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La disputa entre la primera dama y Royal amarga la campaña a Hollande

El primer ministro francés desautoriza a la pareja del presidente por usar Twitter

Valérie Trierweiler estrecha la mano a Ségolène Royal, el pasado 4 de abril en Rennes.
Valérie Trierweiler estrecha la mano a Ségolène Royal, el pasado 4 de abril en Rennes.FRED DUFOUR (AFP)

“Un tuit, un simple tuit de 135 caracteres, ha hecho volar en pedazos la normalidad hollandiana”. El arranque del editorial de Le Monde resume bien el explosivo efecto generado por la irrupción de la primera dama francesa, Valérie Trierweiler, en la campaña de las legislativas. Los esfuerzos de modestia, serenidad y ejemplaridad de un François Hollande empeñado en dejar atrás la mezcla entre público y privado que caracterizó el mandato de su antecesor, Nicolas Sarkozy, se han venido abajo en solo unas horas, mientras una tormenta nacional e internacional se abatía sobre la sanguínea primera dama y su peculiar sentido de la independencia, la amistad y la libertad de expresión.

Le Monde afirmó que madame Trierweiler “debe elegir” entre el periodismo y el Elíseo, y le animaba, con pocas contemplaciones, a “olvidarse del Twitter”. El primer ministro socialista, Jean-Marc Ayrault, se atrevió a reprender en público a la novia del jefe pidiéndole que sea “más discreta”. Y la derecha, feliz por poder desviar la atención de sus malos resultados de la primera vuelta y sus turbias componendas con el Frente Nacional, que han quedado completamente eclipsadas por la crisis people, ironizó a conciencia: “Dallas en el Elíseo”, “¡un vodevil!”.

Era previsible. El mensaje público de apoyo de la todavía periodista —antes política, ahora cultural— de Paris Match a Olivier Falorni, viejo amigo común de Hollande y Trierwelier y candidato disidente del Partido Socialista que lucha por un escaño en La Rochelle contra Ségolène Royal, la aspirante oficial del PS y del Elíseo —además de madre de los cuatro hijos de Hollande y pareja del mandatario durante tres décadas—, fagocitó durante un día entero la política de verdad.

En la calle, los diarios y las televisiones, la metedura de pata de Trierweiler se convirtió en el único tema de la campaña, y los guiñoles de Canal+ contribuyeron a la guasa general presentando a un Hollande obligado a jugarse una particular triangular, mudo e impotente para mediar entre Royal y Trierweiler, mientras estas presumían de tener todo su apoyo y se acusaban de arpías y manipuladoras. En el mundo real, Trierweiler comentó el episodio con una periodista de RTL, diciendo que le parecía que se ha comentado “hasta la desmesura” y añadiendo que es “idiota” pensar que había apoyado al contrincante de Royal “por celos”.

Lo cierto es que el tormentoso pasado personal de los tres protagonistas, que una vez más subraya la promiscuidad entre prensa y poder político en la Francia contemporánea, ha abierto la primera crisis de la “presidencia normal” al mes de que esta empezara. Como pasó tras la ruidosa separación de Sarkozy y Cécilia, o tras la boda de Sarkozy y Carla Bruni, hoy la prensa francesa solo habla de la vida privada del presidente.

Unos recuerdan que Trierweiler empezó su relación con Hollande en 2005, cuando este estaba todavía con Royal. Otros aseguran que la actual compañera del presidente exigió que este le diera un beso en la boca la noche del triunfo electoral en la Bastilla un segundo después de haber besado en la mejilla a Royal. Y algunos sacan a colación el penúltimo tuit de Trierweiler, en el que agradecía a Michelle Obama, primera dama estadounidense, los “preciosos consejos” que le dio cuando la conoció en el primer viaje al exterior de la pareja presidencial.

La ironía es que, aunque muchos acusan a Trierweiler de inoportunidad política, no parece que tenga mal olfato. Un sondeo conocido ayer estima que el disidente Falorni batirá el domingo a Royal por una ventaja abrumadora: 58% a 42%. La previsión es dramática para la excompañera de Hollande, quien aspiraba a ser la primera mujer en presidir la Asamblea Nacional y ahora puede quedarse fuera del Parlamento cerrando así el círculo de fracasos abierto con sus derrotas en las presidenciales de 2007 y en las primarias socialistas de 2011.

El embarazo de la izquierda ante la “mezcla de géneros” en la cúpula del Estado y del PS denota algo más que estupor y malestar ante un hecho inédito, aunque algunos asesores de Hollande han intentado minimizar lo ocurrido subrayando que el mensaje político que importa es el del presidente y no el de la primera dama, y recordando que también la mujer de François Mitterrand, Danielle, tenía sus propias opiniones políticas y defendía a Fidel Castro.

Los nervios de los socialistas revelan un desasosiego estrictamente político, pues temen que el asunto tenga incidencia en los resultados de la segunda vuelta. La imagen de que Hollande no controla ni su propia casa hace que sus apelaciones a la sobriedad y la ejemplaridad suenen hoy menos firmes. Y si la primera dama defiende a un candidato tránsfuga contra el criterio del jefe del Estado, de su partido y de su primer ministro, ¿de qué tipo de unidad están hablando a los electores Hollande, Martine Aubry y Ayrault?

Visiblemente irritada, la primera secretaria del PS intentó reconducir el debate y señaló que el Twitter de la primera dama “es solo la espuma de las cosas”, y que “lo importante es hablar del poder adquisitivo y del desempleo, que son los temas que preocupan a los franceses”.

Pero los asesores de Hollande no han ocultado su desolación. El presidente afronta unos meses muy complicados, necesita una mayoría amplia en la Asamblea Nacional y sospechan que la toma de postura de Trierweiler podría inclinar las plazas más disputadas hacia la derecha.

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