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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La podadera y el misil

Las nuevas prioridades y el recorte de gasto militar de EE UU anuncian el final de una época

Lluís Bassets

La primera para los recortes y el segundo, desde un avión no tripulado, para realizar las operaciones bélicas sin riesgo ni tropas sobre el territorio. La podadera y el misil podrían ser los símbolos de la nueva época militar que acaba de inaugurarse. Falta un tercer símbolo: los palillos asiáticos frente al cuchillo y al tenedor de origen europeo. Ya es un tópico de nuestra época el desplazamiento de poder desde Europa hasta Asia, pero ahora tropezamos con su concreta traducción militar y estratégica. En la cuenca del Pacífico se concentrarán las fuerzas militares y los riesgos del siglo XXI y hacia allí va a desplazar Estados Unidos sus recursos militares en detrimento de los países europeos, durante siglos productores de violencia y demandantes de seguridad hasta el final de la Guerra Fría, pero ahora fábricas de tranquilidad y exportadores de estabilidad y paz al resto del mundo.

Así se contempla en el documento sobre las prioridades militares de EE UU, difundido por el Pentágono a principios de enero, que constituye el anuncio apenas disimulado del fin de una época. Washington va a cerrar bases y cuarteles y a sacar tropas y recursos de Europa, para trasladarlos a la zona de Oriente Próximo, Asia y del Pacífico, donde se sitúan los peligros y los retos del siglo XXI. La guerra de Libia, dirigida militarmente por la OTAN y políticamente por París y Londres, prefigura otros conflictos en los que EE UU seguirá “dirigiendo desde atrás” (leading from behind), como se le reprochó a Obama frente a Gadafi, antes de percibir las ventajas que podían extraerse de esta nueva modalidad de liderazgo. Como resultado de este giro, ha quedado seriamente resquebrajado el vínculo transatlántico, ídolo geoestratégico de la Guerra Fría que desde Europa se quería conservar a toda costa, como si los buenos resultados del pasado tuvieran que repetirse obligatoriamente en el futuro.

Para Washington, la tendencia a aflojar el vínculo estaba en un guión muy anterior a la llegada de Obama a la Casa Blanca. Lo estaba hace casi 20 años, cuando desapareció la Unión Soviética. Quedó seriamente tocado con la guerra de Irak y, entre paréntesis, con la llegada de un presidente de tan escasa sensibilidad europea como el actual. Ahora llega el golpe definitivo. Para los países europeos, sobre todo los antiguos socios del Pacto de Varsovia, es preocupante este nuevo resquebrajamiento del cemento que sostiene a la OTAN cuando Rusia, suministrador energético de Europa y vencedor geoestratégico de esta partida, todavía no ha decidido si su futuro tendrá algo que ver con la democracia tal como la entienden los otros europeos.

La jugada de Obama, además de marcar un hito en la historia de las relaciones internacionales, es una decisión de consecuencias tácticas y electorales. Su móvil inicial es presupuestario. El déficit público estadounidense no se puede reducir sin atajar el crecimiento constante del gasto militar. En dólares constantes, EE UU está gastando ahora como en la Segunda Guerra Mundial y como los 18 países sumados que le siguen entre quienes más invierten en defensa. Este capítulo del presupuesto lleva 13 años consecutivos creciendo. Obama acaba de cerrar una década protagonizada por dos guerras, en las que se ha hecho realidad que su país debía poder librar dos contiendas a la vez para asegurar su capacidad de disuasión y afirmar su autoridad como superpotencia en el mundo. Una vez realizado el experimento, a cargo de Bush hijo y sus neocons, se ha visto que hubiera sido mejor no gastar tanto tiempo y dinero en pruebas. Sobre todo, por la pobreza de los resultados obtenidos en comparación con los recursos y vidas humanas dilapidados, además de los efectos perversos inducidos en inestabilidad y en pérdida de prestigio. Nunca más se librarán dos guerras a la vez como estas y ni siquiera es previsible que regresen las grandes guerras de ocupación de países como fueron las dos mundiales, modelo seguido también en Irak y Afganistán.

El recorte del gasto militar será de 487.000 millones de dólares durante diez años, equivalentes al 8% del presupuesto militar. El objetivo es contar con un ejército más pequeño, ligero y barato, con una concepción muy tecnológica e innovadora. Con este presupuesto, Obama se ve capaz de mantener la enorme ventaja militar que tiene EE UU sin mermar ni un ápice en la disuasión. El anuncio, en año electoral, es una respuesta a la presión del Congreso, de mayoría republicana, que rechaza toda limitación de gasto que comporte aumentos de impuestos, ni siquiera para el 1% de los más ricos. Si no hay acuerdo entre el Congreso y la Casa Blanca en los próximos meses, para 2013 se producirá un corte automático, que duplicará el recorte militar: pasará a ser del 17%, casi un billón de dólares. Entonces sí afectaría drásticamente al número de soldados y a la disuasión nuclear. Quien aparezca como responsable de tal desastre ya puede empezar a prepararse para recoger unos malos resultados electorales. La podadera puede tener el efecto de un misil.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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