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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cuba como pretexto

Nunca se ha visto en esta región un presidente norteamericano más condescendiente y menos interesado en imponer su hegemonía que Obama

Antonio Caño

Este fin de semana, en Cartagena de Indias, el asunto de Cuba ha vuelto a provocar el fracaso de una reunión de presidentes americanos. Las discrepancias sobre el trato que se debe dar al régimen autoritario de Cuba ha sido, de nuevo, el pretexto con el que se ha ocultado la incapacidad de los líderes de la región de avanzar hacia una mayor integración política y un mejor entendimiento con Estados Unidos.

América Latina es hoy una región dinámica, con sociedades avanzadas que están combatiendo eficazmente la pobreza y reclaman un papel destacado en el futuro del mundo. Pero sus dirigentes se han demostrado impotentes a la hora de traducir esos avances en una plataforma política que le dé a esos países, al mismo tiempo, credibilidad y prestigio. Cuba ha sido la excusa para justificar esta nueva ocasión perdida.

EE UU tiene cierta responsabilidad en ello al insistir en un embargo que, con el tiempo, se ha demostrado ineficaz y contraproducente. Como otros presidentes antes que él, Barack Obama ha dado prioridad a los intereses electorales en Florida, donde reside la mayoría de la comunidad cubana en el exilio, sobre la evidencia de que el embargo es hoy tan solo una coartada del Gobierno cubano y de sus aliados para no emprender las reformas democráticas que se precisan.

Esta torpeza de la Administración norteamericana no es, sin embargo, razón suficiente para que Cuba impida progresos en todas las demás áreas en las que EE UU y América Latina están llamados a cooperar. La responsabilidad principal de superar el escollo cubano la tienen los gobiernos latinoamericanos que, por distintas razones, prefieren ignorar la realidad de que en Cuba no hay democracia. Si el presidente cubano se hubiera sentado en la mesa de Cartagena de Indias, como pedía la mayoría de los presentes, hubiera sido el único gobernante allí que no había sido elegido por su pueblo. Si Cuba no estuvo en Cartagena no es porque EE UU lo impidiese. EE UU apoyó la decisión de la 39 Asamblea de la OEA que decidió en 2009 en San Pedro de Sula suspender la exclusión que pesaba sobre Cuba desde 1962. Pero esa asamblea decidió también que la participación en esa organización estaba condicionada al cumplimiento de la Carta de la OEA, que exige el respeto a la democracia y a los derechos humanos.

Los países del ALBA tratan de eludir esa condición e incluso niegan que Cuba sea una dictadura. Otros gobiernos de la región, incluido el presidente Juan Manuel Santos, de Colombia, reclaman, igualmente, la incorporación de Cuba, tratando de demostrar un pedigrí americanista que les facilite un mejor entendimiento con el bloque capitaneado por Hugo Chávez y en el que ahora destaca como primer lugarteniente Cristina Fernández de Kirchner. Por supuesto, a la hora de la verdad, como se demostró en Cartagena, el verdadero aliado de Santos es EE UU.

Toda esa hipocresía y doble lenguaje, no solo arruinó esta última reunión, sino que está a punto de hacer naufragar todo el proyecto de la Cumbre de las Américas. La frustración de Obama con el desarrollo de la reunión fue evidente. En algún momento, llegó a comentar que no sabía a qué EE UU se referían algunos de los participantes que hablaban de imperialismo y abuso de poder.

Nunca se ha visto en esta región un presidente norteamericano más condescendiente y menos interesado en imponer su hegemonía. Si América Latina no puede entenderse con Obama, no puede entenderse con nadie.

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