El maestro y la muerte
Kaing Gek Eav, director del centro de extermino en Phnom Penh, encarna el tipo de mentalidad, monstruosa pero perfectamente explicable, que se reflejó en el genocidio de los Jemeres Rojos
Testigo excepcional del comportamiento de Kaing Gek Eav, alias “Duch”, director más tarde del centro de exterminio camboyano de Tuol Sleng (S-21), el etnólogo francés François Bizot estuvo detenido bajo sus órdenes en un pequeño campo de prisioneros, antes de la liberación de Phnom Penh el 17 de abril de 1975. Todos los presos restantes, camboyanos, fueron ejecutados. La máquina de matar de los comunistas jemeres funcionaba ya bajo los mismos principios que inspirarán el genocidio, con casi dos millones de muertos, hasta la invasión vietnamita de enero de 1979. Bizot llegó a hacerse amigo de Duch y a ello debió la vida. En su libro Le portail nos lo describe como un hombre educado, con cierto sentido del humor, implacable en lo que cree es su cumplimiento del deber. Buen estudiante, profesor de matemáticas, militante comunista, Duch escapó de la capital en 1970, incorporándose como cuadro al Angkar, la organización todopoderosa que encubría al partido comunista. Racionalista y disciplinado, ello no le impide trasladar el campamento cuando un guardián muere, lo cual interpreta como rechazo del espíritu del río. Y el Angkar heredaba el papel rector y punitivo que los espíritus locales (neak ta) desempeñaban sobre la comunidad rural.
Condenado ahora en la capital camboyana a cadena perpetua por su actuación criminal al frente de Tuol Sleng, aun con 69 años de edad, Duch simboliza al lado de Pol Pot el tipo de mentalidad, monstruosa pero perfectamente explicable, que se reflejó en las formas del genocidio. Los jemeres rojos se inspiraron en el gran salto delante de Mao, pero la concepción budista kármica, subyacente a sus ideas comunistas forjadas en el PC francés, les impedía admitir la reeducación. Al marcado por el mal, su condición burguesa, o de simple habitante de la ciudad, le destinaba al exterminio, precedido por trabajos forzosos hasta la extenuación. Los verdugos no escapan a esa visión, en otro sentido. El filme S-21, de Rithy Panh, les presenta en sus confesiones preocupados por una cosa: que el rencor de sus víctimas asesinadas les estropee el karma.
Al marcado por su condición burguesa, o de simple habitante de la ciudad, le destinaba al exterminio
En Tuol Sleng, cuyo edificio había sido antes un típico liceo francés, donde Duch pudiera muy bien haber enseñado, bajo su mando a los 15.000 detenidos que por allí pasaron, entre terribles sevicias, solo les esperaba la muerte. Sobrevivieron seis, uno de ellos artista que hizo bustos en serie de Pol Pot. Fallecido hace poco, Van Nath tuvo el valor de afrontar a sus verdugos como acusador casi cordial en S-21. Pero no todo es orientalismo: allí los detenidos eran obligados a redactar entre torturas una y otra vez autobiografías que servían para nuevas acusaciones. Un procedimiento importado del comunismo estalinista. S-21 es la versión camboyana de La confesión de Arthur London.
Reconocido por un periodista en 1999, tras una conversión al cristianismo, Duch fingió colaborar primero con sus jueces, hasta que presintió la inevitabilidad de su condena. Ayer de por vida en un segundo proceso. Se despidió del tribunal con el gesto tradicional de respeto, el sampieh.
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