Obama se queda sin cartas
La muerte de Burhanuddin Rabbani deja al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y a sus aliados en la OTAN, entre ellos España, sin interlocutores visibles y respetados dentro de Afganistán para lograr un acuerdo con los talibanes. Mal asunto en tiempos de retirada de tropas y a un año y dos meses de elecciones presidenciales en EE UU. La paz nunca se negocia con luz y taquígrafos y, seguramente, hay personas que se mueven fuera del foco informativo en conversaciones secretas con las distintas facciones talibanes. La importancia de Rabbani no era su efectividad práctica. El pomposo Alto Consejo para la Paz, que presidía desde hace un año, no había logrado avance ni éxito alguno. Era un título decorativo más en un conflicto muy complejo en el que la comunidad internacional ha gastado demasiada energía en propaganda, en creerse su propio cuento.
Rabbani fue el último presidente antes de la llegada de los talibanes en 1996. Fue jefe de Estado, otro título excesivo en un país desestructurado, en el periodo 1992-1996. En él, las facciones muyahidines que habían derrotado -con inestimable ayuda económica y militar estadounidense- al invasor soviético, libraron una guerra civil. Entre ellas causaron más destrozos en Kabul y en otras partes de Afganistán que la lucha contra los soviéticos. Rabbani fue presidente de ese caos.
Tras la derrota de los talibanes, a finales de 2001, expulsados por Estados Unidos en venganza por el 11-S y su vinculación con Osama bin Laden y Al Qaeda, la Administración de Bush prefirió a Hamid Karzai, un hombre de inglés fluido, buen vestido y con vinculaciones económicas con empresas del gas, para la presidencia del nuevo Afganistán. Rabbani, que nunca fue amigo de Karzai, aceptó su papel secundario. Otros antiguos muyahidines ocuparon puestos en el Gobierno pese a tener las manos manchadas de sangre, como el general uzbeco Abul Rashid Dostum.
Ramazan Bashardost, candidato que quedó tercero en las elecciones falseadas por Karzai en 2009 y dadas por buenas por todos, dijo a El PAÍS que el problema de la estrategia norteamericana postalibán fue apoyarse en uno de los bandos de una guerra civil no terminada y no en la sociedad civil.
Rabbani no era una solución ni iba a traer la paz a Afganistán desde su puesto de supuesto mediador, pero su nombre, el viejo guerrero y honorable anciano, tenía prestigio suficiencia en una sociedad harta de guerra. Quien lo ha matado, sean los talibanes o sus socios de la llamada red Haqqani, saben lo que hacen. Una semana después de atacar durante 20 horas la embajada de EE UU y la sede de la OTAN en Kabul han golpeado dentro de la zona verde, el lugar más seguro de Kabul. Es un mensaje claro de quien tiene el ritmo de los acontecimientos y de quien va a ganar la guerra. Ha sucedido tres veces: dos en el XIX con los británicos y otra en el XX con los soviéticos.
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