Los soberanistas acarician Quebec
El temor al contagio de la crisis económica y regreso de los independentistas al poder marcan las elecciones del martes en esta provincia canadiense
En Quebec no se come Kentucky Fried Chicken sino Poulet Frit de Kentucky y no existen los Stop sino los Arrêt. En esta región francófona de Canadá, cuyos vaivenes políticos son observados con lupa por los partidos nacionalistas europeos que aspiran a la independencia, la defensa de la identidad siempre ha estado en el corazón de la vida pública. Sin embargo, tras la derrota por 50.000 votos en el referéndum de 1995, la cuestión de la soberanía parecía aparcada y los liberales gobernaban desde hace una década. Pero, según todos los sondeos, las cosas van a cambiar en las elecciones del próximo martes, en las que el independista Parti Québécois (PQ) puede lograr la mayoría con un lema muy claro: “Nos toca decidir”.
El partido que más subirá en estos comicios, hasta el tercer o segundo puesto, es una escisión de los independentistas, Coalition Avenir, dirigida por el empresario François Legault, que ha planteado su campaña con un cambio en los tradicionales objetivos de los soberanistas: primero se ocupará de la economía y luego de la independencia. Pauline Marois, líder del PQ y la primera mujer con serias posibilidades de ser primera ministra de Quebec, tampoco ha querido ponerle fecha al referéndum y ha dicho que lo convocará cuando “tenga asegurada una mayoría” lo que, en palabras del comentarista Michel Papin, equivale a no decir nada. “Los quebequeses no saben si habrá un referéndum sobre la soberanía y, en caso de que se convoque, tampoco saben cuando”, ha dicho este comentarista de Radio Canadá.
Presionado por varios meses de descomunales protestas estudiantiles y acuciado por el peligro de que la crisis económica se contagie finalmente a Canadá —sus inmensos recursos naturales le han librado de la sacudida, con un crecimiento de 2,8% entre 2008 y 2011, pero la prosperidad es más marcada en la costa Oeste que en la Este—, el liberal Jean Charest, que opta por cuarta vez a la relección, planteó un insólito adelanto electoral en verano. Y ahora se encuentra con unas encuestas que otorgan a los liberales el peor resultado en 145 años.
“Quiero devolver a Quebec al camino de la soberanía y la forma de llegar hasta ahí es conseguir el apoyo de una mayoría de ciudadanos, que desean que sus intereses estén mejor defendidos”, exclamó en un mitin Pauline Marois, de 63 años, una veterana política del PQ y parlamentaria desde los años ochenta.
La candidata, y los principales líderes de su partido han centrado su estrategia de campaña en un acercamiento a los estudiantes y a los jóvenes, con un discurso económico bastante proteccionista —una de sus propuestas es aumentar los royalties que cobran a las empresas mineras que operan en el territorio— y, sobre todo, en el regreso a la retórica soberanista, aunque más difusa que en otros tiempos. “El tiempo juega contra Canadá porque la relación que tienen los quebequeses con Canadá se está debilitando”, ha declarado a la agencia Reuters el parlamentario del PQ, Stéphane Bergeron.
François Legault, el líder del escindido Coalition Avenir, que puede quedar en segundo o tercer lugar, ha basado su campaña en una hábil mezcla de nacionalismo y eficacia económica. “No defenderé la soberanía pero tampoco la unidad de Canadá”, ha llegado a decir Legault en una frase que resume muy bien su ambigüedad. Para muchos analistas, su éxito se debe sobre todo a haber logrado postularse como una tercera vía ante la eterna disputa entre liberales e independentistas. Según las últimas encuestas, el Parti Québécois lograría un 34,1% de los votos (lo que representaría una mayoría absoluta de 66 escaños, el doble de los tenía), los liberales en el poder un 28,% (32 escaños, la mitad de los que tenían), mientras que la Coalición Avenir lograría un 25,8% (pasaría de 9 a 25 escaños). La Cámara tiene 125 diputados con una ley electoral que apoya a las mayorías.
Situado en el este de Canadá, con una población de 7,8 millones de habitantes (el país tiene un total de 34,5), en un 80% francófonos, Quebec, al igual que las poblaciones acadianas de Nueva Escocia, es un reflejo de la colonización canadiense, primero francesa y, a partir de 1763, británica. “Con la conquista, los canadienses se convirtieron en nuevos súbditos del rey de Inglaterra y los ingleses en viejos súbditos”, explica Jacques Lacoursière en su libro Una historia de Quebec. Ese sentimiento de injusticia, de desposeimiento, ha quedado reflejado para siempre en el lema de la provincia, “Je me souviens — Me acuerdo”, que puede leerse no solo en los edificios oficiales, sino incluso en las matrículas.
Las encuestas muestran que ahora mismo la soberanía no es una prioridad para los quebequeses, pero este relegamiento se debe tanto al temor al contagio de la crisis como a la fragilidad económica en la que podría quedar la provincia si se independiza de Canadá y, sobre todo, al hartazgo por un debate interminable. Aunque comenzó como una movilización contra las tasas universitarias, la rebelión estudiantil que sacudió Quebec en primavera, y que precipitó el adelanto electoral, reflejó un descontento hacia el Gobierno liberal, sacudido por varios escándalos de corrupción, pero también un deseo de cambio más profundo. Lo que no quedó claro es hacia dónde. Quizás el resultado del martes contribuya a clarificar las cosas. Lo que ocurre en Quebec nunca se queda en Quebec y, sea cual sea el debate que haya detrás, una victoria soberanista con la posibilidad de un nuevo referéndum en el horizonte tendrá repercusiones en todos los movimientos nacionalistas en Europa.
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