Memorias de Túnez desde el exilio
La polémica esposa del derrocado dictador Ben Ali publica su autobiografía para justificarse. En otro libro editado 15 días antes, su mayordomo cuenta la afición de Leila por la brujería
La primavera árabe no arrolló al régimen tunecino del presidente Zine el Abidine Ben Ali en enero del año pasado. Aquello partió de “una manipulación maquiavélica que va mucho más allá de una mera revolución de palacio”. Los “traidores” que la llevaron a cabo eran “enlaces de servicios secretos extranjeros”, probablemente los de Estados Unidos y Francia.
Año y medio después de haberse visto obligada a exiliarse en Arabia Saudí, junto con su marido, Ben Ali, Leila Trabelsi, de 55 años, apodada La Regenta de Cartago porque acumulaba enormes poderes, ha roto su mutismo. Ha incumplido así el compromiso de guardar silencio adquirido con las autoridades saudíes al afincarse en Abha, una ciudad de montaña.
Leila Trabelsi acaba de publicar un libro, Mi verdad (Ma Vérité, París, editorial Moment), escrito con el periodista Yves Derai, con el que charló largas horas a través de Skype. Utilizó después el mismo cauce para promocionar su biografía dando su primera entrevista al diario Le Parisien. En ambos medios descalifica la revolución de jazmín, como se llama en Túnez al derrocamiento del clan Ben Ali, y que, a trancas y barrancas, está instaurando la democracia.
De todos aquellos autócratas destronados por la primavera árabe, Leila Trabelsi es la primera en hablar con detenimiento o, mejor dicho, en intentar desmentir todo aquello de lo que se le acusa. Solo Aicha, la hija del líder libio, Muamar el Gadafi, refugiada en Argel, había hecho hasta ahora alguna breve declaración telefónica, a la televisión siria Al Rai, para pedir a los libios que vengasen la muerte de su padre.
Por una minucia Leila Trabelsi castigó a su cocinero obligándole a sumergir sus manos en aceite hirviendo
La “mujer más odiada de Túnez”, como se describía a veces a Leila Trabelsi, ha tenido la mala suerte de que la salida de su biografía ha sido precedida, dos semanas antes, por otra obra, A la sombra de la reina (Dans l’ombre de la reine, París, editorial Michel Lafon), escrita por Lofti Ben Chrouda, el que fue su fiel mayordomo, con la ayuda de Isabelle Soarez Boumala, profesora de literatura en Túnez.
Codiciosa, cruel, vanidosa, inculta, caprichosa, etcétera, Ben Chrouda no ahorra adjetivos ofensivos cuando describe a la que fue su jefa durante 17 años. Si no fuera porque además era infiel a Ben Ali, 20 años mayor que ella, se la podría comparar con Elena Ceausescu, la temible esposa del último dictador rumano fusilada en diciembre de 1989.
La corrupción de Leila Trabelsi había ya sido narrada por Robert Godec, embajador de Estados Unidos en Túnez, que, en sus cables enviados a Washington en 2009, y desvelados por Wikileaks, describe a la familia presidencial como una “cuasi mafia”. En su libro La Regenta de Cartago (La Régente de Carthage, París, editorial La Découverte), los periodistas Cathérine Graciet y Nicolas Beau son más incluso precisos que el diplomático.
“Sectores enteros de la economía, de los más prestigiosos hasta los más humildes, cayeron en manos de Leila y de sus hermanos aprovechando privatizaciones o la búsqueda, por inversores extranjeros, de socios locales bien relacionados”, aseguran Graciet y Beau. La revista Forbes estimaba, en 2010, la fortuna de los Ben Ali en 3.700 millones de euros, una cantidad pequeña, si se compara con muchos monarcas árabes, pero enorme si se tiene en cuenta que ambos cónyuges son de origen modesto. Ella era estenógrafa y él militar. La amasaron en 23 años.
El mayordomo no narra tanto los negocios —aunque sí cuenta el expolio de antigüedades requisadas en museos y excavaciones arqueológicas—, sino la vida cotidiana en el palacio presidencial. Allí, la señora presidenta, como había que dirigirse a ella, practicaba la brujería y la magia negra para que su marido siguiese ostentando el poder y preservar, de paso, su enorme influencia sobre él. Para ayudarle en esta tarea recurría a magos, adivinos, hechiceros de toda África que desfilaban por palacio y le aconsejaban, por ejemplo, que quemase a un camaleón vivo.
Ben Ali era un “títere” al que puso frecuentemente los cuernos con un guardaespaldas con el que se veía a escondidas tres veces por semana en una casita en La Marsa, al borde del mar, cerca del palacio presidencial de Cartago. Llegó incluso a pasar con su amante algún fin de semana en París y Dubái.
El presidente, que en septiembre cumplirá 76 años, vivía obsesionado por ser desposeído de sus propiedades y por la pérdida de su virilidad. Para evitarla tomaba grandes cantidades de supuestos afrodisiacos, frutos secos y jengibre, y, para probar su eficacia, de vez en cuando era también infiel.
Las broncas matrimoniales eran memorables. “De regreso a palacio se escuchan gritos en el ala privada”, escribe Ben Chrouda. “El rais (presidente), enfurecido, le propicia un puñetazo en la cara, desenfunda su pistola y amenaza con matarla”, prosigue. “Una persecución se desarrolla entre ambos esposos a través de un laberinto de pasillos”.
Para templarle, Leila Trabelsi recurría al chantaje. Le amenazaba, por ejemplo, con desvelar “la verdad” sobre el accidente de helicóptero, de abril de 2002, en el que murieron el general Abdelazis Skik y otros 12 oficiales del Ejército de Tierra cuya cúpula quedó desmantelada. ¿Fue un accidente provocado?
Déspota con su esposo, la señora presidenta era despiadada con sus subordinados, sometidos a un régimen de “cuasi esclavitud”, según el mayordomo. Por una menudencia obligó a un cocinero a sumergir sus manos en aceite hirviendo. Al propio Ben Chrouda le impuso un castigo por haberla tirado al suelo cuando le obligó a conducir el cochecito con el que se paseaba por la playa por una rampa que bajaba del palacio hasta el mar. Él le advirtió de que la pendiente era excesiva y la conducción peligrosa. Acabó derribándola. Ella le forzó entonces a correr durante dos horas detrás del cochecito.
Ni que decir tiene que la autora de Mi verdad da otra imagen de sí misma. “Soy una hija del pueblo. Mi vida cotidiana estaba dedicada a las obras caritativas y sociales”, añade. Acusada de haber enriquecido fraudulentamente a sus numerosos hermanos solo reconoce haber ayudado a uno de ellos a conseguir un crédito que devolvió. “Lo que se olvida es que ayudé a mucha gente a la que no conocía”.
De sus palabras emanan también reproches a aquellos dignatarios que les dieron la espalda, en enero de 2011, después de haber ensalzado sus éxitos como lo hizo el presidente Nicolas Sarkozy que rechazó acogerles en Francia. “Me decepcionó que no proclamase su apoyo cuando nos fuimos” de Túnez, recalca. “El único que estuvo con nosotros hasta el final fue Fréderic Mitterrand”, ministro de Cultura de Sarkozy y sobrino del último jefe de Estado socialista de Francia.
Leila Trabelsi y su esposo han sido condenados, en ausencia, a 35 años de cárcel y a una multa de 45 millones de euros por malversación de fondos públicos. La justicia tunecina reclama su extradición a Arabia Saudí que hace oídos sordos a su petición.
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