La eficacia del diablo
Diabólicamente eficaces a la hora de preservar sus propios márgenes de poder y de acción. La frase de Felipe González, pronunciada en los mismos días en que se estaba cocinando el acuerdo sobre los nombramientos de altos cargos de la Unión Europea, vale para el todo, pero no es aplicable a las partes. Tiene toda la razón el presidente del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa al hablar de
Éste es el caso de los nombramientos. A los 27 les interesa contar con una cúpula de la UE dócil y manejable: un presidente de la Comisión que limite su capacidad de iniciativa y de agitación y actúe como un coordinador y secretario al servicio del Consejo; un presidente del Consejo Europeo que se limite a presidir ordenadamente las reuniones y sea incluso capaz de buscar consensos; y un alto representante y vicepresidente de la Comisión que sea, sobre todo, el coordinador del nuevo Servicio Exterior, a disposición de las políticas exteriores de los 27. Ninguno de los tres personajes debe eclipsar, sobre todo, a los tres grandes: al
Conocemos perfectamente cómo funcionan las cosas. La eficacia diabólica de que han hecho gala ahora con los nombramientos es la que explicará la ineficacia diabólica que se seguirá en el futuro cuando se quiera tomar decisiones. Lo que ha contado no son las biografías europeístas más brillantes, sino la capacidad de adaptación a las conveniencias de los jefes de Estado y de Gobierno. Conveniencias que son de dos tipos. Las más formales: que se acomoden a los sistemas de compensaciones, cuotas y equilibrios. Y las más de fondo: que se comporten exactamente como quieren los primeros ministros y jefes de Estado.
Las designaciones del jueves por la noche de Herman van Rompuy como presidente del Consejo Europeo y de Margaret Ashton como alta representante para la Política Exterior, que se suman a la designación adelantada en junio del presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, han cumplido con buena parte de los primeros requisitos y con la totalidad de los segundos. Hay dos conservadores, el presidente de la Comisión y el presidente del Consejo, y una laborista, la alta representante. Uno de los tres es mujer, una exigencia finalmente perentoria. Los países pequeños, que conforman ahora mismo la mayoría de los socios, están representados por el presidente belga. Falta la componente de Europa oriental. Pero, de otra parte, los tres son de perfil bajo y con unas biografías políticas que no van a hacer sombra alguna a los amos de Europa.
No hace falta insistir en el nombre de Tony Blair, con fama y trayectoria oscurecidas por su sumisión a Bush y su apoyo impenitente a las mentiras de las armas de destrucción masiva que condujeron a la guerra de Irak; ni el de Felipe González, que no quería. Basta con citar al finlandés Martti Ahtisaari, premio Nobel de la Paz en 2008 por su labor de mediación en procesos de paz en Namibia, Irlanda del Norte, Aceh y Kosovo; a Joschka Fischer, el alemán que hizo cambiar la política exterior de su país y le implicó por primera vez en operaciones militares de mantenimiento de la paz en el extranjero; o a la ex presidenta de Irlanda y ex comisaria de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Mary Robinson.
Los interlocutores de Obama y Hu Jintao en la globalidad multipolar que estamos diseñando no serán Durão, Van Rompuy o Ashton, sino que seguirán siendo Gordon Brown (pronto David Cameron), Nicolas Sarkozy y Angela Merkel. En vez de actor global, varios actores débiles y divididos. Una Europa que espontáneamente adopta el lema de la sumisión: el
Europa merecía más, pero deberá conformarse y trabajar con menos. Como ha venido sucediendo siempre. Gracias a la eficacia del diablo.
(Enlace con las palabras de Felipe González).
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.