una de las arterias principales del lujoso centro de Beirut, en dirección al conflictivo vecindario, en el suroeste. La consigna: reabrir las carreteras, cortadas por barricadas de neumáticos ardiendo, y detener a cualquiera que vaya armado. Varios grupos radicales se desquitaron el domingo por la noche con disparos y granadas, según los medios locales, tras el intento de asalto al Parlamento.
"Han estado disparando toda la noche", asegura Faraj, un joven de 22 años, que observa desde la acera suní de Barbir los restos del escaparate hecho añicos de un pequeño centro comercial. La calle aún apesta a quemado mientras los camiones de limpieza levantan un espeso humo a su paso por el asfalto ennegrecido. Una tanqueta aguarda en cada esquina. En el suelo se amontonan los cristales.
La zona es un polvorín, como cualquier mosaico confesional en Líbano. Solo una calle separa dos vecindarios enfrentados desde hace años. A un lado los seguidores de Hariri, al otro, los partidarios armados de las milicias chiíes prosirias. En torno a Tariq el Yedid se extiende el Dahiye, el feudo de Hezbollah en los suburbios del sur de Beirut, y el gueto palestino de Chatila, cuyos muros reflejan aún las heridas abiertas durante los tres días de matanzas en 1982.
Los suníes, que suman mayoría en las cercanas zonas de Cola y Mazra, se sienten amenazados y en inferioridad de condiciones. "Son más débiles", explica una fuente cercana a la oposición antisiria que rehúsa revelar su nombre y que aún recuerda cómo, en 2008, Hezbollah se adentró en la zona de Mazra como demostración de fuerza. “Si [Hezbolá] hubiese querido”, dice, “ya habría tomado Beirut”. Ocurre especialmente en la capital, donde la anormal calma del tráfico y el silencio de los cláxones eriza la piel. "Beirut es un símbolo", enfatiza, "aquí estamos todos mezclados, no como en otras zonas de Líbano".
Hadi, de 21 años, vive a pocos metros de la "frontera" entre Tariq el Yedid y Barbur. La mañana del lunes durmió hasta tarde porque los enfrentamientos de la noche anterior apenas le dejaron descansar. "Me he despertado sobre la una y media", dice riendo, "con los disparos". No se ha movido de la cama: "Me he colocado los cascos y me he puesto a escuchar música".
El edificio donde reside el joven queda a unos cuantos metros del punto en el que Akram se niega a adentrase con su taxi. "Es peligroso", dice, después de ascender lentamente tras un convoy militar por la calle Damasco, lo que un día fue la Línea Verde que separaba las zonas musulmana y cristiana de la capital dividida durante la guerra civil.
El Ejército ha mantenido cortado algunos accesos hacia el sur buena parte de la mañana del lunes. La estampa es tan familiar para quienes viven en la zona como los agujeros de bala en los parabrisas de algunos de los coches aparcados. “Aquí hay disparos desde que era niño”, apunta Hadi. La zona ha ido recuperando el tráfico durante la tarde. Beirut, sin embargo, sigue silente, escondida.
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