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Reportaje:

Las cárceles salvadoreñas, en estado permanente de alerta

Los 18 centros penales del país, en emergencia preventiva de nivel amarillo ante sospechas de planes de fuga y conatos de motines

Las cárceles salvadoreñas están siempre al borde de la conmoción. Desde el lunes, los 18 centros penales del país volvieron a amanecer en un estado de emergencia preventiva que el Gobierno califica de nivel amarillo, debido a fundadas sospechas de planes de fuga, conatos de enfrentamientos entre bandas rivales e intentos de amotinamientos detectados por la "inteligencia penitenciaria".

El trabajo de la Dirección de Centros Penales de El Salvador no es fácil. Algunos analistas creen que sus responsables se encuentran "siempre al borde de un ataque de nervios que contagia no sólo a los reclusos, custodios, familiares y vecinos, sino a toda la sociedad".

Alberto Uribe, portavoz principal de la autoridad penitenciaria, confirmó a EL PAÍS que una de las causas de tan frecuentes alteraciones en las cárceles es el tremendo hacinamiento en que viven los internos. "En la actualidad, la capacidad del sistema es de 7.500 internos, pero tenemos 15.600, es decir, más del doble", apuntó.

Pero el hacinamiento no es el único problema. La Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) ha denunciado con frecuencia en sus informes que una de las causas de la violencia carcelaria es el estado de ociosidad en que se encuentran los internos debido a la falta de planes laborales y reeducativos.

Venganzas sangrientas

Por otra parte, la reclusión en los mismos penales de miembros de pandillas rivales ha originado venganzas sangrientas, como la registrada el pasado enero en el penal de Apanteos, al oeste de San Salvador, en la que fueron asesinados 21 presidiarios.

Uribe señala otro factor: la formación de bandas del crimen organizado en las propias cárceles, desde donde los jefes mafiosos controlan a grupos de narcotraficantes y de sicarios.

Por su lado, el experto en violencia Miguel Cruz reconoce que "los miembros de las pandillas en las cárceles no quieren rehabilitarse, de hecho siempre están buscando cómo delinquir, tanto dentro de las cárceles como fuera".

Cruz, de la jesuita Universidad Centroamericana (UCA), ha estudiado el fenómeno carcelario e indica que una de las consecuencias de los planes represivos del Gobierno contra las pandillas ?llamados Mano Dura y Súper Mano Dura? fue la creación de liderazgos nacionales de las maras o pandillas juveniles, algo que no existía antes de 2003. "Hoy las cárceles son centros de organización de las pandillas", sostiene Cruz, que recuerda que anteriormente las maras eran un fenómeno local, de cada barrio, donde estaban organizados en clicas dedicadas al pillaje.

Violencia criminal

"En las cárceles, los mareros se conocen entre sí, se organizan y establecen liderazgos; además, tienen relación con elementos del crimen organizado, con quienes establecen colaboraciones, como acciones de sicariato y venta y distribución de drogas", explica otra experta salvadoreña en temas de violencia, Janeth Aguilar.

El Salvador, uno de los países de la América continental más pequeños, padece una epidemia galopante de violencia criminal, después de haber sufrido hace 15 años una guerra civil que devastó a su sociedad. En la actualidad y desde hace tres años, ocurren como promedio más de 10 homicidios diarios, pero la magnitud real del asesinato se mide en su tasa: más de 55,5 homicidios por cada 100.000 habitantes, la mayor de Latinoamérica, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que tasas mayores de 10 pueden ser consideradas epidemia, por lo que en El Salvador la epidemia se multiplica por cinco. Y su tendencia es al alza mes tras mes y año tras año, según muestran las estadísticas oficiales.

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