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Columna
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La vie en rose

Los franceses han entregado el país al Partido Socialista. Ahora queda por saber qué va hacer François Hollande con él

Los franceses han escogido la coherencia, y en esta ocasión sin medida: han entregado el país al Partido Socialista. François Hollande ha logrado lo que no consiguió François Mitterrand, su mentor: no solo ha obtenido la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, sino que controla también el Senado, en manos de la izquierda desde septiembre de 2011. Dado que el PS ya gobernaba la mayor parte de las grandes ciudades y las Administraciones locales, que había ido obteniendo en los comicios locales celebrados a lo largo de los cinco años anteriores, nos encontramos con un auténtico dominio de la izquierda de Gobierno en todas las instancias del Estado. Se acabaron los compromisos con unos aliados reacios o arcaicos: antes de las presidenciales, los Verdes se beneficiaron de un acuerdo que amplía de forma muy ventajosa sus resultados electorales, y el Frente de Izquierdas de Jean-Luc Mélenchon se ha acostumbrado al ritmo de su grandilocuencia. Se acabaron las concesiones, pero también las excusas ante las dificultades que asedian al país.

Se acabaron las concesiones, pero también las excusas
ante las dificultades
que asedian al país

El primer ministro, Jean-Marc Ayrault, empieza a decirlo en voz alta: la situación es preocupante, no se pueden hacer las cosas en un día, ni siquiera las promesas enunciadas la víspera para ganar las elecciones. Desde luego, por más confusión que exista, los franceses saben que la vida no va a ser tan rosa como en la canción: pero en todo este largo paréntesis electoral, nadie, ni a izquierda ni a derecha, se lo ha querido explicar. ¿No es ya algo reconocido, en nuestras democracias, que las elecciones son buenas para todo menos para la pedagogía de la complejidad? Protegida por una especie de línea Maginot del verbo, tan ilusoria como las fortificaciones de 1939, la opinión pública no quería oír, a gusto en una negación colectiva de la globalización, Europa, la necesaria reducción del gasto público, las reformas indispensables de las jubilaciones y las prestaciones sociales.

Lo malo es que la realidad está ahí, en el centro de lo que se está jugando Europa. Antes de la cumbre de finales de junio, Hollande deberá encontrar vías de acuerdo con Berlín, salvo que pretenda hundirse en la crisis y sufrir duros castigos de los mercados.

Mientras tanto, pensemos en quienes han caído en el campo del honor —o el deshonor— de la política. Ségolène Royal ha vuelto a ser una víctima cruel, ella que durante tanto tiempo hizo alarde de una convicción mesiánica en su propio destino. Antes de sufrir una grave derrota, la antigua candidata a la presidencia había anunciado su apoyo al padre de sus hijos y, a cambio, reclamaba que se le debía la presidencia de la Asamblea Nacional. Ahora ha quedado privada de legitimidad nacional, herida en plena campaña por la fea jugada que le hizo, equivocando su papel, la actual compañera del nuevo presidente.

Protegida por una especie
de línea Maginot del verbo,
la opinión pública no quería
oír de Europa, de la reducción
del gasto público, de las
reformas indispensables

Otra víctima de un error de cálculo, o más bien de aterrizaje: Jack Lang, candidato a todo por principio, que pierde su escaño de diputado y encarna la salida de la generación Mitterrand. En la derecha, la derrota más simbólica es la de Claude Guéant, exministro del Interior, durante mucho tiempo el colaborador más cercano de Nicolas Sarkozy en el Elíseo, candidato paracaidista por un distrito de las afueras de París muy de derechas, pero en el que ha terminado rechazado por unos electores manifiestamente insensibles a sus méritos. Otra eliminación que significa el fin de la generación Chirac: Michèle Alliot-Marie, varias veces ministra, apartada de los asuntos exteriores porque no entendió nada de la primavera árabe y desalojada del feudo electoral que había heredado de su padre.

Más allá de estos casos emblemáticos, el partido conservador pierde más de un centenar de escaños y sufre su peor derrota desde hace 30 años. El giro a la derecha que emprendió Sarkozy en 2010 le ha costado más caro a la UMP que al expresidente, cuya derrota, al fin y al cabo, fue relativa en número de votos. La redefinición de la estrategia y los valores de la derecha de Gobierno va a ser todavía más difícil por la escalada del Frente Nacional, sobre todo en el sur, y porque se anuncia una pelea sangrienta en la cumbre entre François Fillon, antiguo primer ministro y diputado por París, y el actual secretario general, Jean-François Copé.

Hay una persona que no va a estar en la Asamblea pero ha resultado triunfadora: Marine Le Pen ha conquistado dos escaños en la Asamblea, a pesar de que el sistema de escrutinio perjudica a su partido. La extrema derecha se instala de forma duradera en el paisaje y promete ser la oposición más feroz a la política de François Hollande. Ahora queda por saber qué van a hacer él y los socialistas con Francia.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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