El pantera negra de Sintra
George Wright, un delincuente acusado de secuestrar un avión en 1970 y envuelto en un asesinato, ha vivido oculto en un pequeño pueblo portugués durante más de 20 años
El abogado lisboeta Manuel Luís Ferreira, cuenta que una mañana de septiembre se encontró con un caso que juzgó rutinario: un tal Jorge dos Santos, de nacionalidad portuguesa, debía defenderse, según explicaba la mujer del detenido, de unos líos financieros de una organización benéfica. Pasó el asunto a una compañera del bufete y se desentendió. Por la noche, la compañera le llamó asustada:
- Oye, que esto está saliendo en la tele.
- ¿En el canal 1? - preguntó el abogado, dispuesto a tranquilizar a la colaboradora.
- No, no: en la CNN.
El abogado, lívido, puso la televisión y se enteró entonces de que su defendido se llamaba en realidad George Edward Wright, de que había nacido en 1943 en Halifax (Virginia) y de que era un viejo conocido del FBI: había estado envuelto en un asalto a una gasolinera con asesinato incluido en 1962 en Nueva Jersey, se había escapado de la cárcel ocho años después en una fuga de película junto a cuatro compañeros de celda, supuestos miembros del grupo activista de los Panteras Negras. Y había secuestrado, en 1972, junto a otros correligionarios, un avión de pasajeros en Detroit para desviarlo hacia Miami y hacerlo aterrizar en Argel tras exigir un rescate de un millón de dólares que luego tuvieron que devolver. Wright subió al avión disfrazado de sacerdote con una pistola escondida en el doble fondo de una Biblia falsa. Poco después, el FBI perdió su pista. Tardó más de 40 años en reencontrarla gracias, según explica The New York Times, a un cotejo informático de huellas dactilares.
- Al día siguiente fui a verle para que me contara toda la historia-, resume el abogado.
Wright fue detenido mientras tomaba café con unos amigos en un bar de la pequeña localidad portuguesa de Colares, donde reside, a un paso de Sintra, a 40 kilómetros de Lisboa. Su foto y su cara de estupefacción mientras sostenía dos bolsas de plástico del supermercado en el momento de ser arrestado voló pronto a Estados Unidos, que se apresuró a solicitar la extradición. Tras un toma y daca judicial, los jueces portugueses declararon en diciembre que Wright no podía ser devuelto a EEUU debido a que los delitos que se le imputan han prescrito. Hace diez días, con todo, una comisión del Senado de EEUU insistió en solicitar la presencia del antiguo terrorista. En vano. En teoría, ya nada puede hacerle volver a EEUU, ya que la sentencia del tribunal portugués no admite recurso.
Pero Wright no se fía, teme que le rapten y solo sale de casa en compañía de su mujer, algún amigo o de alguno de sus hijos. Las conversaciones con el abogado se celebran siempre en persona, jamás por teléfono, en la cocina de la casa de Wright, con varios transistores en marcha para evitar las escuchas. “Usted dirá que soy un paranoico, pero yo he visto cómo mi ordenador se ponía en marcha o se desconectaba por su cuenta, ejecutando por sí solo las claves de la contraseña”, explica Ferreira. El abogado también trata de rellenar el inmenso hueco existente en la vida de Wright desde que salió del avión en Argelia hasta que la policía le detuvo en un pueblo situado en el esquinazo más occidental de Europa 40 años después. En otras palabras: cómo George Wright se convirtió en Jorge dos Santos
Hubo una estancia cierta en Francia, un viaje a España en coche (“no le gustó nada España”), una primera llegada a Portugal y un salto posterior a Guinea Bissau (antigua colonia portuguesa) donde, gracias a las autoridades guineanas, amparándose en el derecho de asilo político, consiguió una nueva identidad. Allí adoptó un nuevo nombre y un nuevo lugar de nacimiento (Guinea). Posteriormente se casó con una portuguesa, María do Rosario Valente, consiguió la nacionalidad portuguesa gracias al matrimonio y regresaron a Portugal.
Han vivido durante los últimos veinte años en Colares, siempre en la misma casa. En ese pueblo de calles pequeñas y viviendas cuidadas, apacible y aburrido, tuvieron dos hijos y Wright ha llevado una existencia anodina y anónima. Según han explicado los vecinos a varias publicaciones portuguesas, trabajó de pintor de brocha gorda, se empleó como chapuzas en algunas labores de albañilería, montó un asador de pollos y un restaurante, ambos cerrados ahora. Los vecinos reparaban en su leve acento al hablar portugués pero lo achacaron a su previsible procedencia africana. El abogado enseña además algunos recortes del Diario de Notícias de hace dos años en que Jorge dos Santos aparece junto a un amigo en un acto benéfico de Colares para demostrar que su cliente se encuentra completamente rehabilitado. “Él no disparó al empleado de la gasolinera. Se arrepiente de algunas de las cosas que hizo y si pudiera cambiarlas, las cambiaría, pero EEUU era entonces otro país, mucho más racista”, añade. La periodista Cláudia Sobral, del diario Público, que ha investigado el asunto durante meses, incide en algunos puntos oscuros de la historia: “Parece que siempre ha estado protegido, después del secuestro del avión o en Guinea. Todos sus compañeros fueron apresados, menos él. Hay quien sospecha si no fue un agente doble de la CIA”, explica. Ferreira se encoge de hombros ante esto: “Solo fue un fugitivo”.
Jamás contó a nadie su historia, ni siquiera a su mujer, según el abogado. “Me explicaba que a veces quería confesárselo todo a María do Rosario, pero que no sabía cómo empezar. Que luego nació su primer hijo y que se le hizo más difícil. Y que luego nació el segundo y que ya no se atrevió. Me cuenta que pasaba noches en blanco, recordando su otra vida, dándole vueltas al pasado. Ahora sus hijos tampoco le preguntan a él”.
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