El hastío de la guerra
Jon Sistiaga se une, en un reportaje para Canal Plus, a un equipo de desactivadores de bombas en Afganistán, los hombres que más se arriesgan a convertirse en muertos inútiles de una guerra en su momento de prórroga
¿Desde cuándo se le dice al enemigo cuando se acaba la guerra? ¿Qué pensarían Clausewitz o Sun Tzu de revelarle a tu oponente, a esos que llamas insurgentes, terroristas, resistentes, en fin a los talibanes y a sus amigos de Al Qaeda, que te vas dentro de año y medio? Que las fuerzas de la coalición internacional que llevan once años en Afganistán se largan en el 2014. Ni siquiera los soldados que están aquí destinados, en Afganistán, tienen muy claro si esa decisión política, que no militar, significa que la misión está cumplida, o que se está admitiendo la derrota de esta guerra. Al fin y al cabo, "los talibanes solo tienen que aguantar escondidos todo ese tiempo, con una guerra de baja intensidad, para regresar cuando nos hayamos ido", reconoce el capitán Arredondo, un militar de Los Angeles de ascendencia mexicana. Muchos analistas se preguntan cómo va a convencer EE UU al Mula Omar, el histórico líder talibán, de volver a las conversaciones secretas mantenidas en Catar y rotas hace unos meses, si sus interlocutores planean retirar sus fuerzas en 18 meses. ¿Para que hablar con "el infiel" si solo hay que esperar?, debe de pensar el Mula desde su refugio pakistaní en Quetta.
Es quizá por eso que en las bases de la coalición se percibe cierto hastío, cierta desidia por una guerra interminable. Una guerra no convencional donde los soldados se enfrentan a un enemigo invisible, que apenas abandona sus bases en Pakistán, y que se dedica a sembrar de artefactos explosivos las carreteras, senderos o veredas por las que estos hombres deben de patrullar. Cualquier soldado con el que hables tiene dos respuestas para esta situación: la oficial, la de que "bueno, es mi trabajo", y la otra, la real, la de que se sienten expuestos a un peligro innecesario. De que pueden convertirse en bajas inútiles de una guerra con fecha de caducidad. En los últimos muertos del tiempo de descuento. Y a nadie le hace gracia morir en la prorroga, en esos meses extra que quedan para preparar la retirada y abandonar el país. Esté como esté.
Por eso los soldados no están motivados y los únicos que parecen disfrutar con su trabajo, porque al menos hacen algo útil, son los destinados en Unidades de contacto con la población local, los que hablan con los lugareños para resolver sus problemas y tratar de ganarse su confianza. "¿Sus corazones y sus mentes?", le pregunto a Larry, un miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército norteamericano: "No, eso era antes, en Vietnam, y no funcionó porque no se entendió a la población local. Ahora vamos sin armas, nos mezclamos con ellos, atendemos sus necesidades, les traemos agua, aceite, arroz, lo que necesiten. Solucionamos sus problemas si un clan no se habla con el otro..." Las fuerzas especiales son los únicos autorizados a llevar una larga barba y vestir de civil para poder infiltrarse, o como dice Larry, mezclarse, con la población local. Su aspecto es el de un viejo rockero, aunque está muy en forma. "Los de Vietnam no entendieron lo de ganarse los corazones y las mentes, porque al final se convirtió en pegar dos tiros en el corazón y uno en la cabeza", reflexiona Larry para tratar de hacerme ver que su trabajo en la actualidad, pese a su rango y su unidad, no tiene nada que ver con operaciones encubiertas o de sabotaje tras las líneas enemigas.
Pero pese a la actitud positiva de este capitán, pese a que Larry si cree de verdad en los beneficios que su trabajo está trayendo a la población local, la indolencia se ha apoderado de las tropas de la coalición y de sus mandos. Se hacen las operaciones básicas, y casi todas defensivas. La base Lagman es un puesto avanzado en la provincia sureña de Zabul, una de las de mayor actividad de los talibanes. Desde aquí se aprovisiona al resto de bases más pequeñas y se realizan misiones tácticas junto al ANA, el Ejército Afgano. Hay serias dudas sobre su formación. Hablas con algunos militares que los forman y te aseguran que están preparados para asumir la defensa de su país, y para liderar el combate contra los talibanes y los remanentes yihadistas que todavía quedan por aquí. Hablas con otros y te reconocen que los soldados afganos son unos tuercebotas capaces de saltarse el cordón de seguridad cuando se va a detonar una bomba trampa solo por curiosidad de ver como explota. Han pasado once años desde que EE UU inició una guerra con dos objetivos: por un lado encontrar a Bin Laden y destruir a Al Qaeda, y por el otro acabar con el régimen de los talibanes que les daban protección. El primer objetivo se ha conseguido a medias y recientemente, el segundo fue más fácil, pero el resurgir talibán en los últimos años hace albergar serias dudas sobre el futuro de este país cuando se retiren las tropas internacionales. El fantasma de una guerra civil, otra, es más tangible que nunca.
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