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De tarde por nuestras fronteras

Un señor, que se acerca a conversar, lo resume así: en Ciudad Juárez o te mueres por las balas o te mueres de miedo

Cuando llegas a Ciudad Juárez lo primero que debes hacer es sacudirte el peso de las palabras. Y encontrar otras. Llegas con la sensación de estar pisando terreno minado. Luego te das cuenta que no es así, para al final aceptar que siempre lo fue.

Algo de hip hop y rap colorea nuestras historias. Para comenzar. No todo es la tradicional música norteña. O la electrónica. Neggro Azteca nos abraza, de a poco, con un gemido musical que recorre desde las mujeres asesinadas a los jóvenes acribillados. "No llores, linda Ciudad de Juárez, ay amor, por favor no llores". Otros: Akil Ammar, Boca Floja... contarlo, cantarlo, para exorcizarlo.

Fui a Juárez en días pasados, para ver, oler, palpar lo que nuestra lectura centralista no siempre permite. El análisis de gabinete es bueno, hasta que se topa con la realidad. A todos -quiero imaginar- indigna el reciente asesinato de jovencitos reunidos para festejar. Como a muchos ha indignado el continuo asesinato de mujeres en esa misma zona del país. Había leído sobre todo esto, escuchado testimonios, visto películas; reconozcamos, en días pasados nuestros medios se han volcado sobre Juárez, al grado casi de la saturación. Por eso justo había que ir. Enclavada en mi Centro, y entre tanto ruido, Juárez se me hacía cada vez menos aprehensible.

Esos minutos antes de aterrizar, a veces lo son todo. Desde el avión, a ojo de pájaro, el mundo todavía es inocente. Luego te vas acercando, y acercando. Aterrizas. No hay vuelta atrás. La primera imagen: una ciudad más, viva, activa. Es enorme, sí, porque se extiende. Lo único que contiene la mirada es la Sierra de Juárez. Recibe un clima extremoso, sol a plomo y un viento helado. Es seco, lo sientes de inmediato en la piel. Ya había experimentado esa sensación antes, en recorridos por otros parajes de Chihuahua. Lo diferente en tal caso es la ausencia casi total de verde: Juárez es sobre todo arena y tierra. Los desiertos siempre nos ponen a prueba.

Si vas a Juárez, habla mucho con su gente. A eso me dediqué en estos días, a caminar, a recorrer, a hablar con los juarenses. Jóvenes, estudiantes, padres de familia, el vendedor ambulante de comida local, transportistas; mucha amabilidad y más ganas de conversar. Ya decíamos, hablar es exorcizar. Las encuestas nos habían dado el dato duro: 7 de cada 10 juarenses, según Demotecnia, sienten que a las autoridades el asunto del narcotráfico se les está yendo de las manos, y más de la mitad de los encuestados dice haber modificado drásticamente su forma de vivir para adaptarse a ese estado de peligro constante. Los números hablan de miedo; pero verlo en los ojos de tu interlocutor no tiene comparación.

El taxista que reconoce haber mudado a toda su familia a la habitación de atrás de la casa, para que haya suficientes paredes de por medio en caso de que comiencen las ráfagas. El padre que lee al aire en una radio un poema que le escribió al hijo asesinado. El estadio de futbol que se quiere sentir festivo, con los policías y militares en la puerta. La hilera de restaurantes y bares cerrados, uno tras otro: desierto urbano donde solía haber fiesta continua. Las mantas colgadas en los muros de la universidad: jóvenes que claman justicia, casi por piedad.

Aprendo algo nuevo: Juárez era conocida también por sus clínicas dentales. De Estados Unidos llegaban los pacientes a tratamientos odontológicos, más baratos. Hoy, muchas de esas clínicas, que en algunas calles están una junto a otra, están cerradas o porque dejaron de venir los gringos o porque los médicos, de todo tipo, comienzan a emigrar. Un señor, que se acerca a conversar, lo resume así: en Juárez o te mueres por las balas o te mueres de miedo.

Pero, seamos justos. Está también la líder social que lucha a contracorriente para que haya escuelas y guarderías. Las agrupaciones que no se olvidan de las mujeres asesinadas y sus familias. La muy buena carne asada, las letras locales, la conciencia de voz propia. El Centro Cultural Universitario, con un espléndido teatro y librerías y jóvenes. Una sociedad civil activa, casi heroica, conocedora de su situación, que le puso cara al ministro del Interior, porque no, no deben ser los juarenses los únicos regañados: es México y el mundo, que volvieron convenientemente la mirada mientras se imponía un modelo económico con resultados inmediatos, pero con terribles, terribles consecuencias sociales y culturales. Sí, los hijos de la maquila, aquellos que crecieron solos mientras sus madres, o padres, trabajaban de tiempo completo. Se suman factores: no es sólo el crimen organizado, no es sólo la condición de ciudad fronteriza y de paso del Norte, no es sólo la sociedad desintegrada. Es todo junto, y un poco más.

La imagen que más se graba: parada en medio de un lodazal, rodeada de casas a medio construir, se tiene de frente el paisaje urbano de El Paso, Texas, paradójicamente una de las ciudades más seguras de Estados Unidos. Casi se pueden tocar los edificios ricos, limpios, arrogantes. Y no puedes evitar preguntarte si lo de este lado tendrá solución alguna.

Decía Eugenio Trías que el ser humano se puede considerar habitante de la frontera, ni de aquí ni de allá, ni animal ni dios, sino fronterizo o con la cualidad de centauro. Es el límite que define. Y Juárez no es sólo frontera geográfica. Es ya frontera humana, espiritual. Es frontera del lenguaje, porque necesitamos sinónimos para nombrar el miedo.

No quise hablar de política, de las rebatingas de gobiernos, de la lucha armada. Quise hablar con la gente. Y dejar que el gemido musical de Neggro Azteca, "no llores, por favor no llores", siguiera en su caricia. Caminar estos días por Ciudad Juárez fue estar de tarde por nuestras fronteras, de los que de ahí son y de los que llegamos por un rato. Tendré que regresar.

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