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El régimen sirio mantiene la represión y pide a los opositores que se entreguen

Activistas denuncian la muerte hoy de al menos otros 19 manifestantes. Las fuerzas de seguridad se ceban con Homs Decenas de opositores han fallecido desde que el Gobierno aceptó el plan árabe

Enric González
Un manifestante reta a las fuerzas de seguridad en Khalidia.
Un manifestante reta a las fuerzas de seguridad en Khalidia.REUTERS

La crisis siria ya no puede resolverse con diálogo o iniciativas diplomáticas. El último intento de conciliación, protagonizado por la Liga Árabe, quedó sepultado ayer bajo una nueva oleada de violencia. El presidente Bachar el Asad ha perdido ya a todos sus aliados árabes, pero sigue confiando en que la fidelidad de su Ejército y la brutalidad de la represión acaben sofocando una revuelta que no ha hecho sino crecer en los últimos siete meses.

Los presuntos acuerdos alcanzados el martes entre el régimen sirio y la Liga Árabe no despertaron demasiadas esperanzas, dadas la intransigencia demostrada hasta ahora por El Asad y la tradicional irrelevancia de la institución regional. La jornada de ayer, viernes, día de rezos y de manifestaciones, constituía la prueba definitiva. El resultado confirmó las previsiones más pesimistas. Las fuerzas de seguridad del régimen, que según los términos del acuerdo debían empezar a retirarse de las calles, redoblaron la violencia contra las marchas de opositores, especialmente en Homs. Portavoces de la oposición dijeron que a mediodía había ya nueve víctimas mortales. El Gobierno aseguró que reinaba la tranquilidad. [Por la noche, activistas opositores elevaron la cifra de muertos a 19 personas, informa Reuters].

El Ejército y la policía siguen disparando contra todo lo que se mueve y practicando detenciones masivas, según vecinos y activistas

Homs, con una población de 800.000 personas, se ha convertido en el agujero negro por el que desaparece cualquier posibilidad de transición pacífica en Siria. Según fuentes médicas de la ciudad citadas por la agencia Reuters, en los dos últimos días han muerto unas cien personas. La prohibición de acceso a la prensa internacional, salvo excepciones elegidas por el régimen, impide verificar cuál es la situación real en Homs y en el resto del país.

De los testimonios telefónicos y correos electrónicos aportados por vecinos y activistas se deduce una rápida tendencia al caos. El Ejército y la policía siguen disparando contra todo lo que se mueve y practicando detenciones masivas, pequeños grupos de militares desertores tratan de organizar una fuerza rebelde y proliferan las bandas armadas a favor y en contra del régimen.

El Ministerio del Interior ha ofrecido a “quienes portan armas, las venden, las distribuyen, las compran o financian su compra, y no hayan cometido ningún asesinato” que se entreguen en la comisaría más próxima, a cambio de una futura amnistía. La oferta ha sido ignorada igual que otras anteriores, dudosamente creíbles porque el régimen no ha cumplido hasta ahora ninguna de sus promesas. La ONU estima que más de 3.000 personas, entre ellas cientos de militares, han muerto en Siria desde mediados de marzo, cuando comenzó la revuelta.

Las coordinadoras locales que impulsan la revuelta contra El Asad convocaron ayer “manifestaciones masivas” para, dijeron, poner a prueba los compromisos supuestamente alcanzados por la Liga Árabe, uno de los cuales consistía en que el régimen toleraría en adelante las protestas pacíficas. El resultado de la convocatoria fue desigual, como en anteriores ocasiones: mucha gente salió a la calle en Homs, Daraa, Banias, Deir-el-Zour y en general en los suburbios de la capital, Damasco; en el centro de Damasco y en Alepo, la mayor ciudad del país, no hubo en cambio manifestaciones. La prueba funcionó, en cualquier caso: allí donde la gente empezó a concentrarse se oyeron de inmediato tiroteos, según portavoces de la oposición.

Los acuerdos entre el Gobierno sirio y la Liga Árabe, anunciados el miércoles en El Cairo, establecían que Bachar el Asad debía retirar de los centros urbanos los tanques y vehículos blindados, permitir las manifestaciones pacíficas y liberar a los presos políticos. El Asad también se comprometió, supuestamente, a permitir la entrada de periodistas y monitores de la Liga Árabe en territorio sirio. De forma significativa, el acuerdo no indicaba cuándo debía ocurrir todo eso.

Las iniciativas de la Liga Árabe suelen caracterizarse por la ambigüedad, necesaria para mantener unidos a 22 países muy dispares, y por la escasez de resultados. En el caso de Siria su mediación tenía una dificultad añadida: Bachar el Asad considera que Arabia Saudí y Egipto, las dos potencias de la organización y las dos grandes referencias del islam suní, están detrás de las protestas en su país e intentan derribar el régimen baasista, apoyado en las minorías religiosas alauí (una escisión del chiísmo) y cristiana. Costaba creer que El Asad fuera a pactar algo con una organización, la Liga Árabe, que muy mayoritariamente desea su caída. Aún costaba más creer que fuera a retirar sus tanques de las calles, ya que eso habría propiciado manifestaciones masivas y habría dejado al régimen indefenso frente a la presión popular.

El baño de sangre puede durar mucho, porque Bachar el Asad dispone aún de la fidelidad de casi todo el Ejército (los mandos militares son alauíes como él) y de un respaldo mayoritario entre las clases empresariales de Damasco y Alepo. También cuenta con el miedo de las minorías religiosas y de sectores moderados a que una caída del régimen comporte el establecimiento de un Estado islámico.

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