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Los políticos italianos tratan de sobrevivir a la tecnocracia

Derecha e izquierda se preparan para 2013

El nuevo primer ministro italiano, Mario Monti.
El nuevo primer ministro italiano, Mario Monti.ALESSANDRO DI MEO (EFE)

¿Y ahora qué? La pregunta es buena, pero la respuesta es sencillamente imposible. Italia vive un momento histórico inimaginable hace un mes. Como en el resto de Europa, los hechos se atropellan sin guión y sobre un escenario que tiembla, pero aquí, además, los actores son imprevisibles. ¿Quién es capaz de averiguar el próximo movimiento de Silvio Berlusconi? Il Cavaliere descabalgado promete por la mañana su apoyo incondicional al profesor Mario Monti, su sucesor en el cargo, para reunirse por la tarde con sus leales y confiarles: “Lo echaremos cuando nos dé la gana”. ¿Y Mario Monti? Jamás un primer ministro llegó al poder en Italia tan en loor de santidad. Ungido por el presidente de la República, respetado por el pueblo llano, apoyado por casi todo el arco parlamentario y bendecido por el Vaticano, ¿quién conoce realmente el libreto que quiere representar el excomisario europeo? ¿Hasta cuándo? ¿Al servicio de quién?

Pero, antes de regresar a Berlusconi y Monti, hay que detenerse en la política. ¿Qué va a pasar con la política italiana una vez que —esperemos que con éxito— se supere el actual estado de excepción? Los más optimistas sostienen que tanto la derecha como la izquierda deben aprovechar las vacaciones impuestas por el golpe de mano dado por el presidente Giorgio Napolitano para repensarse, oxigenarse, desterrar de sus filas la marrullería característica del régimen de Berlusconi y concurrir a las elecciones —previstas a inicios de 2013— con rostros y proyectos nuevos. Suena bien, pero, ¿es posible?

Para empezar, el PDL —el partido de Berlusconi— está inmerso en una auténtica guerra civil, provocada en gran parte por la misma esquizofrenia vital del hasta ahora primer ministro. Hay que tener en cuenta dos datos principales. En los últimos tiempos, Berlusconi se las vio y deseó para contener la hemorragia de desertores y descontentos que amenazaba con dejarlo caer, algo que no habían conseguido ni los jueces ni la oposición. Ahora bien, una vez que Berlusconi decidió dar el paso atrás y dimitir, el 80% de su partido lo animó a convocar elecciones anticipadas y así poder quedarse unos meses más en el poder. El todavía primer ministro lo intentó, pero Napolitano volvió a torcerle el brazo nombrando senador vitalicio a Monti y dibujando una transición al ritmo frenético que imponían los mercados. Descabalgados como su jefe, sin coche oficial ni prebendas, los diputados de la derecha amenazaron con tumbar a Monti, pero Berlusconi lo impidió. ¿Hasta cuándo? Una respuesta más verosímil puede ser: hasta que Berlusconi se sienta razonablemente seguro. Seguro de que no terminará enjuiciado y en la cárcel. Y así se puede llegar a una conclusión interesante. Monti solo se sentirá seguro en el poder mientras consiga que Berlusconi se sienta seguro pese a haberlo perdido.

En la otra orilla de la política, tal vez podamos encontrar al gran perdedor de esta coyuntura histórica. Se llama Pierluigi Bersani y es el líder del Partido Democrático. Si unas elecciones anticipadas le hubieran servido al partido de Berlusconi para retener un poco más el poder, a Bersani posiblemente le hubiesen aupado a la jefatura del Gobierno. Sin ser un líder carismático, la descomposición del PDL y la necesidad de la izquierda de regresar unida al poder podrían haber sido sus grandes bazas. Podrían. Porque, desde el principio de la crisis, Bersani adoptó el papel de hombre de Estado y apoyó sin rechistar las sucesivas decisiones de Napolitano, primero, y de Monti, después. Las que le convenían —el descabalgamiento de Il Cavaliere— y las que no: la permanencia del gobierno de tecnócratas hasta la primavera de 2013. El caso es que, tanto la derecha como la izquierda italiana, se encuentran ante una encrucijada histórica. O esperar sentadas a que el futuro les devuelva el pasado. O luchar juntas por merecer el presente.

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