EE UU se enfrenta a 10 años de guerra sin resultados en Afganistán
La misión militar está lejos de pacificar el país asiático que, pese a las declaraciones optimistas de Washington, sigue sufriendo la violencia de los talibanes
Una década de guerra no ha sido suficiente para devolverle a Afganistán una paz que en realidad nunca tuvo. Hoy se han cumplido diez años de la guerra de Estados Unidos en Afganistán, y los soldados norteamericanos se enfrentan en sus bases al hecho de que sus sacrificios (más de 1.800 tropas fallecidas en combate) han servido de poco. A día de hoy, el ejército norteamericano se encarga de supervisar la construcción de infraestructuras y de entrenar a las fuerzas de seguridad afganas, mientras el Pentágono y la CIA aniquilan a líderes insurgentes en Pakistán con misiles activados de forma remota. La misión de los 100.000 soldados desplegados en Afganistán, convertir al país en una naciente democracia, parece cada día más lejana, dados los recientes ataques contra civiles en una capital, como es Kabul, que antes se consideraba segura.
“Al ajusticiar a Osama bin Laden y otros muchos líderes de Al Qaeda, estamos más cerca que nunca de derrotar a Al Qaeda y su red de asesinos”, ha dicho hoy el presidente norteamericano, Barack Obama, para conmemorar los diez años de misión bélica. “Hemos expulsado a los talibanes de sus bastiones, las fuerzas de seguridad afganas son más fuertes que nunca y la ciudadanía de Afganistán tiene ahora la oportunidad de forjar su propio futuro”. El presidente, sin embargo, no ha homenajeado a los caídos en ninguna ceremonia. La conmemoración, de bajo perfil, la ha hecho por escrito, a través de un comunicado enviado a los medios.
El siete de octubre de 2001 el Pentágono, con la asistencia de las fuerzas armadas británicas, inició la ofensiva militar, atacando aeropuertos militares, campos de entrenamiento de terroristas y centros de mando talibanes, con 15 bombarderos de tierra y 25 aviones de ataque de la Marina. Se lanzaron aquel día unos 50 misiles Tomahawk desde submarinos estadounidenses y británicos. Momentos después, el presidente George Bush compareció ante los norteamericanos para anunciar: “Bajo mis órdenes, el ejército de EE UU ha comenzado los ataques contra los campos de entrenamiento de terroristas de al Qaeda y las instalaciones militares del régimen de los talibanes en Afganistán”.
Bush proclamó victoria en 2004, en una conferencia en la Casa Blanca junto al presidente afgano, Hamid Karzai: “Las fuerzas de la coalición, incluidos muchos afganos valerosos, le han brindado a América, a Afganistán y al mundo su primera gran victoria en la guerra contra el terrorismo. Afganistán ya no es una fábrica de terroristas que envía miles de asesinos al resto del mundo”. Los talibanes, sin embargo, advirtieron en numerosas ocasiones de que lo peor de la guerra aun estaba por llegar. De forma lenta pero incesante, recurrían a ataques furtivos, con explosivos improvisados, provocando la muerte de civiles a centenares. En aquel año, 2004, murieron 52 soldados de EE UU en combate. Este año, en nueve meses, el recuento ya ha superado los 356.
El cuestionado papel de Pakistán
Durante los primeros meses de la invasión, muchos líderes talibanes escaparon a Pakistán, desde donde organizaron una gran ofensiva de sublevación, coordinando facciones antes divididas y ahora unidas por su oposición a la invasión extranjera. Ese revulsivo ya fue altamente eficaz contra el invasor soviético. A los gobernantes depuestos se les unieron veteranos cabecillas muyahidines, como Gulbuddin Hekmatyar y Jalaluddin Haqqani, que pusieron a sus guerreros a disposición de la insurgencia. Osama bin Laden hizo una llamada a la guerra santa, y pidió a los guerreros del islam que viajaran hasta Afganistán y Pakistán, para expulsar al gigante americano como ya habían hecho agonizar al enemigo soviético.
Mientras la insurgencia se reforzaba, Washington se ocupaba de otras cosas. En 2003, Bush invadió Irak. En menos de dos meses declaró victoria, a bordo del portaaviones Abraham Lincoln. Aun así, aquel otro frente consumía muchos más recursos y muchas más vidas que el de Afganistán. En 2005 llegó a haber 150.000 soldados norteamericanos en Irak y sólo 15.000 en Afganistán. Los ataques contra civiles y contra las tropas extranjeras seguían en aumento. Finalmente, Bush decidió autorizar un gran refuerzo de 20.000 soldados en 2007, desplegados sobre todo en Bagdad y la provincia de Al Anbar.
Afganistán, mientras, agonizaba calladamente. La Casa Blanca hacía creer que Karzai tenía al país en el camino de la modernización y la democracia, cuando la verdad era que ni siquiera controlaba la mitad del país. En una nación sin instituciones ni infraestructuras, en guerra desde 1978, Karzai no supo ni pudo asegurarse la lealtad de su propio pueblo. Los talibanes seguían siendo fuertes en el sur y en el este. El cultivo de opio les ofrecía una fuente creciente de financiación. Y contaban con el amparo de los servicios militares de inteligencia de Pakistán, un país en el que encontraron un refugio seguro.
Obama tuvo que enfrentarse al problema afgano, y lo hizo ya desde la campaña electoral de 2008. Aseguró que primero retiraría las tropas de Irak y luego solucionaría el atolladero afgano. Tan problemática era la situación (masacres de civiles, aumento de soldados muertos) que su único recurso fue enviar al frente afgano a 30.000 soldados más, imitando la estrategia de Bush en Irak. Sólo ahora, dice la Casa Blanca, se comienzan a notar los efectos de ese refuerzo, algo que Obama ha empleado como razón de peso para ordenar el inicio del repliegue. Antes del verano próximo se marcharán 33.000 soldados del país. Quedarán aun otros 67.000, que regresarán a lo largo de 2014.
Esos refuerzos no han servido para pacificar el país. Mueren más civiles que nunca. Entre enero y junio fallecieron 1.462, según un estudio de las Naciones Unidas. Fue, en cifras de daños colaterales, el peor semestre de la década. Los últimos ataques se han cebado con Kabul, una zona con 11 bases aliadas y una fortificada zona verde, sede de las embajadas y el cuartel general de la OTAN, que fue atacada, por vez primera, hace un mes. Tras diez años de guerra, el Pentágono ni siquiera puede decir que haya puesto a salvo la sede del propio gobierno afgano.
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