Negro futuro para la oposición brasileña
Si se confirman los pronósticos de los sondeos, que auguran una victoria en primera vuelta de la candidata del Partido de los Trabajadores (PT) a la presidencia de Brasil, Dilma Rousseff, lo más probable es que la oposición quede desangrada y desarmada. Porque estas previsiones dibujan un Congreso en el que tanto el Parlamento como el Senado pasarán a las manos del Gobierno, apoyado hoy por una docena de partidos, entre ellos los dos más fuertes: el izquierdista PT y el conservador Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB). Y ambos, además, cuentan con el respaldo de la fuerza sindical.
El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) nunca tuvo vocación de partido opositor; en cambio, sí la tuvo siempre el PT. Su candidato a las presidenciales, José Serra, pierde votos en cada nuevo sondeo, probablemente por no haber querido presentarse como oposición por miedo a la enorme popularidad del actual presidente, Luiz Inácio Lula da Silva; incluso ha llegado a divulgar en la televisión una foto abrazado a él. Si el PSDB pierde las elecciones presidenciales del próximo octubre, las perdería por tercera ocasión consecutiva contra Lula. Y los analistas políticos indican que podría acabar no sólo derrotado, sino desorientado y con el barco haciendo agua.
Al PSDB le ha resultado muy difícil hacer oposición a Lula, a pesar de los escándalos que asolaron el Ejecutivo tras el caso de sobornos a diputados en 2005, por temor a que los movimientos sociales saliesen a la calle para apoyar al presidente. Pero ahora le va a ser prácticamente imposible, si la candidata de Lula -a quien él convirtió en triunfadora cuando era una gran desconocida- acaba acumulando tanto poder como profetizan los sondeos, hasta el punto de que, mientras en los ambientes gubernamentales ya se especula sobre quiénes podrían ser los nuevos ministros -algunos lo consideran una falta de respeto a los ciudadanos, que aún no han votado-, en la oposición se habla de una posible fusión de partidos para que el país no se quede huérfano de ella.
La oposición no sabe cómo gritar que Rousseff no es Lula, que el presidente no presenta su candidatura y que la aspirante, además de carecer de su carisma y de su genio político, nunca hasta ahora se había sometido al juicio popular. Pero no está sirviendo de nada. Lula, que ya se había proclamado "padre" de los brasileños, ha aparecido en los programas de televisión de su candidata con estas palabras: "Te confío al pueblo de Brasil para que lo cuides como una madre". "Ella va a ser la primera mujer presidente de la República, como yo fui el primer obrero", añadió. Y los pobres, a juzgar por los sondeos, parecen dispuestos a hacer realidad esta profecía. Porque a ellos aludió ayer con esta frase: "Gobernar es una palabra inventada por los intelectuales; la palabra correcta es cuidar del pueblo, y nosotros hemos aprendido a cuidar del pueblo".
Lula está ganando la batalla y la victoria del Gobierno podría suponer un largo periodo con Lula siempre presente -quizá vuelva a presentarse como candidato en 2014-, con el control total del Congreso y de la mayoría de los Gobiernos locales y con la oposición más débil que jamás haya existido en Brasil.
Hay quien cree que esto podrá ayudar a que Brasil siga creciendo aún más económicamente. ¿Pero crecerá también en democracia? Algunos temen que esa acumulación de poder sin oposición despierte peligrosas tentaciones de autoritarismo. Los menos catastrofistas advierten del peligro de que en Brasil se produzca un fenómeno similar al del PRI mexicano -que gobernó durante más de 70 años-, con una extraordinaria concentración de poder en el Ejecutivo y en el Legislativo sin el aguijón de la oposición.
Lula, que no ha querido reformar la Constitución para forzar un tercer mandato alegando que "lo mejor para la democracia es la alternancia", parece haber caído en la tentación de continuar activo en la persona de su candidata. "En las urnas, voy a cambiar mi nombre. Me voy a llamar Dilma Rousseff", proclama. Y, efectivamente, esta será la primera vez en los últimos 20 años en que su nombre no aparecerá en las listas electorales. Se va, pero se queda. Y, al parecer, lo va a conseguir con el voto libre de la mayoría de los brasileños.
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