La más poderosa empresa del mundo
El dos veces premio Pulitzer, Steve Coll, desvela las claves de ExxonMobil, “un Estado empresarial dentro del Estado americano”
La sede central de ExxonMobil en Irving, Tejas, es conocida por sus empleados como La Estrella de la Muerte, la malévola estación espacial de la Guerra de las Galaxias que puede con el disparo de un solo rayo destrozar un planeta. ¿Demasiado como comparación? Puede que no. Según el escritor y periodista Steve Coll, dos veces ganador del Pulitzer, ExxonMobil es “un Estado empresarial dentro del Estado americano” que, como todas las naciones soberanas “tiene sus propias reglas de política exterior”. “A veces sus intereses se corresponden con los del Gobierno de Estados Unidos, a veces se encuentran en oposición y otras sencillamente se quita de en medio”, afirma Coll en una entrevista concedida a la cadena de radio pública de EEUU, NPR.
Lee Iron Ass Raymond —la cursiva se traduce como Culo de Hierro— presidió con mano firme ExxonMobil entre 1993 y 2005. En el libro Imperio Privado, Coll expone a lo largo de casi 700 páginas nutridas de más de 400 entrevistas e información proveniente de muchas fuentes el enorme poder amasado por la que ya es hoy la empresa más grande del mundo, y que cuando todavía no tenía ese récord —lo logró la semana pasada, desplazando a Wal-Mart— fue lo suficientemente hábil como para estar siempre en los últimos 60 años entre las compañías más lucrativas del país.
Exxon se fusionó en 1999 con Mobil y desciende directamente de la compañía de petróleo de John D. Rockefeller. Con la etiqueta de ser una de las empresas más secretistas del mundo, ExxonMobil lleva décadas haciendo complicados equilibrios morales y de poder en países tan distintos como Chad, Indonesia, Guinea Ecuatorial, Venezuela y la Rusia de Vladímir Putin para hacerse con sus reservas de petróleo. La geopolítica es el libro de cabecera de los ejecutivos de ExxonMobil, ya que sus operaciones para ser rentables deben abarcar largos periodos de tiempo —al menos 40 años, duración necesaria para que la inversión compense a la hora de explotar y vender el petróleo y el gas—, por lo que se hace necesario conocer todos los despachos donde se mueven los hilos del poder en las altas esferas internacionales.
Como bien explica Coll en el libro, hacer negocios a tantos años vista es complicado en EEUU, ya que en ese periodo de tiempo habrá 10 administraciones con al menos seis presidentes distintos con los que habrá que negociar, o no. Para el lector que quiera leer entre líneas queda claro que cuando Steve Coll dice que ExxonMobil nunca viola la ley es básicamente porque es ella la que la dicta.
Todavía exige más juegos malabares establecerse en países con una dictadura, susceptibles de vivir una revolución que acabe sofocada con un baño de sangre y que los yacimientos sigan en pie y escupiendo crudo con el que alimentar el lucrativo negocio. ExxonMobil no solo ha logrado esto último a lo largo de toda su historia. Sus ganancias —362.000 millones de euros— superan al PIB de la mayoría de los países en los que opera.
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