La memoria alegre del horror
Un informe recuerda la masacre de campesinos a manos de paramilitares en el poblado colombiano de El Salado.- Muchos aún no se han atrevido a regresar
Para Oswaldo Torres, campesino de El Salado, pequeño caserío del Caribe colombiano, el domingo fue un día histórico. "Es lo más grande que he tenido acá para mi pueblo", declaró a EL PAÍS. Se reencontró con familiares y amigos que no veía desde cuando el terror paramilitar hizo huir despavoridos a los saladeros y quedaron desperdigados por toda la región. Muchos no se han atrevido a regresar.
La entrega del informe Esa guerra no era nuestra, de la Comisión de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación, fue el motivo del reencuentro. El libro recoge el horror de lo vivido en esta población de casas de barro y techo de paja, a tres horas de Cartagena de Indias, entre el 16 y el 21 de febrero de 2000. Los muertos ascendieron a 61; entre ellos, ocho mujeres y tres jóvenes. Pero, como dice el informe, los paramilitares "montaron un escenario público de terror tal", que todos los saladeros fueron víctimas. Muchos de los desplazados se animaron a regresar el domingo. Hubo abrazos interminables mojados en lágrimas. Algunos jugaron al fútbol con los uniformes que usaban antes de que las familias quedaran rotas.
Oswaldo, de 61 años, confiesa que aún no ha podido olvidar lo ocurrido. "Todo está en mi mente... trato de olvidar y no puedo". Los 450 paras llegaron por la mañana. A los hombres los obligaron a acostarse en el campo de fútbol, y a las mujeres, a permanecer en el atrio de la pequeña iglesia y mirar desde allí las "torturas, los suplicios y las ejecuciones". Les prohibieron gritar y llorar por sus muertos. A las recién paridas y a los niños los encerraron en una casa; desde allí escucharon el sonido de la barbarie. Al salir, dos días después, los niños no sabían hablar, ni leer, ni escribir...
El informe incluye las fotos de los que cayeron en esta orgía de sangre: Neidis, morena, linda, graciosa, el día de su primera comunión; la amarraron a un árbol, le dieron una paliza y la degollaron con un alambre de púas; tenía 23 años; la acusaban de ser la novia de un guerrillero. Rosmira Torres intentó impedir que mataran a su hijo Lucho, un joven líder y profesor; los mataron a ambos. Estas fotos, ampliadas, quedaron colgadas en la vieja bodega de tabaco -donde se cultivaba tabaco negro para la exportación- junto a fotos de los saladeros retornados dedicados a sus oficios de hoy.
Andrés Suárez, un joven investigador, dedicó años a buscar testimonios para tejer la historia de la barbarie y compartió el resultado con los supervivientes
Ocho años de cárcel
"Rabia". Con esta contundencia contesta Oswaldo cuando se le pregunta qué sintió al leerlo. Y se queda en silencio sosteniendo la mirada. El dolor clavado en el fondo de sus ojos lo dice todo. "El Gobierno sabía que nos iban a masacrar vilmente . Nos cayeron encima como si fuéramos guerrilleros", añade.
Hay 15 paramilitares detenidos por la matanza. Según la Ley de Justicia y Paz que los cobija, les corresponderá un máximo de ocho años de cárcel. Y varios miembros de la Armada, entre ellos un oficial, están siendo investigados. El informe lo dice claramente: la masacre fue resultado de la estigmatización de la población como si fuera guerrillera. Esto, y la ubicación estratégica, dejó a sus habitantes en medio del fuego cruzado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) -había tres frentes en la zona- y los paramilitares. A los saladeros también les dispararon desde el aire, con helicópteros.
Tierra, salud, educación, vivienda... estos capítulos forman parte de la lista de peticiones de los saladeros al Gobierno. El domingo les repitieron una vieja promesa: les entregarán 1.200 hectáreas de tierra. Tener dónde cultivar es su mayor preocupación, porque la región está llena de poderosos compradores de tierras; muchos campesinos, algunos engañados o presionados, ya han vendido.
"Con este libro se va a saber la verdad y de pronto se haga una justicia digna". Lo dice convencida Eneida Narváez, que espera que llegue la reparación "conforme merecemos". Fue una de las que consiguieron salir la víspera de la masacre, y esconderse en el monte, ya que había oído rumores de que venían los asesinos. Esta madre de seis hijos promovió en el acto memorial un baile tradicional de mujeres. "No es una fiesta; es una presentación de la cultura que teníamos y perdimos. Nuestros muertos estarán alegres, porque estamos celebrando también la vida...", explicó a este periódico. Tiene un sueño compartido: "rellenar" de nuevo el pueblo. Un pueblo del que "los que no han vuelto se enamoren y los ayude a retornar. Que todos vuelvan..."
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