La hora del Cardenal
Los católicos mexicanos piden investigar a los sacerdotes pederastas
Así como hoy en día los Estados Unidos se justifican ante el mundo utilizando el supuesto anhelo por la democracia que vibra en los corazones de cuanto pueblo deciden aplastar con las armas, en el siglo XVI la conquista española en América encontró como justificación la necesidad de evangelizar a los pueblos indígenas. A principios del siglo XIX los americanos logramos independizarnos del yugo español y mal que bien en estos dos siglos de vida independiente hemos ido construyendo nuestras propias formas de gobernarnos, pero por lo visto deshacerse del yugo eclesiástico está resultando una tarea muchísimo más complicada.
No sé con cuáles libros de historia estudiarán en los seminarios católicos, pero así como algún sacerdote se atreve a dudar del Holocausto judío en la II Guerra Mundial, el mismo Papa Ratzinger quinientos años después de la conquista sigue afirmando que "el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña" y por si el mensaje no había quedado claro, ante los obispos de América Latina y el Caribe remató diciendo que tratar de separarnos "...de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso".
Contextos históricos aparte, ¿cómo califican hoy los católicos mexicanos la labor de uno de sus pastores más visibles? Hoy siete de cada diez católicos mexicanos califican positivamente el trabajo que ha hecho Norberto Rivera en los 15 años que lleva como obispo de la ciudad de México, a pesar de que la mayoría percibe que con el Cardenal capitalino la Iglesia ha perdido terreno, que seis de cada diez reconocen el problema de pederastia entre sacerdotes como muy grave, y que la mitad piensa que el purpurado de la catedral metropolitana ha estado más preocupado por ocultar a los pederastas que por ver que se les castigue.
Cuatro son ya las demandas que se han presentado en Estados Unidos en contra del Cardenal Rivera, lo acusan de ocultar a sacerdotes pederastas. Según la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual de Sacerdotes, en México hay al menos 65 sacerdotes acusados de abuso sexual contra menores y todos fueron trasladados a distintas arquidiócesis del país luego de que se presentaron denuncias en su contra en territorio estadounidense por pederastia. En México no hay una sola averiguación previa sobre estos asuntos, en opinión del 58% de los católicos mexicanos porque las autoridades no quieren tener problemas con la Iglesia y por eso, a pesar de existir las pruebas necesarias para iniciar investigaciones, el gobierno mexicano ha decidido voltear la cara hacia otro lado y dejar a Norberto Rivera en paz.
Por lo visto, el rebaño católico ha resultado más consciente que las autoridades civiles mexicanas y siete de cada diez exigen que, de haber pruebas que señalen que Norberto Rivera pudo ocultar a sacerdotes pederastas, entonces se le debe juzgar frente a tribunales civiles como se haría con cualquier cómplice de delincuentes.
El abuso sexual de menores es un delito para el que no puede haber atenuantes, por eso y a riesgo de que Ratzinger los llame retrógradas, siete de cada diez católicos mexicanos rechazan la hipótesis de Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas, quien sin ningún empacho afirmó hace unos días que la culpa de todo la tiene el "erotismo" que invade los medios de comunicación y la Internet, ante el cual, dijo, no es fácil mantenerse en el celibato y en el respeto a los niños.
Los católicos, practicantes o no, están indignados con los escándalos de pederastia y aseguran que, si saben de algún caso, inmediatamente acudirán a las autoridades civiles para que se castigue al culpable, sacerdote o no. Esperemos que las autoridades civiles estén a la altura de las exigencias.
Quizá lo que no pudieron hacer las Leyes de Reforma a mediados del siglo XIX, ni la Guerra de Cristeros en la tercera década el XX -romper el yugo católico-, terminen por conseguirlo los escándalos de pederastia entre sacerdotes, a pesar de la complicidad de las autoridades eclesiásticas para tratar de ocultarlos. La ofensa no es para menos.
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