Humala pone el piloto automático
El giro pragmático del Gobierno peruano lo ha vaciado ideológicamente, mientras la élite económica no sale del desconcierto y la izquierda comienza a organizarse como alternativa
Sus detractores señalan con precisión el día en que cambió Ollanta Humala. El 12 de noviembre de 2011, el presidente de Perú participaba en la cumbre del Foro de Cooperación Asia-Pacífico en Hawai. Mientras, en la región de Cajamarca, miles de personas protestaban por un proyecto minero que amenaza sus fuentes de agua tradicionales. Humala recibía en Hawai informaciones alarmantes sobre una Cajamarca incendiada, con violencia por las calles, con dirigentes que querían desestabilizarlo. Cuando regresó a Lima, al día siguiente, había perdido la confianza en su primer ministro para calmar la situación y tenía decidido intervenir por la fuerza en Cajamarca.
Esta es la versión que difunde Sinesio López, que entonces era asesor del primer ministro, Salomon Lerner. Ambos durarían apenas 20 días en el Ejecutivo después de aquellos sucesos. En diciembre, Humala echó del Gobierno a todo el equipo de izquierdas con el que ganó en julio de 2011. Los últimos asesores de izquierdas han renunciado esta semana. Para López, que renunció despotricando contra Humala, el presidente cayó víctima de una conspiración de los servicios secretos heredados del fujimorismo “y entonces se enganchó con el Ejército y con los poderes económicos”.
Humala se ha rodeado de un Ejecutivo de perfil técnico. La ausencia de declaraciones públicas es sorprendente
La versión que da el entorno de Humala es menos intrigante. “Fue un golpe de autoridad, de reordenamiento”, dice una persona cercana. El presidente se hartó de un Gobierno lleno de personalismos, con un desorden mayúsculo, donde cada ministro tenía su propia agenda, se filtraban papeles unos contra otros y polemizaban en público. Todos están fuera del Gobierno.
Humala se ha rodeado de un nuevo Ejecutivo de perfil técnico, que solo tiene dos voces: el nuevo primer ministro, Óscar Valdés; y el ministro de Economía, Luis Miguel Castilla. La ausencia de declaraciones públicas es sorprendente. Humala tiene el orden que quería. Comparado con el anterior, este es un Gobierno anestesiado.
Pero al mismo tiempo, corre peligro de quedarse sin discurso. “Humala no tiene una agenda muy clara respecto de adónde va. Quizás todo lo resume en su deseo instintivo y de sentido común de ser un buen presidente”, apunta Juan Paredes Castro, editor de política de El Comercio. “Es un Gobierno en piloto automático”, es la expresión que utiliza el influyente bloguero Marco Sifuentes.
La izquierda lo considera un traidor. “Aquí ganó la izquierda”, decía con indignación el domingo pasado Rolando Reategui, responsable de Medio Ambiente de Cajamarca. “Pero cuatro meses después, los sacan del Gobierno y vuelve a gobernar la derecha, el fujimorismo”.
“Yo le dije a Humala: presidente, usted ha ganado con los votos del Perú profundo”, relata el presidente de Cajamarca, Gregorio Santos. “Yo soy de izquierdas y soy coherente”. La izquierda ya se está reorganizando para ocupar de nuevo ese espacio. Sinesio López confirma que hay “reuniones de gente de diversos grupos para formar una especie de Frente Amplio a la uruguaya”.
La derecha no considera a Humala uno de los suyos. Hay que decir que en Perú no hay políticos que se declaren de derechas. Cuando alguien habla aquí de derecha se refiere a Confiep, Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas, la patronal más importante del país. “Humala sigue siendo un hombre de izquierdas”, asegura su presidente, Alfonso García Miró. “Él nunca ha sido un ideólogo, sino que tenía un entorno con una ideología de izquierda antigua”. Si Humala fuera de derechas “ya tendríamos resueltos todos los problemas de la minería y el retraso de la inversión”.
"No tiene una agenda muy clara respecto de adónde va", apunta Juan Paredes Castro, editor de política de El Comercio
En Perú hay unos 25 conflictos mineros ahora mismo. El más grave es el de Cajamarca, por el proyecto de mina Conga. La obsesión de Humala, según fuentes de su entorno, es evitar el enfrentamiento. En junio de 2009, el Gobierno de Alan García entró a sangre y fuego a resolver un conflicto similar en la provincia de Bagua. Murieron 33 personas. En la presidencia están convencidos de que Conga es el Bagua de Humala, y de que este Gobierno será recordado por cómo se resuelva esta situación. El Gobierno fracasará si Conga se hace a las bravas, como los precedentes de abusos y desprecio por el medio ambiente que acumula la empresa minera, Yanacocha.
El Gobierno, por su parte, se define únicamente como nacionalista, concepto curioso en un país independiente. La definición del titular de Luis Miguel Castilla, titular de Economía, es esta: “Es un Gobierno nacionalista que apunta por el progreso de la población, preocupado por los segmentos más desfavorables, pero que apuesta también por la apertura, la modernidad, la inversión. Pero no es un Gobierno que se conforma con el status quo”.
Las definiciones ideológicas “son elucubraciones”, dice. “No ha habido ni derecha ni izquierda sino tratar de tener políticas más eficaces”. El Gobierno se ve a sí mismo gestionando un momento histórico para Perú, con tasas de crecimiento alrededor del 6% que pueden durar una década más.
Humala ha pulverizado las etiquetas en Perú. La izquierda lo califica de derechas, la derecha lo califica de izquierdas y el propio Gobierno rechaza cualquier etiqueta. Mientras piensa a dónde va, ha puesto el país en piloto automático. Pero en algún momento tendrá que volver a tomar los mandos.
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