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ELECCIONES GRIEGAS

Los dirigentes griegos apuran la formación de un Gobierno tripartito

Los políticos reanudan las negociaciones para cerrar hoy mismo un Ejecutivo de coalición entre conservadores y socialdemócratas y con la presencia de Izquierda Democrática

El líder del Pasok, Venizelos, y el de Izquierda Democrática, Kouvellis, este martes.
El líder del Pasok, Venizelos, y el de Izquierda Democrática, Kouvellis, este martes. SIMELA PANTZARTZI (EFE)

Grecia tendrá pronto un Gobierno. Pero la tarea de Antonis Samarás, ganador de las elecciones del domingo, es difícil ya desde antes de jurar el cargo. El líder de Nueva Democracia topó el lunes con las reticencias de sus viejos rivales del Pasok, el partido con el que está obligado a formar coalición, y con las condiciones de Izquierda Democrática, cuyos diputados necesita para contar con una mayoría holgada. Los probables socios de coalición, que este mismo martes podrían anunciar un acuerdo, coinciden en la necesidad de renegociar las políticas de austeridad impuestas por los acreedores.

Las negociaciones continúan con reuniones del líder de Izquierda Democrática, Fotis Kouvelis, con sus homólogos de los conservadores y de los socialistas (Evangelos Venizelos). El diario Kathimerini asegura que el socialista Venizelos ha aceptado que Samarás encabece el Gobierno, que, añade el periódico, incluirá a varios ministros independientes. El líder del Pasok ha asegurado tras el encuentro con el dirigente izquierdista que el país "tendrá un Gobierno lo antes posible" y se ha declarado "optimista".

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El aspirante a tercer socio del tripartito, Kouvelis, ha declarado: "Habrá Gobierno, pero no estoy seguro de si estará formado para esta noche. Creo que habremos alcanzado un acuerdo para el final de la semana". El representante de los centroizquierdistas ha recalcado que "aún existen asuntos importantes [pendientes] sobre el programa de Gobierno y los términos [del rescate] que Grecia debe renegociar".

La práctica política abunda en paradojas. En Grecia, más que en otros sitios. Antonis Samarás, el dirigente conservador que ahora se erige en paladín de la ortodoxia (hasta cierto punto) y en interlocutor privilegiado de los socios europeos se opuso hace solo tres años a las condiciones del primer plan de rescate, porque estaba en la oposición. Venizelos, el líder del Pasok que hoy considera “una exigencia ineludible” la renegociación con los acreedores, fue el ministro de Finanzas que firmó las condiciones del segundo rescate, las mismas que ahora quiere cambiar.

Samarás y Venizelos representan a los dos partidos, Nueva Democracia y Pasok, que, con especial protagonismo del segundo, malversaron los fondos públicos griegos, forjaron un Estado clientelista y derrochador y condujeron el país a su actual situación. Antes eran el problema y ahora son la solución. En cualquier caso, están condenados a entenderse. Primero, porque solo ellos pueden formar una coalición mínimamente coherente. Segundo, porque ni sus votantes ni quienes votaron otras opciones, como Syriza, perdonarían que condenaran a Grecia a un nuevo vacío de poder.

Samarás acudió el lunes por la mañana al palacio presidencial para recibir del jefe del Estado, Karolos Papulias, el encargo de formar Gobierno. “Mi objetivo consiste en formar rápidamente un Gabinete de salvación nacional, con el mayor respaldo posible, porque la tarea es enorme”, dijo. Ese ambicioso objetivo quedó pronto reducido. Alexis Tsipras, líder de la segunda fuerza más votada, Syriza, repitió una vez más que su misión consistía en ejercer como jefe de la oposición y que no existía ninguna posibilidad de que se aliara “con los partidarios de la austeridad y del terrorismo económico impuesto por los acreedores” de la troika (Unión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional).

Tras reunirse con Papulias, Samarás tuvo la primera conversación formal con Venizelos, quien puso como condición para unirse al Gobierno “la formación de una coalición muy amplia”. Según el líder del Pasok, era necesario incluir también a los partidos opuestos a las políticas de austeridad, la Izquierda Democrática (un grupo creado el año pasado a partir del pequeño partido Synaspismós y de una escisión del propio Pasok) y la misma Syriza. La postura de Venizelos ha tenido todo el aspecto de un brindis al sol: ha sido un gesto para la galería, cosa que reconocieron los propios portavoces del partido. A los acreedores, que respiraron con alivio al conocerse la victoria de Nueva Democracia, les daría un síncope si se encontraran a Syriza en el Gobierno de Atenas. Cosas más raras se han visto, pero esta resulta altamente inverosímil.

Según todos los analistas, la única opción viable es la coalición Nueva Democracia-Pasok, que sumaría 162 diputados en un Parlamento de 300 escaños. Ni Samarás ni Venizelos se hacen muchas ilusiones sobre la inclusión de ministros de Izquierda Democrática, pero confían en que ese partido, opuesto a las condiciones del rescate financiero pero no tan maximalista (ni popular) como Syriza, se ofrezca a prestar su apoyo en las votaciones más decisivas. “Todo es discutible, incluso quién debería ser el jefe del Gobierno: podríamos preferir que no fuera Samarás, sino otro dirigente de Nueva Democracia o incluso una personalidad independiente”, ha comentado Fotis Kouvellis, líder de Izquierda Democrática.

El nuevo Gobierno debería estar listo esta misma semana para enfrentarse a una tarea gigantesca. No solo le corresponde aplicar algunas decisiones muy impopulares ya adoptadas por el anterior Gobierno tecnocrático, bajo la presión de los acreedores, como el despido de 150.000 funcionarios. Debe, además, endurecer las políticas de ajuste si aspira a que la troika de acreedores dulcifique un poco sus exigencias, al menos en los plazos de devolución de la deuda. Y una nueva vuelta de tuerca, en un país que lleva cinco años de recesión y cuyos hospitales sufren desabastecimiento de cosas tan básicas como gasas y jeringuillas, puede dar lugar a protestas populares violentas.

Samarás aspira a que su Gobierno dure hasta 2014, para hacer coincidir las nuevas elecciones con las europeas de ese año. Quizá dos años, vistas las circunstancias, constituyan un objetivo demasiado ambicioso.

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