La clase media enfila la cuesta abajo
El 35,9% de los hogares españoles afirma que no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos
Los casos de personas de clase media con problemas nunca le resultaron ajenos. Durante años, Luis trabajó en procedimientos judiciales de la financiera de Caja Madrid. Día tras día, tramitaba papeles de juicios por impagos. Poco a poco, empezó a ver cómo a los casos clásicos de morosos se empezaban a sumar nuevos perfiles, perfiles de gente que antes no solía engrosar este tipo de listas, gente que no estaba en los márgenes sociales, gentes de nivel económico medio. Poco podía prever que a sus 57 años, a él le tocaría luchar por no engrosar esas listas. En la del paro, ya está; como su mujer, desempleada desde hace ya cinco años. Tan apurada es la situación para llegar a fin de mes que han renunciado a las tarjetas de crédito y este mes se desprenden de la conexión a Internet en casa. Un gasto más que no pueden asumir.
Luis relata su situación a la salida de la oficina del INEM de Méndez Álvaro, cerca de la estación de Atocha, en Madrid. Es uno de los muchos españoles que pertenecen a esa clase media que está encajando a duras penas el duro impacto de la crisis. De la misma oficina sale cabizbaja Margarita, de 51 años, auxiliar administrativa que lleva tres años en paro. Su diagnóstico de la situación es meridiano: “La clase media está desapareciendo. Somos como los mamuts”.
El 35,9% de los hogares españoles afirma que no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos, según la última Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística. España se ha convertido en un país en el que uno de cada cuatro hogares manifiesta llegar a fin de mes con dificultad o mucha dificultad, un dato acorde con el hecho de que uno de cada cuatro trabajadores está en paro. Y mientras se suceden los despidos y los recortes, sube la luz, sube el gas, sube el transporte, sube el IVA, sube el IRPF... Y suben los precios: entre enero de 2008 y agosto de 2012 el incremento ha sido del 9,6%.
“Un litro de gasolina te vale ya más que un café”, dice el extrabajador de la financiera de Caja Madrid, hoy Bankia. “El coche lo tenemos muerto de risa”. Los ahorros familiares que tenían han ido menguando en los últimos años, sobre todo desde que su mujer, administrativa, quedó en paro. El hijo mayor, economista de 27 años, trabaja como becario en una aseguradora; como dice Luis: “trabaja gratis”. Total, que los ingresos de esta familia de cuatro miembros (el pequeño tiene 15 años) son de 1.400 euros, los que Luis cobra como prejubilado (equivalentes al 80% de su sueldo fijo, que no incluye ese variable que antes cobraba y que le quitaron en febrero). La empresa en la que llevaba trabajando 23 años presentó un ERE en junio. La hipoteca se come 600 euros. Otros 300 se los lleva el préstamo que pidió para devolver un anticipo. Quedan 500 para aguantar todo el mes. Los días en que se iban de vacaciones son un recuerdo lejano. El ocio de puertas afuera es cosa del pasado. “Con lo que tenemos, hay que pasar todo el mes”. Adiós al Círculo de lectores y a las cuotas que pagaba al sindicato. Y el mes que viene, adiós a los 90 euros que pagaban por tener televisión, teléfono e Internet. “Yo trabajaba y vivía con cierta seguridad, pero todo ha cambiado”, dice. “Anímicamente, uno se siente muy mal. Todavía tengo un poco de zumo que dar, no creo que sea justo lo que me ha ocurrido. Con 57 años, ya no tengo opción de encontrar trabajo”.
Las puertas de las oficinas del INEM están pobladas de historias como la de Luis. Hortensia, exdependienta de 48 años, cuenta que está muy inquieta. Acaba de acudir a la oficina de la calle Evaristo San Miguel, zona de Argüelles, y sabe que solo le queda un mes de prestación; uno de sus hijos dejó de estudiar Informática para trabajar en Mercadona y el trabajo le ha durado tres meses; son tres en la familia, hay un hijo más pequeño; dos, en paro.
Las víctimas de esta tragedia silenciosa que va impregnando día a día la sociedad española cuentan su historia, quieren denunciar la situación, pero no desean dar a conocer su apellido; algunos, ni siquiera el nombre; o ni siquiera una inicial. Es el caso de una profesional altamente cualificada de 50 años que trabajaba en una gran consultora y que acude a la oficina del INEM por primera vez. “Ayer fue mi primer lunes al sol”, se lamenta. Se acaba de quedar en paro a la vez que su marido: “Tenemos muchos amigos de 50 años en paro, ¿qué hacemos el batallón de los que tenemos 50 hasta los 67? ¡No vamos a tener pensiones, ni Seguridad Social!”.
Cristina, de 31 años, está tirando de los ahorros y se apoya en su compañero, que aún trabaja. Isabel, de 55, que trabajaba como pastelera, dice que en casa ya solo entran marcas blancas y que se acabaron las salidas: toca reunirse en casa con los amigos a hacer cineforum con películas bajadas de Internet. José Antonio se queja de que la crisis haya convertido a muchos españoles en “ciudadanos de segunda de un plumazo”. Luisa, de 60 años, que ha visto cómo les han reducido el sueldo tanto a ella como a su marido, está preocupada porque su hijo de 33 años es licenciado y tiene un máster, pero solo ha conseguido trabajar en la construcción y en pizzerías hasta la fecha.
Luis Fernández, cabeza visible de la asociación de desempleados Adesorg, lo tiene bien claro: “Los que llevamos tiempo en situación de desempleados nos hemos adaptado: trabajamos en B, esclavizados, y nos van a salir plumas por comer tanta carne de pollo. Pero lo que va a ocurrir con la clase media alta me preocupa: se va a encontrar de pronto en esta fase y el trauma va a ser brutal. De tener la vida resuelta, aunque sea sin grandes lujos, a verse ninguneados”.
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