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El presidente de Colombia pide perdón a las víctimas de una matanza paramilitar

En enero de 1999, 26 personas fueron asesinadas y otras 14 desaparecieron en la localidad colombiana de El Tigre

Juan Manuel Santos, en una imagen de archivo
Juan Manuel Santos, en una imagen de archivoETIAN ABRAMOVICH (AFP)

Conmovido, muy conmovido. Así se le ha visto en las últimas horas al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos: “Esa masacre nunca ha debido suceder”, ha sentenciado ante humildes familiares y amigos víctimas de la matanza de El Tigre, unos hechos que estaban en el olvido y que él decidió ponerlos, otra vez, en primera página.

“Quiero aprovechar, víctimas de la masacre de El Tigre, para ofrecerles disculpas como Presidente de la República”, ha argumentado el presidente por unos sangrientos sucesos ocurridos el 9 de enero de 1999 y que solo sus interlocutores recordaban con espanto. Fue tan cruel lo ocurrido allí, en un imponente paisaje del selvático departamento del Putumayo, fronterizo con el Ecuador, que Santos les confesó que cuando leyó los relatos sobre los episodios ocurridos en esta región, se le “arrugó el corazón”.

Él mismo, “se estremeció” al pensar “¿cómo es posible que un ser humano pueda hacerle a otro, semejantes cosas?”. El hecho ha sido interpretado como una muestra de que su intención en dar pasos firmes por el camino de la reconciliación. “Es una señal muy positiva porque viene de parte del propio Jefe del Estado”, dice el analista político y excanciller Rodrigo Pardo. “Está claro que tiene el propósito de cerrar heridas por las acciones de violencia que involucran a agentes del Estado.

Pardo llama la atención que su manifestación de perdón haya sido hecha de manera voluntaria lo que evidencia un “gesto que le viene del corazón” y no por una imposición judicial. La suplica de Santos es consecuencia de horas de reflexión. “Yo me puse a hablar con mucha gente a nivel mundial de cómo han sido los procesos de reparación, y casi que todos o la inmensa mayoría decía: la reparación es una reparación más que todo simbólica, es una demostración que la sociedad tiene que hacer con las víctimas, decirles que las reconocemos, que se sientan reconocidas como víctimas, eso es lo más importante para que ese rencor vaya desapareciendo”, ha explicado el presidente.

Su gesto ha sido bien recibido incluso por sus más férreos contrincantes. Iván Cepeda, representante a la Cámara por el opositor partido Polo Democrático Alternativo, y miembro del Movimiento de víctimas de crímenes de Estado, Movice, lo aplaude en público: “Yo valoro positivamente estas manifestaciones de perdón”. Lo dice él quien en carne propia ha sufrido los horrores de la guerra sucia. Su padre, Manuel Cepeda Vargas, fue asesinado el 9 de agosto de 1994 por paramilitares en una congestionada avenida de Bogotá en momentos en que los escuadrones de la muertes lanzaron una operación de aniquilación contra el partido político de izquierda Unión Patriótica del cual en ese momento él era uno de sus máximos dirigentes y Senador de la República.

Por el crimen de Cepeda Vargas el gobierno de Santos también pidió perdón hace un par de meses. “Realmente me pareció un acto de justicia cuando el ministro del Interior, Germán Vargas Lleras, de manera clara, nítida me presentó excusas a nombre del Estado Colombiano”, le dijo a EL PAÍS su hijo.

La diferencia en este caso es que el ministro no solo lo hacia como un acto de reconciliación sino por una exigencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, una institución judicial autónoma de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en donde las víctimas han ido en peregrinación llevado sus casos para evitar que éstos naufraguen en el mar de la impunidad.

Cuando se han producido los fallos, una de los requisitos para los gobernantes de turno es la de expresar públicamente el perdón a familiares y amigos de quienes padecieron el horror. Los juristas consideran que con este sencillo acto, comienza la reparación. En el caso de la masacre de El Tigre como ya lo había hecho con la matanza de El Salado, el presidente Santos decidió ir en persona a expresarles sus vergüenza por las acciones u omisiones en que hubieran incurrido miembros de la Fuerza Pública.

"Una dignificación a quienes perdieron la vida"

Para el Representante Cepeda lo hecho por Santos es trascendental: “es un acto de reconocimiento de la responsabilidad del Estado en cabeza del presidente” que conlleva “una dignificación a quienes perdieron la vida” en tan “execrable hechos”. En Colombia hay consenso de que Santos está dando pasos sólidos en la recuperación de la memoria y la historia, aspectos fundamentales para la reconciliación.

Tras cinco cinco décadas de conflicto armado, el país llegó a una situación dramática. Ha sido tal el número de matanas con su espiral de sevicia que una hace olvidar la otra y la que venía a la anterior. Al final y ante historias tan espeluznantes, la gente se habituó al horror.

Ahora Santos le ha dado un especial énfasis a la recuperación de la memoria. Así pretende empezar a sanar las heridas. De ahí que con voz sentida haya recordado que “en el año 99, se inició una verdadera caravana de sangre por parte de los paramilitares” en el Putumayo. La matanza de El Tigre no difiere de las centenares de ocurridas a lo largo y ancho del país.

A principios de enero de ese año, un grupo de aproximadamente 150 entraron en esta lejana Inspección de Policía y asesinaron a sangre fría a 26 personas y se llevaron a otras 14 de quienes nunca se volvió a tener noticia. Los indefensos pobladores fueron torturados porque no confesaban su simpatía con las FARC. El hecho cayó en el olvido hasta ahora cuando Santos fue en persona y volvió a poner el suceso en boca de todos.

En julio del 2011 el presidente Santos había estado en el norte del país. Allí en El Salado, un pequeño poblado, a escasas tres horas de la turística Cartagena de Indias, también había pedido perdón. “Es la primera vez que un presidente llega a El Salado”, destacó en tono firme para luego decir: “Les pido perdón a nombre del Estado y de la sociedad por esa masacre que nunca ha debido suceder”. Allí fueron asesinadas 66 personas por al menos 300 paramilitares que reunieron a todos los pobladores y les fueron quitando la vida, uno a uno, a cuchillo y machete mientras bailaban música y tomaban aguardiente en un acto demencial.

La matanza, ocurrida en febrero de 2000, duró tres días y nadie fue a ayudar a las víctimas a pesar de que los autores usaron helicópteros y movilizaron a una tropa que por sus dimensiones debió haber sido vista por alguien en las bases militares del Estado ubicadas a solo 15 minutos por tierra. “Aquí hubo omisión por parte del Estado, todo tipo de falencia, como las hubo durante tanto tiempo”, dijo un conmovido Santos.

De carácter fuerte, el Santos que pide perdón se muestra conciliador y avergonzado de unas historias, que como dice él, no debieron de haber ocurrido jamás. Ahora, las víctimas esperan que estos de estos “gestos simbólicos” se pase a hechos tangibles de verdad justicia y reparación.

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