“Quedan muchas cosas por aclarar en este país”
Mohamed al Seguir es periodista de los medios oficiales libios y fue torturado tras descubrirse que informaba a Al Yazira sobre las revueltas. Ahora defiende al interrogador de una de las cárceles adonde lo llevaron
Uno observa en acción al presentador Mohamed al Seguir en Trípoli y no imagina hasta qué punto ha arriesgado su vida. Que sea el periodista libio que más preguntas y repreguntas plantea en las conferencias de prensa es casi un hecho anecdótico. Mohamed trabajó desde los 24 años en la mayoría de los medios oficiales de Muamar el Gadafi. Y ahora, a los 30, es el director de la oficina de Trípoli del canal de televisión Asima, con 28 empleados a su cargo. Además, participa de forma muy activa y comprometida con varias ONG. Cuando se le pidió que cantara en el vídeo que acompaña a esta serie la canción que todo el mundo corea en las calles de Trípoli desde la caída de Gadafi, se negó. “No celebraré nada hasta que toda Libia sea liberada [la entrevista se celebró en Trípoli antes de que se capturase a Gadafi]. Y hasta que no se investigue la cuestión de los desaparecidos de manera seria. Y hasta que atiendan a los heridos de la forma adecuada. Y hasta que se acelere el trabajo para reconocer los derechos a todas las mujeres que han sido violadas. Hay muchas cosas por aclarar ”.
Al inicio de la revuelta Mohamed se confabuló junto a otros seis periodistas para informar por teléfono a los canales internacionales. Desde el 21 de febrero decidió no pasar tres noches durmiendo en el mismo sitio. Compraba tarjetas de teléfono, llamaba a Al Yazira y las tiraba. El 16 de junio, después de efectuar tres llamadas, a la una y media de la noche acudió a visitar a su madre enferma. Llevaba 25 minutos en la casa cundo entró la policía y lo detuvo. Aquella vez se le había olvidado tirar la tarjeta.
Los encerraron en un lugar donde los policías y militares se dirigían unos a otros con nombres de pájaros y animales: Tigre, Halcón, Lobo... Cuenta que, al enterarse de que era periodista, el que se hacía llamar León le obligó a poner las dos manos en la mesa y le empezó a golpear con un martillo los diez dedos. “Y si me movía cuando me golpeaba, empezaba otra vez desde el primer dedo. Otras veces, con una pala me pegaba en la cabeza o en la espalda. Me decía: ‘Si eres un hombre, aguantarás el golpe. Peros como te caigas, te vuelvo a pegar”.
Uno de los oficiales, cuyo nombre, según averiguó después, era Fateh Ennaas, solía ponerle la pistola en la cabeza y amenazaba con matarle. Mohamed cuenta que violaron a algunos jóvenes, que a otros les quemaron la piel con un líquido ácido, a algunos les dispararon en las piernas. Y a otros… “A veces les preguntaban algo y si no respondían, los mataban allí mismo, en la celda que compartíamos”. Uno de sus compañeros, Fosi al Argub, antiguo director de los Asuntos Administrativos y Económicos de Exteriores, murió con la cabeza sobre el regazo de Mohamed después de haber sido torturado durante 24 horas. “Empezamos a rezar y a la sexta aleya cerró los ojos”.
El 26 de julio lo trasladaron a otro centro improvisado como cárcel, la sede de la Unión de Mujeres, en el barrio de Al Mansura. Ahí, la mayoría de los oficiales y soldados los trataron muy bien. “Se veía que estaban en contra del régimen, pero que no tenían más remedio que cumplir órdenes”. Hasta allí llegó buscándole Fateh Ennaas, el oficial que en la otra cárcel amenazaba con matarlo. Lo sacó de su celda, lo llevó a una cocina, le dio un papel y un boli y le volvió a poner la pistola en la cabeza:
-O escribes la lista entera de tus colaboradores o te pego un tiro.
Cuando Mohamed rechazó escribirlo lo tiró al suelo y empezó a pegarle patadas. “En ese momento entró el responsable de los interrogatorios, Misbah al Nail, y le pegó un tortazo al otro. Le dijo que ese centro era responsabilidad suya”. Llevó a Mohamed al baño para que se lavara y le dijo:
-No voy a dejar que nadie te haga nada.
“No me conocía de nada. Trataba así a todo el mundo”. Al día siguiente regresó Fateh Ennaas. Lo volvió a llevar a la cocina y le dijo que esta vez sí que iba a escribirle la lista de colaboradores. Pero llegó Misbah y apuntó con la pistola a Fateh:
-Como vuelvas a esta prisión, yo mismo te pegaré un tiro. Si hay que juzgar a este hombre, lo hará la justicia y no la ley de la selva.
El día 20 los rebeldes del barrio de Mansura liberaron a Mohamed y sus compañeros. Sin pegar un tiro. Los guardianes se habían ido y dejaron, como una especie de regalo, un camión lleno de armas. “Aluciné con lo bien organizados que estaban los de Mansura. Nos sacaron de cuatro en cuatro y nos llevaron a cada grupo a una casa. Una vez allí, había una mesa: una mitad, con objetos de primeros auxilios; y en la otra, comida. Al cuarto de hora cayó un mortero en el edificio de al lado. Nos llevaron a otra casa. Y había una mesa igual: con ayuda médica y comida. Nos dijeron que si había algún herido entre nosotros ellos tenían médicos. A las tres o cuatro de la mañana nos metieron en una tercera casa. Trajeron maquinillas de afeitar, ropa, zapatos... Los hombres de Mansura peleaban y las mujeres se encargaban de logística o comida. Cada media hora llamaban a la puerta alguien para ver si necesitábamos algo”.
Toda la noche hubo bombardeos contra Al Mansura. Mohamed y otro compañero pidieron a los rebeldes que les dieran armas para combatir o que les dejaran marcharse a otro frente. Pero les dijeron que no.
-A vosotros os han torturado y nosotros os queremos devolver el favor por todo lo que habéis hecho por la revolución. Respondemos por vuestra seguridad.
Finalmente, a la una de la tarde del día siguiente les dejaron marchar. Les dieron a cada uno cien dinares (unos 50 euros) y un móvil para que no sospechasen de ellos en caso de que los detuvieran. Al salir de Mansura fueron detenidos y liberados un día después por un jefe gadafista que recriminó a sus hombres:
-¿Cuándo vais a entender que hemos llegado al último capítulo?
Era el domingo 21 de agosto. Un mes después, Mohamed tenía un asunto muy delicado entre manos, algo que uno nunca podría adivinar viéndole hacer preguntas en las conferencias de prensa. Un preso rebelde había denunciado por torturas a Misbaj, el director de la segunda prisión, el que defendió a Mohamed. El periodista recolectó las firmas de 27 compañeros de presidio a favor Misbaj. Cuando se redactó este artículo muy pocas, poquísimas personas en Trípoli, conocían el paradero del antiguo jefe de los interrogatorios. Misbaj luchaba por su vida y su libertad. Y Mohamed hacía todo lo posible por salvarlo.
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