Europa avanza
La senda hacia la unión económica, de la que se autoexcluye Londres, es ahora firme
Los líderes europeos han demostrado determinación y coraje cuando ya estaban a un paso del abismo. El proyecto de eurozona ampliada ha arrastrado al fin a la práctica totalidad de la Unión Europea hacia una mayor integración de sus políticas económicas, otorgando a la unión monetaria algunos de los complementos que siempre se le negaron. La prioridad de la cumbre europea que acaba de celebrarse en Bruselas era alejar las amenazas sobre la continuidad de la moneda única: sobre todo, la creciente inestabilidad de los mercados de deuda pública. Era lo más urgente, pero para ello los principales socios proponían como requisito establecer mecanismos propios de una unión fiscal entre sus Estados miembros, que era lo esencial a largo plazo.
La cumbre se ha saldado muy favorablemente en este último aspecto, y menos en el otro, aunque la conjunción de ambos fue rápidamente destacada por el aplauso de los mercados al resultado. Pero no está garantizada su continuidad, como demuestra la experiencia; salvo que los jefes de Estado y de Gobierno demuestren perseverancia y ambición en la concreción de los detalles del paquete que acaban de aprobar.
En efecto, que todos los países del euro, y algunos más, hayan aceptado algunos de los fundamentos de una mayor integración fiscal, y otros compromisos que la desbordan, es una señal inequívocamente favorable. Hay una clara disposición a la cesión de soberanía para conseguir preservar una unión monetaria que nació con fundamentos poco sólidos, tal como esta crisis ha demostrado. En el momento de su concepción, no faltaron la voluntad, capacidades y liderazgos políticos que veníamos echando en falta, pero se confió excesivamente en que la experiencia en el desarrollo de la fase final de la unión monetaria facilitara el fortalecimiento de esas otras formas de integración política, económica y, sobre todo, fiscal que hoy se revelan imprescindibles.
Hacia una unión completa
Lo acordado se ha ajustado básicamente a los puntos de la carta que Merkel y Sarkozy remitieron al presidente del Consejo, acerca del Pacto Fiscal que favoreciera la transición irreversible a una completa unión de esa naturaleza, pero se ha ampliado respecto a su inicial reduccionismo a la mera disciplina presupuestaria. Habrá un nuevo Tratado, del que solo un socio se ha autoexcluido. Se espera que esté redactado a la mayor brevedad y también que establezca modalidades eficaces en el proceso de toma de decisiones, lo que tanta falta hace en esta Unión. Políticos y expertos deberán esforzarse para que ese nuevo texto encaje dinámicamente con los que fundamentan la Unión a 27. De modo que el grupo de la primera velocidad permanezca abierto a la integración del resto.
Menos ambiciosa ha resultado, sin embargo, la concreción de los mecanismos técnicos para afrontar el actual episodio de la crisis. No se ha garantizado por el momento el necesario reforzamiento de las posibilidades de intervención del Banco Central Europeo (BCE) en apoyo de la deuda pública más vulnerable que propusieron el presidente del Consejo y el de la Comisión. Tampoco se ha aumentado la dotación de recursos y capacidad de maniobra suficiente del Mecanismo de Estabilidad (el fondo de rescate) para neutralizar la inestabilidad en los mercados de deuda soberana o en la directa capitalización de los bancos en dificultades. Pero las bases para disponer de mayor capacidad de respuesta son ahora más firmes que antes del inicio de la cumbre. Y el compromiso de aportar al FMI 200.000 millones de euros destinados a los países con mayores dificultades de liquidez es, si se cumple, un buen logro.
Esos acuerdos deberían contribuir a estabilizar mínimamente los mercados financieros y a descartar desenlaces como la eventual reestructuración de la deuda pública de economías importantes, que podrían derivar en la ruptura o segmentación de la unión monetaria. La probabilidad de que se llegue a este tipo de desenlaces indeseables ha descendido y, aun cuando la vulnerabilidad sigue siendo importante, economías como la española e italiana están hoy menos amenazadas de un colapso financiero que la semana pasada.
A ello han contribuido bastante las decisiones del BCE de ampliar los plazos de sus inyecciones de liquidez a los bancos y la mayor flexibilidad de las garantías para esas operaciones. Hoy también estamos más lejos del colapso bancario, algo muy importante para España, aquejada de una grave sequía del crédito.
Proteccionismo británico
La nube de la cumbre ha sido la autoexclusión de Reino Unido del proceso de reforma. Bajo la bandera del liberalismo, su Gobierno ha hecho gala de una especie de proteccionismo difícil de conciliar con las exigencias que demanda una dinámica de globalización financiera creciente. Y es difícil conciliar su exigencia de mantener privilegios desregulados, cuando todos los socios se comprometen a una transferencia de poder sobre la vigilancia de sus bancos y de sus presupuestos. Las resistencias del primer ministro David Cameron eran un guiño a los más radicales euroescépticos de su propia formación política y a los controvertidos operadores de la City. Pero pesan menos. Incluso a Washington le interesa más la protección del euro que el auxilio estratégico de un país económica y militarmente declinante.
De manera que Cameron tendrá que enfrentarse al fuego cruzado entre los euroescépticos de su partido y los eurófilos de sus aliados liberales; entre su designio de defender el mercado único y su aislamiento, debido al empeño de sustraerse a la extensión de ese mismo mercado único a los servicios financieros. A todos ellos, independientemente de dónde se presten.
No era admisible que Reino Unido jugara siempre dentro y al mismo tiempo fuera, sacando provecho del euro, pero sin estar en el euro. Ahora deberá tomar decisiones. Pero cualesquiera que sean afectarán más a los británicos que al resto de europeos, desprendidos de la losa de un socio que vivía de no dejar avanzar a los otros.
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